Reflexión a propósito de la vida y trayectoria del bioquímico e investigador valenciano Santiago Grisolía
Don Santiago Grisolía nos acaba de dejar con 99 años. Alguien extraordinario cuya vida y trayectoria personalizan una de las escasas singularidades que ha conseguido que los valencianos nos relacionemos de modo más frecuente e intenso con la ciencia, la sabiduría y la alta excelencia científica.
Ha sido una de las principales singularidades científicas valencianas, que son fáciles de recordar porque no son muchas. Pongo algunos ejemplos, aunque me arriesgue a no citar otros merecimientos. Desde Ramón y Cajal –que, aunque no nació en Valencia, sí que vivió un tiempo en nuestra ciudad, en la calle Pizarro número 7–, hasta el gran historiador de la medicina José María López Piñero. Hemos tenido más científicos sabios: el investigador Eduardo Primo Yúfera, el matemático Manuel Valdivia y su discípulo Manuel López Pellicer; y entre los que aún ejercen destacaría al físico José Bernabéu (IFIC); al neurocientífico Álvaro Pascual-Leone (Harvard); al científico de la súper computación José Duato (UPV); al gran científico de la química Avelino Corma (UPV-ITQ); al extraordinario investigador de la comunicación cuántica Josep Capmany (iTeam, UPV); al virólogo Luis Enjuanes (CNB-CSIC), al científico de la computación, inteligencia artificial y doctor en lógica y filosofía José Hernández-Orallo (UPV, Cambridge); al investigador de ciencias de la computación Bernardo Cuenca Grau (Oxford); y, finalmente como ejemplo destacado de absoluta actualidad, al joven físico, y sin embargo también sabio (eso en ciencia y matemáticas, por ejemplo, no es una contradicción sino todo lo contrario) Pablo Jarillo-Herrero, que es hoy ya una referencia mundial por haber abierto un área nueva en vanguardia de la física de la materia condensada con su descubrimiento del “grafeno bicapa de ángulo mágico”, declarado el mejor descubrimiento mundial en física de 2018 []. Todos los citados son valencianos y, todos, auténticas singularidades valencianas científicas a contra corriente, fruto del mérito, la determinación y la obstinación científica. Determinación, obstinación y tenacidad similares a las del también valenciano Santiago Grisolía.
Todos ellos han sido y/o son sabios, pero ¿en qué se diferencian estos casos con respecto a don Santiago Grisolía? Pues en que todos ellos son casi unos perfectos desconocidos para la inmensa mayoría de la sociedad valenciana y, sin embargo, don Santiago era todo lo contrario a este respecto. Era bien conocido por la mayoría del pueblo valenciano. Ese fue un gran logro suyo. El de su proyección pública, tan respetada, que consiguió que su trayectoria y enorme hacer fuera reconocido entre sus paisanos, cosa que otros sabios con igual o mayores méritos científicos no han conseguido. Tal vez, en el caso del resto porque tampoco lo pretendían, a pesar de que eran y son respetados en todo el mundo, por más que sus paisanos les ignoremos. Porque, seamos sinceros, la gran mayoría de valencianos poseemos una cultura bastante acientífica, y es algo masivo aquí entre nosotros el que no nos acabemos de enterar de que, precisamente la ciencia y sus aplicaciones, constituyen una de las razones esenciales que nos posibilitan nuestro actual nivel de vida.
Un hombre de carácter
Don Santiago era un hombre de carácter, naturalmente con sus luces y sus sombras, para algunos más que para otros. No se llevaba bien con todo el mundo y aunque era capaz de ser extremadamente diplomático, no siempre, y no con todos, ejercía de ello. Su carácter no era fácil. Debido a su fuerte personalidad y a sus convicciones, no se andaba con remilgos, pero también porque atendía antes que a nadie, a su propio motor interior que le orientaba, con su proverbial tenacidad, a defender, persuadir y convencer sobre lo que él consideraba sus propósitos esenciales siempre en relación a la ciencia, alejados de modas u oportunismos, políticos o no. Y para eso vivía el cien por cien del tiempo, y disponía del total de su energía humana, hasta el último aliento, como así ha sido, a punto de cumplir cien años.
