Una nueva era
Hace unas semanas estuve hablando con el fotógrafo Alberto Adsuara en una terraza del barrio de Russafa sobre el impacto que están teniendo las denominadas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) en todos los ámbitos de la vida humana, pero especialmente en terrenos que nos resultaban más cercanos por nuestras ocupaciones profesionales, como el arte de la fotografía y la docencia, en su caso, y la prensa canallesca y el cine de barrio en el mío. Por su experiencia docente como profesor de fotografía en la Escuela superior de Arte y Tecnología, Alberto ha podido comprobar los cambios radicales que se están produciendo en la propia forma de aprender y aproximarse al conocimiento, a través del trato diario con sus alumnos. Nos encontramos ya ante una generación de jóvenes que comprueban sus notas a través de Internet, pueden hacer un trabajo en grupo por skype, consultan antes la Wikipedia que cualquier diccionario impreso, prescinden de los lápices y del papel para dibujar sobre un tableta gráfica de diseño y leen el Quijote (por obligación en clase) en un libro electrónico e incluso en el móvil cuando esperan el autobús. Los jóvenes de hoy se enteran de lo que sucede en el mundo (en su mundo) más por Youtube, Twitter e Instagram que por la prensa impresa o por los dos medios de comunicación definitorios del siglo pasado: la televisión y la radio.
Es indudable que nos encontramos ante un cambio de Era (destaquémoslo en mayúscula) tan importante en la historia de la Humanidad como el que se produjo cuando Johannes Gutenberg inventó la imprenta de tipos móviles a mediados del siglo XV. Todas estas vertiginosas transformaciones en nuestros hábitos culturales han coincidido con el inicio del nuevo milenio. Algunos estudiosos de estos fenómenos socioculturales consideran que el nacimiento de la era digital debería situarse en un acontecimiento tan traumático como el derribo de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, pero otros prefieren fijarlo en el 15 de septiembre de 2008, con el anuncio de la quiebra de Lehman Brothers, que también se considera como el momento clave, o al menos simbólico, del estallido de una de las mayores crisis económicas de la historia. Valencia City había salido por primera vez a la calle dieciocho meses antes del derrumbamiento de la que fuera una de las principales compañías de servicios financieros de Estados Unidos, pero en abril de 2007 se empezaban a escuchar los tambores lejanos de una crisis económica planetaria que muy pocos supieron predecir en su auténtica magnitud. Valencia City ya se encontró con un cambio de hábitos lectores derivados de la eclosión de Internet y con una generación de valencianos muchos más preparados para la vida posmoderna y cosmopolita que todas las anteriores, pero con perspectivas profesionales y de futuro cada vez más inciertas. La crisis económica y todas estas transformaciones tecnológicas han afectado profundamente a los medios de comunicación y a las industrias culturales. Como en las teorías darwinistas, han desaparecido quienes no han sabido adaptarse a las nuevas circunstancias del medio. El número de bajas en esta revolución digital, en la que está despareciendo la tinta, ha sido brutal, pero nos ha obligado a todos a realizar un esfuerzo de imaginación por reinventarnos.
Ocho años después de su nacimiento, Valencia City sigue viva en papel impreso o en la pantalla de cualquier ordenador o dispositivo móvil. Pese a la climatología en ocasiones adversa, disfruta de una salud razonablemente buena. No puedo decir lo mismo de mí, que soy ya un colaborador veterano e incluso pionero, pues fui testigo del feliz alumbramiento y compartí la dicha de sus padres. Mientras la revista se rejuvenece, yo estoy cargado de achaques y disfunciones propias de la edad patricia. Mejor no comentarlas. Y por si fuera poco, ¡aún no sé enviar un puto whatsapp!
Hace unas semanas estuve hablando con el fotógrafo Alberto Adsuara en una terraza del barrio de Russafa sobre el impacto que están teniendo las denominadas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) en todos los ámbitos de la vida humana, pero especialmente en terrenos que nos resultaban más cercanos por nuestras ocupaciones profesionales, como el arte de la fotografía y la docencia, en su caso, y la prensa canallesca y el cine de barrio en el mío. Por su experiencia docente como profesor de fotografía en la Escuela superior de Arte y Tecnología, Alberto ha podido comprobar los cambios radicales que se están produciendo en la propia forma de aprender y aproximarse al conocimiento, a través del trato diario con sus alumnos. Nos encontramos ya ante una generación de jóvenes que comprueban sus notas a través de Internet, pueden hacer un trabajo en grupo por skype, consultan antes la Wikipedia que cualquier diccionario impreso, prescinden de los lápices y del papel para dibujar sobre un tableta gráfica de diseño y leen el Quijote (por obligación en clase) en un libro electrónico e incluso en el móvil cuando esperan el autobús. Los jóvenes de hoy se enteran de lo que sucede en el mundo (en su mundo) más por Youtube, Twitter e Instagram que por la prensa impresa o por los dos medios de comunicación definitorios del siglo pasado: la televisión y la radio.
Es indudable que nos encontramos ante un cambio de Era (destaquémoslo en mayúscula) tan importante en la historia de la Humanidad como el que se produjo cuando Johannes Gutenberg inventó la imprenta de tipos móviles a mediados del siglo XV. Todas estas vertiginosas transformaciones en nuestros hábitos culturales han coincidido con el inicio del nuevo milenio. Algunos estudiosos de estos fenómenos socioculturales consideran que el nacimiento de la era digital debería situarse en un acontecimiento tan traumático como el derribo de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, pero otros prefieren fijarlo en el 15 de septiembre de 2008, con el anuncio de la quiebra de Lehman Brothers, que también se considera como el momento clave, o al menos simbólico, del estallido de una de las mayores crisis económicas de la historia. Valencia City había salido por primera vez a la calle dieciocho meses antes del derrumbamiento de la que fuera una de las principales compañías de servicios financieros de Estados Unidos, pero en abril de 2007 se empezaban a escuchar los tambores lejanos de una crisis económica planetaria que muy pocos supieron predecir en su auténtica magnitud. Valencia City ya se encontró con un cambio de hábitos lectores derivados de la eclosión de Internet y con una generación de valencianos muchos más preparados para la vida posmoderna y cosmopolita que todas las anteriores, pero con perspectivas profesionales y de futuro cada vez más inciertas. La crisis económica y todas estas transformaciones tecnológicas han afectado profundamente a los medios de comunicación y a las industrias culturales. Como en las teorías darwinistas, han desaparecido quienes no han sabido adaptarse a las nuevas circunstancias del medio. El número de bajas en esta revolución digital, en la que está despareciendo la tinta, ha sido brutal, pero nos ha obligado a todos a realizar un esfuerzo de imaginación por reinventarnos.
Ocho años después de su nacimiento, Valencia City sigue viva en papel impreso o en la pantalla de cualquier ordenador o dispositivo móvil. Pese a la climatología en ocasiones adversa, disfruta de una salud razonablemente buena. No puedo decir lo mismo de mí, que soy ya un colaborador veterano e incluso pionero, pues fui testigo del feliz alumbramiento y compartí la dicha de sus padres. Mientras la revista se rejuvenece, yo estoy cargado de achaques y disfunciones propias de la edad patricia. Mejor no comentarlas. Y por si fuera poco, ¡aún no sé enviar un puto whatsapp!
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