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En ple­na vorá­gi­ne rece­si­va, ape­nas si he oído a nadie hablar de los pro­fe­sio­na­les y arte­sa­nos. Sí, se comen­tan las vici­si­tu­des de los autó­no­mos para hablar de sus difi­cul­ta­des, pero más bien como auto-empre­­sa­­rios con pro­ble­mas de acce­so al cré­di­to o a las polí­ti­cas sociales.Me pare­ce mucho más intere­san­te, sin embar­go, la visión que nos plan­tea­ba Luis Tri­go en su artícu­lo del mes pasa­do en Valen­cia City, una colum­na dedi­ca­da a ensal­zar el tra­ba­jo bien hecho de dos pro­fe­sio­na­les de la pana­de­ría, dos maes­tros arte­sa­nos en suma.
Le lla­mé de inme­dia­to para feli­ci­tar­le por­que creo en esa vía, casi heroi­ca, en la que andan tan­tos y tan­tos ofi­cios hechos con dedi­ca­ción, aque­llos cuyos ances­tros cons­ti­tu­ye­ron gre­mial­men­te los pri­me­ros bur­gos, las repú­bli­cas comer­cian­tes, el impul­so del nego­cio que sal­ta­ba fron­te­ras y abría cami­nos. No sé qué extra­ña cri­mi­na­li­za­ción cayó sobre estas pro­fe­sio­nes y tra­ba­jos pero a mi no me cabe nin­gu­na duda que una bue­na par­te de la sali­da a la cri­sis ha de venir por vol­ver a poner en valor estos ofi­cios. El filó­­so­­fo-mate­­má­­ti­­co Ber­trand Rus­sell lo vino a pro­po­ner hace muchas déca­das, cuan­do vol­vió espan­ta­do de la Rusia de Lenin, al que encon­tró un pelín faná­ti­co de una pseu­do­cien­cia polí­ti­ca.
Me asom­bran los pana­de­ros, ¡y tan­to!, has­ta el pun­to que vale la pena que recuer­de a mis con­ve­ci­nos que en Fran­cia el pre­si­den­te de tan lai­ca nacio­na­li­dad otor­ga cada año la máxi­ma dis­tin­ción a un pas­te­le­ro, cuya pla­ca hono­rí­fi­ca sue­le poner en la entra­da de su tienda.Y no hable­mos de los coci­ne­ros, con­ver­ti­dos por mor y gra­cia de Ferran Adrià en poco menos que artis­tas… No es extra­ño, pues, que la Poli­téc­ni­ca se fije en ellos para ren­dir­les hono­res pero tam­bién para con­ver­tir­los en ejem­plo motor ante los jóve­nes.
Valen­cia es una ciu­dad de tra­di­cio­na­les gre­mios. Lo dice la nomen­cla­tu­ra de sus calles, y el Cen­tro de Arte­sa­nía nos lo recuer­da, sin ir más lejos este mis­mo mes cuan­do ha vuel­to a pro­po­ner una sema­na arte­sa­na en Feria Valencia.Pero no con­fun­da­mos arte­sa­nos con alfa­re­ros, por favor, ni con las tien­das de sou­ve­nirs o simi­la­res. Un arte­sano pue­de ser tan­to un dise­ña­dor de moda como la pro­pia cos­tu­re­ra que le tra­ba­ja, el fabri­can­te de un pri­mo­so­ro vio­lín o inclu­so un perio­dis­ta, modes­to escri­bano que tie­ne como ofi­cio, más que una carre­ra, el sen­ti­do de la actua­li­dad.
Y lo mis­mo digo de las pro­fe­sio­nes, algu­nas muy dig­nas y otras muy doc­tas, libe­ra­les y sana­do­ras, que de todo hay. Me asom­bra, toda­vía hoy, el espí­ri­tu indi­vi­dua­lis­ta de los abo­ga­dos, la efi­ca­cia del mode­lo medi­te­rrá­neo de los far­ma­céu­ti­cos –ges­tión pri­va­da bajo pla­ni­fi­ca­ción y con­trol públi­co–, la voca­ción de excel­si­tud de los arqui­tec­tos, la sabi­du­ría natu­ral de nues­tros agri­men­so­res, la movi­li­dad de los fotógrafos…Ni nue­vos mode­los sos­te­ni­bles, ni eco­tra­ba­jo ni mon­ser­gas por el esti­lo. Apues­to por vol­ver al tra­ba­jo bien hecho, a la dedi­ca­ción pro­fe­sio­nal, al amor por el ofi­cio. Ale­ma­nia, a la que tan­to admi­ra­mos estos días por su for­ta­le­za, se asien­ta sobre esos prin­ci­pios –que narra­ban inclu­so los her­ma­nos Grimm en sus cuen­tos para niños–. Y aquí pode­mos ver­nos en el espe­jo de una bue­na tra­di­ción, lo que no está reñi­do con inno­var y con la apli­ca­ción de tec­no­lo­gía o dise­ño, antes bien al con­tra­rio, se tra­ta­ría de enten­der que es por esas vías por las que se pue­de pro­du­cir la moder­ni­za­ción de nues­tras ances­tra­les vir­tu­des. Es tiem­po de labo­rar, no caben dudas.