Ya fuera el Rey y jefe de Estado, o la Reina; los políticos y gobernantes de turno, le respetaron desde los sucesivos gobiernos –tanto los de la izquierda como los de la derecha, a quienes garantizaba sin pretenderlo una foto esencial con sabios de todos los campos–. Todos eran conocedores de su legendaria capacidad de convocatoria. Y no hemos de olvidar lo que consiguió con grandes empresarios –casi milagroso en Valencia–: unirlos alrededor de científicos de alta excelencia, atrayendo hacia sus actividades científicas públicas financiación muy seria generada por empresarios (con Vicente Boluda Fos a la cabeza, como ejemplo) y lo mismo de destacadas compañías. Una auténtica proeza que consiguió Grisolía en Valencia casi en exclusiva. No hay ejemplos similares.
Al tiempo era respetado por muchos grandes científicos, que lo demostraban viniendo unos días a Valencia cada año desde todo el mundo, incluyendo decenas de Premios Nobel que, gracias a él han conocido Valencia y a sus jóvenes y destacados alumnos universitarios. Reunió Grisolía a las más altas voluntades dispuestos a colaborar con él en situar a la valenciana en el mapa de las sociedades más avanzadas. Este era otro de sus empeños. Acercar a la sociedad valenciana lo más posible a la ciencia y a la cultura fue para él su misión primordial. Presidió también durante años el Consell Valencià de Cultura [https://cvc.gva.es/es/] porque pensaba que la ciencia y la cultura no se deben leer en páginas separadas. Y Grisolía lo demostraba continuamente con sus ingentes actividades, sincrónicas en los dos ámbitos, al unísono. Ciencia es cultura, como dice el físico José Bernabéu.
Una biografía también singular
Su infancia, tras nacer el 6 de enero de 1923 en Valencia, y su niñez, por las circunstancias familiares, transcurrió entre Valencia, Dénia, Xàtiva, Lorca y Cuenca. Su adolescencia, caracterizada, según los que le conocieron como niño y como joven, era guiada por una curiosidad y una ambición casi ilimitadas.
Pero un sabio singular no nace, sino que se hace. Esa misma ambición juvenil le hizo subir su listón personal y visto lo que le rodeaba, tras licenciarse en Medicina en la Universidad de Valencia en 1944, marchó a Madrid para hacer su doctorado, lo que consiguió en 1949. Hay quien dice que su extraordinaria habilidad para rodearse de las mejores compañías fue clave para fijar sus objetivos, llegar e integrarse con lo mejor de la ciencia, más en concreto la vanguardia de la bioquímica, una de las principales fronteras de entonces. Su tenacidad le hizo dedicarse a una ingente labor docente e investigadora durante muchos años en diversos lugares de Europa y EE UU como profesor de bioquímica y biología, por ejemplo, en las universidades de Kansas, Chicago y Wisconsin donde amplió sus investigaciones sobre el ciclo de la urea, demostrando como la citrulina es un intermediario de este ciclo.
Si embargo, lo que cambió su vida fue conseguir investigar como “postdoc”, realizando trabajos sobre la fijación del anhídrido carbónico bajo la supervisión del gran Severo Ochoa en la Universidad de Nueva York, tema en el que siguió trabajando intermitentemente el resto de su vida. Y eligió muy bien –como así mismo hicieron Eladio Viñuela y la gran Margarita Salas–, porque posteriormente mantuvo la relación con el gigante español de la ciencia Severo Ochoa.
