No soy amigo de los toros. Lo he intentado varias veces, alguna con personajes cuya sola presencia me conmueve los afectos. Paco Brines, por ejemplo, o Tomás March. He ido a la plaza, he sentido la magia, la del círculo, la de los claveles y los mantones, la de los pasodobles, la arena y todas juntas, incluso he disfrutado de las glotonas meriendas del coso de Valencia, plaza abiertamente torerista. Pero cuando empieza la verdad de la fiesta, la presencia inaplazable de la sangre y de la muerte, se me caen los pelendengues.
Que los toros son un atavismo en nuestro mundo moderno y maternalista, sin duda, pero eso no puede implicar nunca su inmediata liquidación. “Todo lo que no es tradición es plagio”, escribió Eugenio D’Ors en una frase favorita del añorado Fernando Benito. Y los toros son eso, tradición, casi ecuménica, del profundo numen que constituye el ser mediterráneo. Prohibirlos ha sido una enorme prueba de analfabetismo cultural y de intransigencia. Lo que se ha patrocinado, en definitiva, ha sido un gesto antiespañol.Así que no me gustan los toros pero no soy antitaurino, ni mucho menos, todo lo contrario. Hay momentos que me embelesan, en especial la prosapia que los acompaña en tantas y tantas cosas, en la jerga del idioma, en los trajes de luces, en todas sus artes, en la arquitectura. De todo eso se habla en la exposición que se inaugura el próximo día 10 dedicada al genio hierático de Vicente Barrera, el primer –me da que sí– licenciado en Derecho con las agallas suficientes para lidiar morlacos de media tonelada. La muestra es en la Fundación Cajamurcia que lidera en nuestra ciudad, Lola Narváez, imparable gestora, contando con los importantes fondos y la iniciativa del Museo Taurino, a cuyo frente –auspiciada por el diputado Isidro Prieto–, se encuentra la eficiencia de la agitadora cultural, Flaminia Guallart.
La exposición es como el preámbulo de la feria taurina de Fallas, la última que toreará Barrera en la plaza valenciana. Un edificio de alto valor estético y constructivo de mediados del siglo XIX, obra de Sebastián Monleón, quien se inspiró en los circos romanos –los detalles de ladrillo visto, por ejemplo–, para darle empaque y proporción. Ahora, el presidente de la Diputación, Alfonso Rus, acaricia la idea de cubrirla para ganar en confortabilidad y sacarle más posibilidades a su programa de usos.No me parece mal. Creo que en línea con lo que antes señalábamos de los toros, de la fiesta en sí, no se trata de prohibirlos pero tampoco de dejarlos detenidos en el tiempo, han de evolucionar, pero a la manera d’orsiana, con talento, sin caer en el plagio. La cubrición de la plaza de la ciudad de Xàtiva –de otro gran arquitecto, Demetrio Ribes–, no está nada mal, como tampoco la techumbre que añadieron en Berlín al estadio olímpico, cuyo exquisito estilo neoclásico se ha ensamblado a una estructura tecno justo para disputar el último europeo de fútbol. Se trata de hacerlo bien, de tener un proyecto a la altura del valor del edificio sobre el que se va a actuar. De añadir calidad al talento. Entonces ¿cuál es el problema?
El que tenemos, por ejemplo, con la estructura de cemento del nuevo estadio del Valencia Club de Fútbol, un monumento al fracaso y al descrédito que ni esta ciudad ni su club más emblemático se pueden permitir. No entiendo como el propio teniente de alcalde de grandes proyectos, Alfonso Grau, no ha comparecido para dar explicaciones y anunciar sanciones.No entiendo cómo el principal causante del empastre, el expresidente Juan Bautista Soler, tiene el humor de salir a los medios a anunciar su libertad de conciencia a los dos años de la paralización de la obra. Desconozco a qué terapeuta ha acudido, pero vive una confusa irrealidad.
Y tampoco entiendo que el presidente actual manifieste que al aficionado le es indiferente lo del nuevo campo. Cuando resulta, además, que la ampliación con atobones de Paco Roig ha sido declarada ilegal. ¿Qué pasa si a un juez le da por demoler?En cualquier caso, el urbanismo está para cumplirse. No se trata de una lotería que a uno le cae de por vida, como un derecho inalienable. No, la planificación de la ciudad se hace a un tiempo determinado y la autoridad planificadora, en este caso el Ayuntamento, ha de exiguir su cumplimiento por el bien común de la ciudad. No es verdad que la osamenta de cemento –que luego resultará baldía, erosionada por el paso de los días–, deje sin emociones a los valencianos. Es extraña, genera estupefacción primaria, luego deprime, y en su fase final, irrita. Que no se convierta en metáfora de nosotros mismos
No soy amigo de los toros. Lo he intentado varias veces, alguna con personajes cuya sola presencia me conmueve los afectos. Paco Brines, por ejemplo, o Tomás March. He ido a la plaza, he sentido la magia, la del círculo, la de los claveles y los mantones, la de los pasodobles, la arena y todas juntas, incluso he disfrutado de las glotonas meriendas del coso de Valencia, plaza abiertamente torerista. Pero cuando empieza la verdad de la fiesta, la presencia inaplazable de la sangre y de la muerte, se me caen los pelendengues.
