Toda la prensa norteamericana y europea, como el Wall Street Journal o el Financial Times, entre otras cabeceras, pone en tela de juicio la capacidad de nuestros actuales dirigentes para conducir un continente, una Unión Europea de veintisiete naciones, con la precisión e inteligencia que sería necesario en un camino de emergencia como es el de la crisis. La verdad es que no tenemos más remedio que inclinar la cabeza ante sus razones.
La más cínica de las pretensiones de Rodríguez Zapatero como ejerciente de la presidencia de la U.E. durante seis meses, es que él va a tratar de la crisis a los países que ya están saliendo de ella, y que nos miran con conmiseración porque nuestras situaciones, en todos los sentidos, son atroces, y el mismo presidente ni sabe ni quiere tomar medidas ejemplares por si pudieran ser motivo de alejamiento de los votos, se supone. Es totalmente ridícula su afirmación de que “la tierra es del viento”, y las mentes calvinistas de la mayor parte de la naciones europeas, mucho más prácticas, no entienden estas retóricas grandilocuentes que no dicen nada. Ven pragmáticamente la situación de España, donde este Gobierno va para ocho años de mandato, y comprueban el fracaso más absoluto. De una nación respetada y admirada en Maastricht hemos llegado a ser la peor situada en el ranking actual. La crisis ha afectado a todos, pero nosotros teníamos los cimientos muy débiles aún.
Nuestro triple escenario económico es el siguiente:
El mercado laboral, con un paro de más de cuatro millones de trabajadores, sin contar los que hacen cursillos que no se computan, indica la gravedad de la situación. El problema es estructural y en vez de ponerse del lado de los sindicatos –son más votos–, el Gobierno debería acudir a sujetar al mundo empresarial que se derrumba.
El sector financiero necesitaría una concentración tanto de cajas, como la despolitización de las mismas, y a la vez un proceso de concentración bancaria.
En cuanto al sector exterior, nos encontramos con que es el gasto público el único remedio, vía deuda, para avivar el consumo y la demanda. Puramente keynesiano. El déficit ya está cercano al 10% del PIB y la deuda, impresionante, se acerca al 6% del PIB con los gastos financieros correspondientes, intereses, y una calificaciones de la misma a la baja por las principales agencias de rating.
Toda la prensa norteamericana y europea, como el Wall Street Journal o el Financial Times, entre otras cabeceras, pone en tela de juicio la capacidad de nuestros actuales dirigentes para conducir un continente, una Unión Europea de veintisiete naciones, con la precisión e inteligencia que sería necesario en un camino de emergencia como es el de la crisis. La verdad es que no tenemos más remedio que inclinar la cabeza ante sus razones.
La más cínica de las pretensiones de Rodríguez Zapatero como ejerciente de la presidencia de la U.E. durante seis meses, es que él va a tratar de la crisis a los países que ya están saliendo de ella, y que nos miran con conmiseración porque nuestras situaciones, en todos los sentidos, son atroces, y el mismo presidente ni sabe ni quiere tomar medidas ejemplares por si pudieran ser motivo de alejamiento de los votos, se supone. Es totalmente ridícula su afirmación de que “la tierra es del viento”, y las mentes calvinistas de la mayor parte de la naciones europeas, mucho más prácticas, no entienden estas retóricas grandilocuentes que no dicen nada. Ven pragmáticamente la situación de España, donde este Gobierno va para ocho años de mandato, y comprueban el fracaso más absoluto. De una nación respetada y admirada en Maastricht hemos llegado a ser la peor situada en el ranking actual. La crisis ha afectado a todos, pero nosotros teníamos los cimientos muy débiles aún.
Nuestro triple escenario económico es el siguiente:
El mercado laboral, con un paro de más de cuatro millones de trabajadores, sin contar los que hacen cursillos que no se computan, indica la gravedad de la situación. El problema es estructural y en vez de ponerse del lado de los sindicatos –son más votos–, el Gobierno debería acudir a sujetar al mundo empresarial que se derrumba.
El sector financiero necesitaría una concentración tanto de cajas, como la despolitización de las mismas, y a la vez un proceso de concentración bancaria.
En cuanto al sector exterior, nos encontramos con que es el gasto público el único remedio, vía deuda, para avivar el consumo y la demanda. Puramente keynesiano. El déficit ya está cercano al 10% del PIB y la deuda, impresionante, se acerca al 6% del PIB con los gastos financieros correspondientes, intereses, y una calificaciones de la misma a la baja por las principales agencias de rating.
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