Hasta cuarenta veces más combustible per capita puede consumir una ciudad de baja densidad, tipo Houston o Los Ángeles, frente a otras ciudades mucho más compactas como puedan ser las grandes metrópolis asiáticas: Singapur o Hong Kong, por ejemplo. Esa es la dura realidad de un urbanismo disperso, que ensueña la vida como en un jardín privado pero que ocupa grandes espacios y mancha horizontalmente la tierra. Ese urbanismo, más idílico, que como bien comenta el experto Ignacio Jiménez de Laiglesia, nació en Inglaterra para compensar las malas condiciones de vida en las fábricas y sus entornos cuando miles de nuevos proletarios se hacinaban durante los primeros tiempos de la revolución industrial. Un urbanismo que es ya insostenible a la luz de los parámetros actuales tal y como expuso el mencionado profesional a lo largo de su intervención en la Asamblea General de la Red de Municipios Sostenibles que auspicia la Diputación de Valencia. Nosotros pudimos asistir al encuentro, que resultó muy revelador.
En efecto, porque el modelo de ciudad jardín, tan magnificado por las películas norteamericanas, es un modelo despilfarrador, de altos costes para la prestación de servicios y que, sobre todo, consume un bien escaso como es el suelo y genera una terrible dependencia del vehículo privado. Frente a este modelo ya caduco, Jiménez de Laiglesia aboga por recuperar las densidades de las viejas ciudades europeas, donde la vida fluye al tiempo que se entremezclan los usos y valores urbanos.
Ciudades, pues, más densas, más mixtificadas y con menos zonificación, donde se fomente la actividad económica pero, al mismo tiempo, los consumos energéticos sean optimizados y se respete tanto el medio ambiente y las formas de vida tradicionales como la aparición de innovaciones tecnológicas o la creatividad de vanguardia, pero cuyas propuestas y planes deben nacer desde abajo, en procesos de debate público y abierto, en busca de generar amplios consensos con la ciudadanía y todos sus agentes. Esa, en definitiva, sería la receta mágica para crear hoy en día un urbanismo sostenible.
Para el mencionado consultor valenciano, aunque las actuales circunstancias parecen haber hundido irremediablemente cualquier alternativa urbanística, es posible encontrar el camino hacia el progreso económico, pero para ello hay que agudizar el consenso social, ser sostenible siendo sensible, actuando a medio y largo plazo, en especial en lo tocante a la financiación. Declarado optimista, Jiménez de Laiglesia aboga por llevar a cabo planes creíbles que no necesiten financiarse mediante procesos especulativos a corto: existen, a su juicio, muchas posibilidades de inversión para el nuevo urbanismo a través de fondos, capitales de riesgo e, incluso, la emisión de bonos municipales, pero todo ello debe venir amparado por el rigor y la credibilidad de los proyectos y de sus vías de desarrollo económico. Estamos en el fondo del valle del ciclo inmobiliario, pero en menos de una década el ciclo volverá a una tendencia alcista; así ha sido desde que se tienen datos al respecto de este sector, desde la Amsterdam de mediados del siglo XVII, en opinión de Jiménez de Laiglesia.
Comparto con nuestro colaborador y analista el diagnóstico. Comparto su optimismo, pero es evidente que las cosas han de plantearse de otra manera para no volver a caer en los errores de antaño, empezando por ese consenso social que reclama y que es el único capaz de generar confianza en los mercados de capitales, sobre todo los exteriores. Es lo que nos está faltando por comprender, sirva de ejemplo, en el encasquillado tema del Cabanyal, donde unos y otros se enzarzan en un combate de matices ideológicos y pugna política cuando de lo que se trata es de dar viabilidad a una única solución: la del pacto. Y da igual que quienes se opongan a un plan sean minoría: el tiempo de la liquidación de las minorías ya ha pasado y si no que se lo pregunten a los inversores bursátiles.
Valencia, pese a la crisis, sigue siendo una ciudad con grandes posibilidades. No estamos en ese turbodesarrollo que apenas hace unos meses parecía que nos llevaba a la luna en un abrir y cerrar de ojos, pero seguimos teniendo unos potenciales de crecimiento extraordinarios. El AVE nos viene ya, la alcaldesa anuncia el inminente arranque del Parque Central –de la mano, esperemos, de un buen diseño–, el PSPV plantea por primera vez un interesante diálogo con los agentes sociales en busca de caminos para la Ciutat Vella, Rita Barberá proclama su apuesta estratégica por las tecnologías y el medio ambiente y lo hace, rara avis, a un plazo medio/largo, lo que da cuenta de la libertad política en la que se ha instalado gracias a sus continuos triunfos a pesar de lo limitado de su equipo… pero la alcaldesa Rita es una fuerza arrolladora que, a buen seguro, abrirá de nuevo expectativas para la ciudad.
