Domicilio Particular: Arte para dar valor vital a un inmueble

Ana Serratosa interviene con los artistas de su galería el edificio rehabilitado de Cabillers 5, junto a la plaza de la Reina

 

Cabillers, así llamaban a los peluqueros que trabajaban toda suerte de peluquines en la Valencia gremial. En esa época las biografías apócrifas sitúan a Ausiàs March, halconero y genial poeta del Veles e vents nacido en una alquería cercana a Gandía, en esta misma calle de Valencia, puede incluso que en la misma antigua casa que ocupase el actual inmueble de policía número 5 según atestigua una placa conmemorativa.

En los bajos de esta calle estuvo también la imprenta de Manuel Girona, y aún antes, en el mismo número 5 se imprimía desde el verano de 1840 el periódico liberal Diario Mercantil, antecedente del Levante-EMV. Tal vez ese pedigrí hiciera que por una vivienda cercana de la misma calle habitasen estudiantes que se convirtieron en periodistas de los años 80 y 90 como J.R. García Bertolín, Juli Esteve, Abelardo Muñoz, Antonio Cambril o un servidor, Juan Lagardera. O que el primer trabajo conocido de Ferran Torrent antes de triunfar en la literatura negra fuera de agente comercial de los cromos que editaba la imprenta de Girona. Muy cerca de allí, también, estuvo la agencia de publicidad Publipress, de la que fueron socios personajes como Andreu Alfaro o Vicent Ventura.

Las vueltas que da la vida en la calle Cabillers, no llega a cien metros de vía que conecta Avellanas con la plaza de la Reina, dedicada en tiempos a María de las Mercedes, hija del duque de Montpensier y consorte de Alfonso XII, posiblemente hijo del militar Puigmoltó y Mayans, conde nacido en Ontinyent. Estamos pues en el corazón de la Valencia isabelina, y a ese estilo arquitectónico de aquella época, conocido como historicista o ecléctico, pertenece el edificio actual de Cabillers 5. Adquirido en su totalidad, ha sido rehabilitado de arriba abajo con gusto exquisito por el conocido interiorista Salvador Villalba (ex Santa&Cole). Las grandes viviendas decimonónicas han dado paso a múltiples apartamentos de alto confort moderno y seguridad máxima (lo ha dotado de sistemas novedosísimos el experto Ángel Ollero), pero al modo «vienés», las estancias no han perdido ni un ápice de su valor histórico.

 

La rehabilitación por sí sola sería magnífica. Ha incorporado al edificio todos los acondicionamientos y climatizaciones, ascensor, cocinas vanguardistas, una brillante y respetuosa sobrebarandilla e incluso una lujuriosa pequeña piscina en la terraza superior desde la que se domina un paisaje asombroso: el enorme cimborrio con sus ventanales de alabastro de la Catedral, el Miguelete al fondo, Santa Catalina, la cúpula del Palacio Arzobispal…

Su promotora, sin embargo, quería algo más. Ana Serratosa es, ante todo, galerista de arte contemporáneo. Lleva años en un recorrido solitario apostando por intervenir en los espacios públicos de la ciudad. Lo hizo llenando las calles de esculturas marmóreas de la pareja de artistas alemanes Venske and Spanle –los smörfs–, de proyecciones sobre árboles y edificios con Javier Riera, o actuando con nidos y voces del belga Bob Verschueren en el jardín del Turia.

La galerista ahora ha ido un poco más lejos y ha decidido provocar una múltiple intervención de sus artistas en Cabillers 5. Lo ha llamado Domicilio Particular, y supone una experiencia insólita que aúna la iniciativa empresarial de la promoción inmobiliaria con la incorporación de una visión artística. Ana Serratosa viene a demostrar con su propuesta que no existen negocios empíricos, sino que estos también se basan en la empatía espiritual de los valores y emociones que difunden. Nietzsche ya dejó dicho que “el arte tiene más valor que la verdad», para concluir el filósofo alemán que «sin arte la vida sería un error». Más garrafal todavía en la propia casa, en el hogar, principio de los roces de la intimidad humana.

Fiel a sus artistas, Ana Serratosa ha dejado al teórico Pedro Medina al mando de las operaciones. El espectáculo estético empieza en la calle misma, pues lo que fue un bajo industrial alberga ahora una pieza lumínica de Javier Riera, en línea con el trabajo intervencionista de artistas como Dan Flavin, Robert Irwin o el espectacular Carsten Holler. La pieza dejará boquiabiertos a los transeúntes nocturnos de Cabillers en un salto de percepciones que le tranportarán del siglo XIX al XXI.

 

 

Una vez dentro del inmueble alcanzamos el espacio privado aunque en escenarios comunales. El vestíbulo de mármol acoge como si fueran floraciones del propio material dos smörfs de Venske and Spanle, y en el arranque de la misma escalera una pieza humana de polvo de piedra de Bernardí Roig parece que sostiene sobre su cuerpo toda la materia, al modo de los gigantes de Ignacio Vergara, también de alabastro, del cercano palacio del Marqués de Dos Aguas. La escultura antropomorfa de Roig se completa con una serialidad de neones, en línea también con la corriente lumínica de la que hemos hablado, muy actual aunque en su día ya tuvo escultores que investigaron en sus posibilidades como fue el caso de Naum Gabo.

Los smörfs de Venske and Spanle
La escultura de Bernardí Roig parece sostener la barandilla.

 

Ascendemos por las escaleras de la mano de las siluetas de ciervos que proyecta el mismo Javier Riera pero al tiempo vemos aparecer una serie de ramas continuas que parecen ir atrapando las paredes, y de las que surgen poemas. Las ramas no pueden ser más que de Verschueren, el escultor de la naturaleza, acompañado en la tarea poética por el trabajo antológico de su compañera Dominique Sitoban. Luego seguimos subiendo hasta los pisos con rellanos que ocupan los habitáculos del ascensor, huecos intervenidos por José Albelda, pintor de chimeneas y flores, que ha transformado esos espacios en una especie de capillas góticas gracias al empleo de pan de oro. Y frente a ese brillo que articula un emotivo jardín de flores secas alcanzamos un recoveco sutil, intervenido por la artista persa Shirin Salehi, una delicia de los sentidos.

Ramas y poesías de Ausiàs March recorren la escalera. Obra de la pareja Bob Verschueren y Dominique Sitoban.
Tres imágenes de la intervención en los huecos del ascensor, de José Albelda.
La pieza de Shirin Salehi.

Finalmente se llega a la terraza, también común, desde la que avistar la ciudad de las cien cúpulas y campanarios que describió Victor Hugo. Allí el que sobrevuela, sin embargo, es su colega francés de las letras, Stendhal: «Ir sin amor y sin arte por la vida es como ir al combate sin música, como emprender un viaje sin un libro, como ir por el mar sin brújula o estrellas que nos orienten». O simplemente, contemplar el cielo.

 

 

 

 

 

 

 

Valencia City

El pulso de la ciudad

No Comments Yet

Leave a Reply

Your email address will not be published.