Una de las grandes sorpresas que nos ha dado Valencia en los últimos tiempos ha sido su crecimiento, exponencial, en visitas turísticas. El secreto de la existencia de nuestra ciudad ya es conocido a voces, como bien señala el último libro editado por el Ayuntamiento cuyo título y texto se debe al maestro de periodistas Pérez Puche.
Y así es, en efecto, como se puede comprobar a través de los informes del centro estratégico del turismo municipal que dirige admirablemente José Salinas, o bien dándose una vuelta cualquier día, incluso entre semana y en pleno otoño, por el centro de la ciudad.
Los alrededores de la Catedral, la Lonja y el Mercado Central se han transformado en un continuo río de turistas, desestacionalizados, sin necesidad de acontecimiento mundial alguno. La ciudad tira de su propio carro pero todavía sigue siendo necesario mejorar y mejorar: en flexibilidad de horarios, en instalaciones como la terminal de cruceros, en transportes, en buena información, en idiomas, en certificaciones de calidad, en creer mucho más en lo nuestro…
Y de eso quería hablarles, porque ya sabemos que nuestro centro histórico es atractivo, y que nuestra gastronomía seduce al más pintado gracias al imbatible arroz o al genio de la horchata… pero también tenemos una ciudad de un extraordinario atractivo medioambiental.
Tenemos cerca de 9 kilómetros de playas urbanas –es decir, con buenos servicios, incluidos chiringuitos–, y vivimos pegados a un parque natural envidiable como es la Albufera y su Devesa. El cauce del río Turia es un pulmón de vida y de ocio ciudadano sin parangón en Europa, y algunos grandes jardines de la ciudad como el Botánico de la Universitat, Viveros o Marxalenes resultan muy atractivos pero están por descubrir para el gran público.
Esa extraordinaria oferta medioambiental se complementa con nuevos valores destinados al fomento del ocio, como las prácticas náuticas en el entorno de la antigua dársena del Puerto, las visitas didácticas al nuevo zoológico que llamamos Bioparc, el conglomerado de la Ciudad de las Ciencias y, sobre todo, el Oceanográfico, una instalación modélica, a la que dedicamos nuestra portada, y que mes a mes renueva sus actividades y atractivos.
Mientras elegimos un nuevo destino político el próximo 20‑N, o preparamos la cena de empresa para la inminente Navidad, la que ya nos anuncia Muji en su estreno valenciano –¡ya era hora que esta magnífica firma de diseño aterrizara entre nosotros!–, una servidora les recomienda de verdad que se den una vuelta por el Oceanográfico, vale y mucho la pena.
Una de las grandes sorpresas que nos ha dado Valencia en los últimos tiempos ha sido su crecimiento, exponencial, en visitas turísticas. El secreto de la existencia de nuestra ciudad ya es conocido a voces, como bien señala el último libro editado por el Ayuntamiento cuyo título y texto se debe al maestro de periodistas Pérez Puche.
Y así es, en efecto, como se puede comprobar a través de los informes del centro estratégico del turismo municipal que dirige admirablemente José Salinas, o bien dándose una vuelta cualquier día, incluso entre semana y en pleno otoño, por el centro de la ciudad.
Los alrededores de la Catedral, la Lonja y el Mercado Central se han transformado en un continuo río de turistas, desestacionalizados, sin necesidad de acontecimiento mundial alguno. La ciudad tira de su propio carro pero todavía sigue siendo necesario mejorar y mejorar: en flexibilidad de horarios, en instalaciones como la terminal de cruceros, en transportes, en buena información, en idiomas, en certificaciones de calidad, en creer mucho más en lo nuestro…
Y de eso quería hablarles, porque ya sabemos que nuestro centro histórico es atractivo, y que nuestra gastronomía seduce al más pintado gracias al imbatible arroz o al genio de la horchata… pero también tenemos una ciudad de un extraordinario atractivo medioambiental.
Tenemos cerca de 9 kilómetros de playas urbanas –es decir, con buenos servicios, incluidos chiringuitos–, y vivimos pegados a un parque natural envidiable como es la Albufera y su Devesa. El cauce del río Turia es un pulmón de vida y de ocio ciudadano sin parangón en Europa, y algunos grandes jardines de la ciudad como el Botánico de la Universitat, Viveros o Marxalenes resultan muy atractivos pero están por descubrir para el gran público.
Esa extraordinaria oferta medioambiental se complementa con nuevos valores destinados al fomento del ocio, como las prácticas náuticas en el entorno de la antigua dársena del Puerto, las visitas didácticas al nuevo zoológico que llamamos Bioparc, el conglomerado de la Ciudad de las Ciencias y, sobre todo, el Oceanográfico, una instalación modélica, a la que dedicamos nuestra portada, y que mes a mes renueva sus actividades y atractivos.
Mientras elegimos un nuevo destino político el próximo 20‑N, o preparamos la cena de empresa para la inminente Navidad, la que ya nos anuncia Muji en su estreno valenciano –¡ya era hora que esta magnífica firma de diseño aterrizara entre nosotros!–, una servidora les recomienda de verdad que se den una vuelta por el Oceanográfico, vale y mucho la pena.
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