Su estancia en Nueva York la hizo en un periodo crucial, ya que Ochoa, el gran científico español, llevaba desde 1954 inmerso especialmente en investigar la fosforilación oxidativa, lo que le llevó a descubrir en 1955, y aislar, una enzima de la célula bacteriana Escherichia coli, que él denomina polinucleótido-fosforilasa y que luego es conocida como ARN-polimerasa, cuya función catalítica es la síntesis de ARN (ácido ribonucleico), la molécula necesaria para la síntesis de proteínas. Con esa enzima, Ochoa consigue por vez primera la síntesis del ARN en laboratorio, a partir de un sustrato adecuado de nucleótidos (sus componentes elementales). Ha de tenerse en cuenta que cuando Grisolía estuvo trabajando con Ochoa, este era ya un prestigioso científico y un respetado intelectual, pero no fue hasta 1959, varios años después, cuando el bioquímico norteamericano Arthur Kornberg, también discípulo de Ochoa, sumó la demostración de que la síntesis de ADN también requiere otra enzima polimerasa, específica para esta cadena, por lo que ese año fue cuando ambos fueron premiados con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus descubrimientos. Era 1959.
Hoy en día, décadas después todo aquello, escuchar lo del ARN ya no nos parece tan raro, sino que nos resulta familiar desde que hemos sido inoculados masivamente, y precisamente, con vacunas de ARN mensajero (ARNm) para protegernos contra la COVID-19.
Fundación Valenciana de Estudios Avanzados
Comparto con algunos amigos de la ciencia que una de las cosas que dolía a Grisolía es que España solo haya tenido dos premios Nobel en ciencia: Santiago Ramón y Cajal en 1906 y, el último hasta ahora, el de Severo Ochoa en 1959, o sea, hace nada menos que 63 años. Y desde entonces ni un Nobel español más en ciencia. Creo que esa dolorosa sensación iba unida a otra obsesión, el conseguir que la sociedad valenciana uniera su destino al de la ciencia y renovara su relación con la cultura. De esas obsesiones y de su tenacidad son fruto el que, junto a Vicente Iborra, Ramón Rodrigo y María del Carmen Casañ, co-fundaran la FVEA, Fundación Valenciana de Estudios Avanzados [https://fvea.es/] haciendo, por cierto, un guiño en su denominación al famoso Institute for Advanced Study. IAS de Princeton, en Nueva Jersey, lugar de acogida de grandes científicos como Albert Einstein o John von Neumann, entre otros, tras su emigración de Europa a los EE UU.
Así que la propia denominación de la fundación ya encierra toda una declaración de intenciones tanto en la búsqueda de la excelencia como en su carácter científico multidisciplinar. ¡Y esto en octubre de 1978! cuando la cultura científica, tanto en España como en Valencia, era casi un erial y liderar este tipo de iniciativas era ir de verdad a contracorriente, sobre todo cuando lo que se intenta con esa iniciativa es “Contribuir a promover y potenciar el desarrollo del conocimiento científico y cultural en la Comunidad Valenciana.” Algo que debería ser una obviedad pero que sigue sin serlo.
Pero lo que más ha proyectado al gran público valenciano la singularidad científica valenciana de Santiago Grisolía ha sido el convencer a la Generalitat Valenciana desde la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados, para institucionalizar la Fundación Premios Rey Jaime I –desde 2018 Fundación Premios Rei Jaume I [https://bit.ly/3byHQo3]–, con la ayuda de financiación empresarial y privada. No fue fácil. Estos se iniciaron en 1989, año de su creación, cuando sólo se otorgó en el área de Investigación. Posteriormente, tras conseguir una adecuada financiación, se fueron agregando Premios Jaume I en más áreas: Investigación Básica, Economía, Investigación Médica, Protección del Medio Ambiente, Nuevas Tecnologías, Urbanismo, Paisaje y Sostenibilidad y “Al Emprendedor”. Los Premios son de ámbito nacional, los mejor dotados económicamente en España, de convocatoria anual y cada uno con 100.000 euros, medalla de oro y diploma. Los premiados (Grisolía estaba también empeñado en que hubiera retorno a la sociedad valenciana), además, forman parte del Alto Consejo Consultivo en Investigación y Desarrollo de la Presidencia de la Generalidad Valenciana con el fin de asesorar a dicha Presidencia en materia de investigación, desarrollo e innovación tecnológica.