 

En ple­na vorá­gi­ne rece­si­va, ape­nas si he oído a nadie hablar de los pro­fe­sio­na­les y arte­sa­nos. Sí, se comen­tan las vici­si­tu­des de los autó­no­mos para hablar de sus difi­cul­ta­des, pero más bien como auto-empre­­sa­­rios con pro­ble­mas de acce­so al cré­di­to o a las polí­ti­cas sociales.Me pare­ce mucho más intere­san­te, sin embar­go, la visión que nos plan­tea­ba Luis Tri­go en su artícu­lo del mes pasa­do en Valen­cia City, una colum­na dedi­ca­da a ensal­zar el tra­ba­jo bien hecho de dos pro­fe­sio­na­les de la pana­de­ría, dos maes­tros arte­sa­nos en suma.
Le lla­mé de inme­dia­to para feli­ci­tar­le por­que creo en esa vía, casi heroi­ca, en la que andan tan­tos y tan­tos ofi­cios hechos con dedi­ca­ción, aque­llos cuyos ances­tros cons­ti­tu­ye­ron gre­mial­men­te los pri­me­ros bur­gos, las repú­bli­cas comer­cian­tes, el impul­so del nego­cio que sal­ta­ba fron­te­ras y abría cami­nos. No sé qué extra­ña cri­mi­na­li­za­ción cayó sobre estas pro­fe­sio­nes y tra­ba­jos pero a mi no me cabe nin­gu­na duda que una bue­na par­te de la sali­da a la cri­sis ha de venir por vol­ver a poner en valor estos ofi­cios. El filó­­so­­fo-mate­­má­­ti­­co Ber­trand Rus­sell lo vino a pro­po­ner hace muchas déca­das, cuan­do vol­vió espan­ta­do de la Rusia de Lenin, al que encon­tró un pelín faná­ti­co de una pseu­do­cien­cia polí­ti­ca.
Me asom­bran los pana­de­ros, ¡y tan­to!, has­ta el pun­to que vale la pena que recuer­de a mis con­ve­ci­nos que en Fran­cia el pre­si­den­te de tan lai­ca nacio­na­li­dad otor­ga cada año la máxi­ma dis­tin­ción a un pas­te­le­ro, cuya pla­ca hono­rí­fi­ca sue­le poner en la entra­da de su tienda.Y no hable­mos de los coci­ne­ros, con­ver­ti­dos por mor y gra­cia de Ferran Adrià en poco menos que artis­tas… No es extra­ño, pues, que la Poli­téc­ni­ca se fije en ellos para ren­dir­les hono­res pero tam­bién para con­ver­tir­los en ejem­plo motor ante los jóve­nes.
Valen­cia es una ciu­dad de tra­di­cio­na­les gre­mios. Lo dice la nomen­cla­tu­ra de sus calles, y el Cen­tro de Arte­sa­nía nos lo recuer­da, sin ir más lejos este mis­mo mes cuan­do ha vuel­to a pro­po­ner una sema­na arte­sa­na en Feria Valencia.Pero no con­fun­da­mos arte­sa­nos con alfa­re­ros, por favor, ni con las tien­das de sou­ve­nirs o simi­la­res. Un arte­sano pue­de ser tan­to un dise­ña­dor de moda como la pro­pia cos­tu­re­ra que le tra­ba­ja, el fabri­can­te de un pri­mo­so­ro vio­lín o inclu­so un perio­dis­ta, modes­to escri­bano que tie­ne como ofi­cio, más que una carre­ra, el sen­ti­do de la actua­li­dad.
Y lo mis­mo digo de las pro­fe­sio­nes, algu­nas muy dig­nas y otras muy doc­tas, libe­ra­les y sana­do­ras, que de todo hay. Me asom­bra, toda­vía hoy, el espí­ri­tu indi­vi­dua­lis­ta de los abo­ga­dos, la efi­ca­cia del mode­lo medi­te­rrá­neo de los far­ma­céu­ti­cos –ges­tión pri­va­da bajo pla­ni­fi­ca­ción y con­trol públi­co–, la voca­ción de excel­si­tud de los arqui­tec­tos, la sabi­du­ría natu­ral de nues­tros agri­men­so­res, la movi­li­dad de los fotógrafos…Ni nue­vos mode­los sos­te­ni­bles, ni eco­tra­ba­jo ni mon­ser­gas por el esti­lo. Apues­to por vol­ver al tra­ba­jo bien hecho, a la dedi­ca­ción pro­fe­sio­nal, al amor por el ofi­cio. Ale­ma­nia, a la que tan­to admi­ra­mos estos días por su for­ta­le­za, se asien­ta sobre esos prin­ci­pios –que narra­ban inclu­so los her­ma­nos Grimm en sus cuen­tos para niños–. Y aquí pode­mos ver­nos en el espe­jo de una bue­na tra­di­ción, lo que no está reñi­do con inno­var y con la apli­ca­ción de tec­no­lo­gía o dise­ño, antes bien al con­tra­rio, se tra­ta­ría de enten­der que es por esas vías por las que se pue­de pro­du­cir la moder­ni­za­ción de nues­tras ances­tra­les vir­tu­des. Es tiem­po de labo­rar, no caben dudas.
 

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