La ciudad, aletargada durante un mes, se pone en marcha para iniciar un nuevo curso. En este septiembre quizá la mochila no venga tan cargada de proyectos y buenos propósitos como otros años pues, esta vez, para muchos pequeños comerciantes, la subida del cierre de sus negocios tras el paréntesis estival se plantea con inquietud, al apreciar que la situación de estancamiento en la que estamos inmersos no ha experimentado cambios significativos de los que quepa esperar mejoras sustanciales. Sienten que se aventuran hacia un horizonte que ni se ve ni se intuye, al que difícilmente pueden dirigirse asumiendo el riesgo inherente de nuevos proyectos, siendo empresa ya bastante ardua sacar adelante lo que se viene manejando.
En momentos de incertidumbre como los presentes, la enseñanza que destila esa hermosa oración en la que mirando al cielo se busca serenidad para aceptar las cosas que no se pueden cambiar, valor y entusiasmo para enfrentarse a las que se pueden controlar, y sabiduría para identificar a unas y otras, se presenta como una sabia proposición que puede ayudar a seguir avanzando ante un escenario con perspectivas tan poco definidas.
Como la serenidad y el valor son rasgos genéticos del empresario, es sobre la sabiduría, y el conocimiento–que es la fuente de la que se nutre aquella, y que tiene un componente más ambiental–, sobre los que se puede incidir para tratar de alcanzar los objetivos perseguidos por tan inspirado rezo.
Con tal propósito, este verano he dedicado algo de tiempo a rastrear datos y opiniones para tratar de alcanzar un mejor entendimiento de la situación económica actual, conocer cuáles son los resortes que pueden activar la recuperación y en qué medida se pueden accionar desde las empresas. Parece que la demanda externa, especialmente la de países emergentes, puede ser el principal resorte para que la tendencia se invierta. De hecho, Alemania (segundo país exportador del mundo) está ya en una senda de crecimiento, habiendo revisado su previsión de incremento del PIB para 2010 del 1,9% al 3%.
Los países como España, en los que la demanda interna tiene un mayor peso que las exportaciones, están en peor situación para iniciar la senda del crecimiento, y deberían centrar los esfuerzos en propiciar un aumento del consumo.
Aquí es donde encuentro que las empresas –grandes, pequeñas y medianas– tienen que jugar todas las bazas a su alcance para incitar a vencer el freno psicológico que el miedo y la incertidumbre han impuesto a muchos consumidores y que, en realidad, no están sufriendo los efectos de la crisis. Conozco muchos comerciantes que no sólo no se han contagiado por el desánimo, sino
que aprovechan cada instante y cada espacio para convertirlos en una oportunidad de venta y que exploran constantemente ideas para estimular el impulso comprador.
No es tarea fácil, pero en su buen hacer diario, lo tienen asumido. El pulso de la calle lo miden mejor que nadie, y saben y entienden que el esfuerzo que procede ahora es mayor que el que hayan podido realizar en otros momentos. Y también saben que su único aliado es el cliente. Los consumidores, por nuestra parte, debemos entender que contribuimos en mayor medida a la solución de nuestros problemas dejándonos tentar por el encanto de los escaparates que destinando todo el excedente de nuestra renta disponible al ahorro.
La ciudad, aletargada durante un mes, se pone en marcha para iniciar un nuevo curso. En este septiembre quizá la mochila no venga tan cargada de proyectos y buenos propósitos como otros años pues, esta vez, para muchos pequeños comerciantes, la subida del cierre de sus negocios tras el paréntesis estival se plantea con inquietud, al apreciar que la situación de estancamiento en la que estamos inmersos no ha experimentado cambios significativos de los que quepa esperar mejoras sustanciales. Sienten que se aventuran hacia un horizonte que ni se ve ni se intuye, al que difícilmente pueden dirigirse asumiendo el riesgo inherente de nuevos proyectos, siendo empresa ya bastante ardua sacar adelante lo que se viene manejando.
En momentos de incertidumbre como los presentes, la enseñanza que destila esa hermosa oración en la que mirando al cielo se busca serenidad para aceptar las cosas que no se pueden cambiar, valor y entusiasmo para enfrentarse a las que se pueden controlar, y sabiduría para identificar a unas y otras, se presenta como una sabia proposición que puede ayudar a seguir avanzando ante un escenario con perspectivas tan poco definidas.
Como la serenidad y el valor son rasgos genéticos del empresario, es sobre la sabiduría, y el conocimiento–que es la fuente de la que se nutre aquella, y que tiene un componente más ambiental–, sobre los que se puede incidir para tratar de alcanzar los objetivos perseguidos por tan inspirado rezo.
Con tal propósito, este verano he dedicado algo de tiempo a rastrear datos y opiniones para tratar de alcanzar un mejor entendimiento de la situación económica actual, conocer cuáles son los resortes que pueden activar la recuperación y en qué medida se pueden accionar desde las empresas. Parece que la demanda externa, especialmente la de países emergentes, puede ser el principal resorte para que la tendencia se invierta. De hecho, Alemania (segundo país exportador del mundo) está ya en una senda de crecimiento, habiendo revisado su previsión de incremento del PIB para 2010 del 1,9% al 3%.
Los países como España, en los que la demanda interna tiene un mayor peso que las exportaciones, están en peor situación para iniciar la senda del crecimiento, y deberían centrar los esfuerzos en propiciar un aumento del consumo.
Aquí es donde encuentro que las empresas –grandes, pequeñas y medianas– tienen que jugar todas las bazas a su alcance para incitar a vencer el freno psicológico que el miedo y la incertidumbre han impuesto a muchos consumidores y que, en realidad, no están sufriendo los efectos de la crisis. Conozco muchos comerciantes que no sólo no se han contagiado por el desánimo, sino
que aprovechan cada instante y cada espacio para convertirlos en una oportunidad de venta y que exploran constantemente ideas para estimular el impulso comprador.
No es tarea fácil, pero en su buen hacer diario, lo tienen asumido. El pulso de la calle lo miden mejor que nadie, y saben y entienden que el esfuerzo que procede ahora es mayor que el que hayan podido realizar en otros momentos. Y también saben que su único aliado es el cliente. Los consumidores, por nuestra parte, debemos entender que contribuimos en mayor medida a la solución de nuestros problemas dejándonos tentar por el encanto de los escaparates que destinando todo el excedente de nuestra renta disponible al ahorro.
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