Los Premios Jaime I y la búsqueda de la excelencia científica desde Valencia
La combinación de la celebración de la entrega de los Premios en Valencia se ha llegado a convertir en una auténtica fiesta de la ciencia (ahora también de la sostenibilidad y el emprendimiento), ya que Grisolía y el equipo de la Fundación Jaime I han conseguido medios y convencido a más de 20 premios Nobel de todos los campos científicos para que, cada año, vinieran a pasar unos días a Valencia para participar en las deliberaciones como jurados y para algo aún más importante de cara a nuestros jóvenes: para que visitaran las universidades públicas valencianas y se reunieran con sus alumnos al objeto de debatir directamente con ellos sobre temas científicos, de investigación y de innovación. Miles de alumnos y alumnas de universidades públicas valencianas que no habían visto en persona, en carne y hueso a Premios Nobel alguno, les han podido preguntar y debatir con ellos directamente gracias a la iniciativa de los Jaime I. Un privilegio que Grisolía (también estaba convencido de ello y era otro de sus objetivos) pensaba que podría ilusionar a jóvenes para elegir la ciencia como su destino laboral. Estoy seguro de que habrá sido así en muchos casos.
Tengo pruebas: este año, 2022 ha formado parte del jurado de los Jaime I el sabio de solo 46 años, Pablo Jarillo-Herrero, un gran físico valenciano cuya infancia transcurrió en Mislata, que actualmente es investigador y profesor del MIT y cuyo descubrimiento en 2018 ha abierto una nueva área en la física de la materia condensada y que los físicos han bautizado como “twistronics” []. Pablo es otra de las grandes singularidades científicas valencianas que citaba al principio (su alma mater es la Universitat de València) y cuya vida cambió un profesor de su facultad que le animó a presentarse a una olimpiada de matemáticas que se celebraba en la UPV. Y de ahí se orientó a hacer de la física su vida. Este extraordinario físico, tan solo unos días después de ser de jurado de los Jaime I, ha organizado en Valencia una conferencia a la que han venido los mejores investigadores del mundo de la absoluta vanguardia en materiales bi-dimensionales y dispositivos cuánticos: Frontiers of Quantum Materials and Devices Conference. FQMD — Spain, Jun 20–24, 2022 []. O sea que la obsesión de Santiago Grisolía del “retorno a la sociedad valenciana” funciona, por más que los valencianos se obstinen mayoritariamente en ignorarlo, y también la mayoría de sus gobernantes, ninguno de los cuales asistió al arranque de esa extraordinaria conferencia, todo un meeting tecnológico que, fue financiado nada menos que por la Universidad de Harvard, el MIT o Howard entre otros centros académicos norteamericanos, y por la Fundación Moore (la del co-fundador de Intel y autor de la famosa Ley de Moore, el ingeniero y científico Gordon Moore), la fundación californiana Hieising-Simons y por la fundación castellonense Mauricio y Carlota Botton que, tradicionalmente, apoya a los doctorandos y la investigación en física. La investigadora del grafeno Eun-Ah Kim de la Universidad de Cornell (EE UU) expresó al inicio de su ponencia un emocionado agradecimiento a Jarillo-Herrero por traerles –dijo literalmente– “…a Valencia, una ciudad tan mágica”. Fui testigo de ello.