Que los toros son un atavismo en nuestro mundo moderno y maternalista, sin duda, pero eso no puede implicar nunca su inmediata liquidación. “Todo lo que no es tradición es plagio”, escribió Eugenio D’Ors en una frase favorita del añorado Fernando Benito. Y los toros son eso, tradición, casi ecuménica, del profundo numen que constituye el ser mediterráneo. Prohibirlos ha sido una enorme prueba de analfabetismo cultural y de intransigencia. Lo que se ha patrocinado, en definitiva, ha sido un gesto antiespañol.Así que no me gustan los toros pero no soy antitaurino, ni mucho menos, todo lo contrario. Hay momentos que me embelesan, en especial la prosapia que los acompaña en tantas y tantas cosas, en la jerga del idioma, en los trajes de luces, en todas sus artes, en la arquitectura. De todo eso se habla en la exposición que se inaugura el próximo día 10 dedicada al genio hierático de Vicente Barrera, el primer –me da que sí– licenciado en Derecho con las agallas suficientes para lidiar morlacos de media tonelada. La muestra es en la Fundación Cajamurcia que lidera en nuestra ciudad, Lola Narváez, imparable gestora, contando con los importantes fondos y la iniciativa del Museo Taurino, a cuyo frente –auspiciada por el diputado Isidro Prieto–, se encuentra la eficiencia de la agitadora cultural, Flaminia Guallart.
La exposición es como el preámbulo de la feria taurina de Fallas, la última que toreará Barrera en la plaza valenciana. Un edificio de alto valor estético y constructivo de mediados del siglo XIX, obra de Sebastián Monleón, quien se inspiró en los circos romanos –los detalles de ladrillo visto, por ejemplo–, para darle empaque y proporción. Ahora, el presidente de la Diputación, Alfonso Rus, acaricia la idea de cubrirla para ganar en confortabilidad y sacarle más posibilidades a su programa de usos.No me parece mal. Creo que en línea con lo que antes señalábamos de los toros, de la fiesta en sí, no se trata de prohibirlos pero tampoco de dejarlos detenidos en el tiempo, han de evolucionar, pero a la manera d’orsiana, con talento, sin caer en el plagio. La cubrición de la plaza de la ciudad de Xàtiva –de otro gran arquitecto, Demetrio Ribes–, no está nada mal, como tampoco la techumbre que añadieron en Berlín al estadio olímpico, cuyo exquisito estilo neoclásico se ha ensamblado a una estructura tecno justo para disputar el último europeo de fútbol. Se trata de hacerlo bien, de tener un proyecto a la altura del valor del edificio sobre el que se va a actuar. De añadir calidad al talento. Entonces ¿cuál es el problema?
El que tenemos, por ejemplo, con la estructura de cemento del nuevo estadio del Valencia Club de Fútbol, un monumento al fracaso y al descrédito que ni esta ciudad ni su club más emblemático se pueden permitir. No entiendo como el propio teniente de alcalde de grandes proyectos, Alfonso Grau, no ha comparecido para dar explicaciones y anunciar sanciones.No entiendo cómo el principal causante del empastre, el expresidente Juan Bautista Soler, tiene el humor de salir a los medios a anunciar su libertad de conciencia a los dos años de la paralización de la obra. Desconozco a qué terapeuta ha acudido, pero vive una confusa irrealidad.
Y tampoco entiendo que el presidente actual manifieste que al aficionado le es indiferente lo del nuevo campo. Cuando resulta, además, que la ampliación con atobones de Paco Roig ha sido declarada ilegal. ¿Qué pasa si a un juez le da por demoler?En cualquier caso, el urbanismo está para cumplirse. No se trata de una lotería que a uno le cae de por vida, como un derecho inalienable. No, la planificación de la ciudad se hace a un tiempo determinado y la autoridad planificadora, en este caso el Ayuntamento, ha de exiguir su cumplimiento por el bien común de la ciudad. No es verdad que la osamenta de cemento –que luego resultará baldía, erosionada por el paso de los días–, deje sin emociones a los valencianos. Es extraña, genera estupefacción primaria, luego deprime, y en su fase final, irrita. Que no se convierta en metáfora de nosotros mismos
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