Hasta cuarenta veces más combustible per capita puede consumir una ciudad de baja densidad, tipo Houston o Los Ángeles, frente a otras ciudades mucho más compactas como puedan ser las grandes metrópolis asiáticas: Singapur o Hong Kong, por ejemplo. Esa es la dura realidad de un urbanismo disperso, que ensueña la vida como en un jardín privado pero que ocupa grandes espacios y mancha horizontalmente la tierra. Ese urbanismo, más idílico, que como bien comenta el experto Ignacio Jiménez de Laiglesia, nació en Inglaterra para compensar las malas condiciones de vida en las fábricas y sus entornos cuando miles de nuevos proletarios se hacinaban durante los primeros tiempos de la revolución industrial. Un urbanismo que es ya insostenible a la luz de los parámetros actuales tal y como expuso el mencionado profesional a lo largo de su intervención en la Asamblea General de la Red de Municipios Sostenibles que auspicia la Diputación de Valencia. Nosotros pudimos asistir al encuentro, que resultó muy revelador.
En efecto, porque el modelo de ciudad jardín, tan magnificado por las películas norteamericanas, es un modelo despilfarrador, de altos costes para la prestación de servicios y que, sobre todo, consume un bien escaso como es el suelo y genera una terrible dependencia del vehículo privado. Frente a este modelo ya caduco, Jiménez de Laiglesia aboga por recuperar las densidades de las viejas ciudades europeas, donde la vida fluye al tiempo que se entremezclan los usos y valores urbanos.
Ciudades, pues, más densas, más mixtificadas y con menos zonificación, donde se fomente la actividad económica pero, al mismo tiempo, los consumos energéticos sean optimizados y se respete tanto el medio ambiente y las formas de vida tradicionales como la aparición de innovaciones tecnológicas o la creatividad de vanguardia, pero cuyas propuestas y planes deben nacer desde abajo, en procesos de debate público y abierto, en busca de generar amplios consensos con la ciudadanía y todos sus agentes. Esa, en definitiva, sería la receta mágica para crear hoy en día un urbanismo sostenible.
Para el mencionado consultor valenciano, aunque las actuales circunstancias parecen haber hundido irremediablemente cualquier alternativa urbanística, es posible encontrar el camino hacia el progreso económico, pero para ello hay que agudizar el consenso social, ser sostenible siendo sensible, actuando a medio y largo plazo, en especial en lo tocante a la financiación. Declarado optimista, Jiménez de Laiglesia aboga por llevar a cabo planes creíbles que no necesiten financiarse mediante procesos especulativos a corto: existen, a su juicio, muchas posibilidades de inversión para el nuevo urbanismo a través de fondos, capitales de riesgo e, incluso, la emisión de bonos municipales, pero todo ello debe venir amparado por el rigor y la credibilidad de los proyectos y de sus vías de desarrollo económico. Estamos en el fondo del valle del ciclo inmobiliario, pero en menos de una década el ciclo volverá a una tendencia alcista; así ha sido desde que se tienen datos al respecto de este sector, desde la Amsterdam de mediados del siglo XVII, en opinión de Jiménez de Laiglesia.
Comparto con nuestro colaborador y analista el diagnóstico. Comparto su optimismo, pero es evidente que las cosas han de plantearse de otra manera para no volver a caer en los errores de antaño, empezando por ese consenso social que reclama y que es el único capaz de generar confianza en los mercados de capitales, sobre todo los exteriores. Es lo que nos está faltando por comprender, sirva de ejemplo, en el encasquillado tema del Cabanyal, donde unos y otros se enzarzan en un combate de matices ideológicos y pugna política cuando de lo que se trata es de dar viabilidad a una única solución: la del pacto. Y da igual que quienes se opongan a un plan sean minoría: el tiempo de la liquidación de las minorías ya ha pasado y si no que se lo pregunten a los inversores bursátiles.
Valencia, pese a la crisis, sigue siendo una ciudad con grandes posibilidades. No estamos en ese turbodesarrollo que apenas hace unos meses parecía que nos llevaba a la luna en un abrir y cerrar de ojos, pero seguimos teniendo unos potenciales de crecimiento extraordinarios. El AVE nos viene ya, la alcaldesa anuncia el inminente arranque del Parque Central –de la mano, esperemos, de un buen diseño–, el PSPV plantea por primera vez un interesante diálogo con los agentes sociales en busca de caminos para la Ciutat Vella, Rita Barberá proclama su apuesta estratégica por las tecnologías y el medio ambiente y lo hace, rara avis, a un plazo medio/largo, lo que da cuenta de la libertad política en la que se ha instalado gracias a sus continuos triunfos a pesar de lo limitado de su equipo… pero la alcaldesa Rita es una fuerza arrolladora que, a buen seguro, abrirá de nuevo expectativas para la ciudad.
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