Galería Punto inaugura las nuevas obras de Oliver Johnson

Gale­ría Pun­to (Calle Burria­na, 37) inau­gu­ra la expo­si­ción Moving Tar­get de Oli­ver John­son el 24 de mayo a las 20:00h.

Si repre­sen­tar la vida de todo aque­llo que nos rodea ha sido el leiv-motiv cen­tral en nues­tra cul­tu­ra occi­den­tal, aden­trar­se en otras apro­xi­ma­cio­nes más esen­cia­les ha guia­do la tra­yec­to­ria artís­ti­ca de Oli­ver John­son. Des­de la pin­tu­ra sobre bas­ti­dor a ins­ta­la­cio­nes lumi­no­sas, los inten­tos por sutu­rar mate­ria plás­ti­ca y ener­gía lumi­no­sa, han ido estre­chan­do el cer­co para lle­gar a esta sin­gu­lar serie de obras que giran de modo recu­rren­te en torno al núme­ro tres.

Pitá­go­ras sos­te­nía que “el núme­ro es el cono­ci­mien­to mis­mo”. El tres se ajus­ta como ani­llo al dedo (sin nece­si­dad de guan­te) a ese pro­ce­so tri­ni­ta­rio de tesis, antí­te­sis, sín­te­sis. Y pre­ci­sa­men­te, atra­par las tres dimen­sio­nes en la bidi­men­sio­na­li­dad pic­tó­ri­ca, ha sido el modo más soco­rri­do de hacer visi­ble la natu­ra­le­za cam­bian­te de lo vivo. Ajeno a cual­quier arti­fi­cio repre­sen­ta­ti­vo, las obras de John­son se inter­nan sóli­da­men­te orgá­ni­cas en el espa­cio real que nos cir­cun­da, al tiem­po que se mul­ti­pli­can eva­nes­cen­tes en la per­cep­ción ató­ni­ta del espec­ta­dor.


En otra de las series de tres, las super­fi­cies pla­nas seg­men­ta­das hori­zon­tal­men­te en tres par­tes, apa­re­cen divi­di­das por unos estre­chos inters­ti­cios inter­cro­má­ti­cos que abren unos abis­mos inson­da­bles. Las  no-man­­chas pic­tó­ri­cas (todo está tan hiper­cui­da­do has­ta en sus más míni­mos deta­lles que no cabe nin­gún ape­la­ti­vo que remi­ta al ges­to ni al des­cui­do) devie­nen áreas en sus­pen­sión que cor­to­cir­cui­tan cual­quier atis­bo natu­ra­lis­ta. Magis­tral­men­te plan­tea­da y pro­fu­sa­men­te explo­ra­da por Gas­ton Bache­lard, la ima­gi­na­ción requie­re de la mate­ria para encon­trar su cata­li­za­dor más afi­na­do. En estas pie­zas, esas lla­ma­ra­das frías de luz sin fue­go des­pa­bi­lan nues­tra capa­ci­dad de enso­ña­ción, de soñar des­pier­tos con los ojos abier­tos. La vive­za, la cali­dez, la muta­bi­li­dad atri­bui­bles al fue­go, están pre­sen­tes sin la oscu­ri­dad noc­tur­na de los albo­res de la huma­ni­dad. Antes por el con­tra­rio, nos sitúan en el con­tex­to alta­men­te tec­no­ló­gi­co de un pre­sen­te futu­ro.

John­son nos pre­sen­ta una sín­te­sis muy depu­ra­da en el tiem­po y asom­bro­sa­men­te sen­ci­lla en su pre­sen­ta­ción. Las sóli­das estruc­tu­ras metá­li­cas devie­nen unos cam­pos de luz fas­ci­nan­tes en sus varia­cio­nes infi­ni­tas que se modu­lan con la ilu­mi­na­ción idó­nea y el movi­mien­to del espec­ta­dor. Tras una obser­va­ción dete­­ni­­da-her­­ma­­na nece­sa­ria de la con­­te­m­­pla­­ción- uno lle­ga a pen­sar y sen­tir que tie­ne enfren­te cam­pos de ener­gía sus­pen­di­dos en el espa­cio aho­ra mági­co de la sala.

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