Agradecimiento a un legado imborrable
Para terminar con la gigantesca labor de Santiago Grisolía, tengo varios agradecimientos personales que dedicarle. El primero, en relación a su denodado empeño para que, al menos parte del legado de Severo Ochoa, se conserve y contemple en Valencia (toda la segunda planta del Museo de las Ciencias de Valencia está dedicada a la trayectoria de nuestro científico valenciano en el espacio “El legado de la ciencia” junto a Severo Ochoa, Ramón y Cajal, y Jean Dausset). Es un legado imborrable. El segundo agradecimiento personal al profesor Grisolía, junto a Elena Bendala de la FVEA, tiene que ver con su amabilidad al abrirme tanto las puertas del Consell Valencià de Cultura para dirigirme a sus miembros, como después, en varias ocasiones, las de su Fundación para participar en debates científicos, así como también [] para presentar mi libro De Neuronas a Galaxias publicado originalmente en inglés por el MIT y la Universidad de Oxford [https://deneuronasagalaxias.com/]. Lo presentamos en la Noche Europea de la Ciencia tras la aparición de su versión castellana en el sello PUV de la Universitat de València, gracias a la perseverante tenacidad de su entonces Vicerrector de Cultura, Antonio Ariño, quien siempre promovió desde La Nau la fertilización cruzada entre ciencia, cultura y humanidades.
El tercer agradecimiento personal es porque gracias a la Fundación Jaime I, al insigne físico y jurado de los Premios, José Bernabéu –otra de las singularidades valencianas citadas al principio–, además del entonces rector de la UPV Francisco Mora, pude acordar y luego realizar, en el backstage de los Premios Jaime I, una larga y privilegiada conversación de más de una hora, y a solas, con el carismático físico, descubridor de la “libertad asintótica” y Premio Nobel de Física, Frank Wilcek, conversación que se publicó integra en la edición española del citado libro, publicado en esta ocasión por la Universitat de València []; y que, además hace muy poco, en mayo de 2022, suscitó el interés del propio MIT, que lo ha publicado en su plataforma de textos escogidos The MIT Press Reader [], y que el propio departamento de física del MIT lo sindicó para todos sus miembros []. Por último, –y esta mención si es más personal–, mi agradecimiento por conseguir la venida a Valencia de tantos premios Nobel casi todo ellos singularidades científicas de diversa especie. Solo pondré un ejemplo de los más exóticos. Gracias a ello pude escuchar y preguntar entre muchos otros, además de a Frank Wilzcek, al extraordinario físico y discreto Nobel Sheldon Lee Glashow [] co-autor de la teoría “electrodébil”, de quien los guionistas de mi serie favorita The Big Bang Theory tomaron su nombre para nombrar al protagonista Sheldon Cooper, interpretado magistralmente por el actor Jim Parsons. Por cierto, regalo al lector algo de lo que dijo en aquella memorable sesión en la UPV, Lee Glashow: “Imaginen que quiero hacer un semestre de física en Europa, ¿Adónde iría?, ¿A Copenhague? Mmmmm, no gracias. ¿A París? ¿Londres? No, no. No me malinterpreten, son sitios estupendos. ¿Cambridge?, ¿Oxford? Tampoco. Si tuviera que escoger un lugar, elegiría Madrid o Valencia. A lo mejor, ustedes no saben lo bueno que es su país”.
Finalmente, como valenciano, quiero declarar mi sentido, inmenso y eterno agradecimiento a Santiago Grisolía por sus esfuerzos por evitar el olvido inmemorial y reiterado de una parte considerable del pueblo valenciano a la ciencia y a los científicos, que gracias a él hoy es mucho menor en la sociedad valenciana actual. Espero que sus logros y su memoria hagan que nuestros más ilusionados jóvenes se miren en el ejemplo de este sabio, una de las más grandes singularidades científicas valencianas, que será para ellos, estoy seguro, un ejemplo inagotable a seguir. Mis sentidas condolencias a su familia, a los miembros de la FVEA y la Fundación Jaime I; y a todos los valencianos, que hoy somos menos ricos en sabiduría por esta pérdida irreparable. Que la memoria de su obra y sus conquistas científicas no se olviden nunca en la sociedad valenciana. Así sea.
- Adolfo Plasencia, autor de este artículo, es divulgador científico, autor del libro De Neuronas a Galaxias, una serie de entrevistas con los investigadores más importantes del mundo.
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