El escritor, crítico y cineasta Alberto Adsuara ajusta cuentas con el mundo de los críticos en «Lo patético del arte»

El escri­tor, crí­ti­co de arte, cineas­ta Alber­to Adsua­ra.

Alber­to Adsua­ra (Valen­cia, 1961) escri­tor, crí­ti­co de arte, cineas­ta y pro­fe­sor en la ESAT (Escue­la Supe­rior de Arte y Tec­no­lo­gía). Es autor de obras como El lacó­ni­co, un hom­bre de cine, 17 razo­nes para no ser artis­ta o De un espec­ta­dor can­sa­do, entre otros.

Lo paté­ti­co del arte fue escri­to hace  años pero ha deci­di­do publi­car­lo aho­ra. La cues­tión que abor­da no ha per­di­do actua­li­dad: se ha inten­si­fi­ca­do. El tono y la acti­tud que emplea es mili­tan­te­men­te polé­mi­co. Todo vie­ne a pro­pó­si­to de unos pie­zas de Bar­net New­man, artis­ta vin­cu­la­do al movi­mien­to del expre­sio­nis­mo abs­trac­to ame­ri­cano.

Adsua­ra efec­túa afir­ma­cio­nes como ésta: «En un Museo (de Arte Moderno) nadie duda de que lo que ve es Arte por mucho que pudie­ra no gus­tar a miles de espec­ta­do­res, por­que eso es de lo que se tra­ta­ba : de que nadie pudie­ra dudar del esta­tus de los arte­fac­tos expues­tos».

Sólo los exper­tos están capa­ci­ta­dos para enten­der el arte con­tem­po­rá­neo y sólo ellos pue­den ser­vir de inter­me­dia­rios entre la Obra de Arte y el espec­ta­dor. Este Arte vie­ne a una suer­te de com­plot de exper­tos. Todo espec­ta­dor no ini­cia­do está con­de­na­do a no saber y, todo lo más, a sen­tir.

Solo la incom­pren­sión gene­ra­li­za­da garan­ti­za, no sólo la per­vi­ven­cia del Arte Con­tem­po­rá­neo, sino lo que es mucho más impor­tan­te, «la con­fir­ma­ción de que lo his­tó­ri­co es incues­tio­na­ble».

En rela­ción con este arte, Adsua­ra intro­du­ce un símil per­tur­ba­dor:

«La correc­ción polí­ti­ca es una prác­ti­ca de Poder y no es más que un meca­nis­mo por el que los mis­mos pro­ble­mas que se denun­cian des­de el ejer­ci­cio aca­ban sien­do ren­ta­bles para ese poder y, por tan­to, hacen su exis­ten­cia nece­sa­ria. De la mis­ma mane­ra que los pro­ble­mas de géne­ro y del mul­ti­cul­tu­ra­lis­mo etc. nun­ca se solu­cio­nan, y por ello sólo se lucran de ellos quie­nes plan­tean  la solu­ción al pro­ble­ma (des­de el ejer­ci­cio del poder), tam­po­co se solu­cio­na nun­ca el pro­ble­ma de la incom­pren­sión del arte, mien­tras que de ello sólo se lucran los encar­ga­dos de per­pe­tuar la incom­pren­sión».

Vie­ne lue­go  una  inter­pre­ta­ción en tér­mi­nos his­tó­ri­cos:

«La Filo­so­fía es una cons­tan­te en el Arte des­de que éste se des­em­ba­ra­zó de la cos­tum­bre de valo­rar las cosas en fun­ción de la maes­tría. Y como valo­rar las cosas a tra­vés del gra­do de maes­tría de un indi­vi­duo —ya pro­vi­nie­ra de un pri­vi­le­gio inna­to (don) o uno adqui­ri­do (apren­di­za­je)— tenía todos los visos de ser anti­de­mo­crá­ti­co para los finos espí­ri­tus liber­ta­do­res de fina­les del siglo XVIII; pues la maes­tría como cri­te­rio se eli­mi­nó en aras de cons­truir un mun­do mejor y, sobre todo, más igua­li­ta­rio, más libre. Toda Obra de Arte se ten­dría que jus­ti­fi­car a par­tir de la auten­ti­ci­dad de un indi­vi­duo que care­cien­do de un don o de un baga­je demos­tra­ble, decía tener el mis­mo dere­cho que cual­quier otro a expre­sar­se artís­ti­ca­men­te. Así el Pen­sa­mien­to acu­dió en res­ca­te del Arte, aun­que fue­ra a cos­ta de per­der todo eso, gra­cias a lo cual el Arte se cons­ti­tu­yó en Moderno».

Adsua­ra obser­va que ante el Arte de Van­guar­dia, un exper­to pide que nos des­pre­jui­cie­mos; en reali­dad,  nos pide que cam­bie­mos nues­tros pre­jui­cios por el Gran Pre­jui­cio nor­ma­ti­vo, el que han ela­bo­ra­do los exper­tos.

En cuan­to con polí­ti­ca museís­ti­ca de nues­tro país,  una mor­daz des­crip­ción cos­tum­bris­ta: «No hay pro­vin­cia que ceje en su empe­ño de tener su pro­pio museo de arte con­tem­po­rá­neo; ni gran empre­sa­rio que no colec­cio­ne, sub­ven­cio­ne, finan­cie o done. Des­gra­van­do. O blan­quean­do».

Vin­cu­la el eso­te­ris­mo  ilus­tra­do de las van­guar­dias con  nue­vas for­mas de dis­tin­ción social (en el sen­ti­do de Bour­dieu) y, en últi­mo tér­mino, modos  de ejer­cer poder por vía de la admi­nis­tra­ción sacra­men­ta­da de cier­tas moda­li­da­des de gus­to.

El arte con­tem­po­rá­neo sería un equi­va­len­te lai­co de los  mis­te­rios sacros.  Su con­di­ción de exis­ten­cia se fun­da­men­ta­ría en su incom­pren­si­bi­li­dad. Teó­lo­gos en el caso segun­do, y exper­tos y her­me­neu­tas en el pri­me­ro, serían los úni­cos capa­ci­ta­dos para apro­xi­mar­nos a tales enig­mas con  una cier­ta pro­bi­dad inter­pre­ta­ti­va e ins­ti­tu­cio­nal. 

El visi­tan­te de un museo de Arte y el devo­to de un esta­ble­ci­mien­to reli­gio­so  deben con­du­cir­se por la estric­ta obser­van­cia de  creen­cias. Que es el espec­ta­dor se sien­ta cul­pa­ble por su tor­pe­za inter­pre­ta­ti­va y  el devo­to por sus repren­si­bles fla­que­zas mora­les, resul­ta desea­ble y for­ma­ti­vo.

 Pero el Arte con­tem­po­rá­neo habría pasa­do de ser incom­pren­di­do  a sufrir una cre­cien­te  indi­fe­ren­cia y des­cré­di­to.

El escri­tor y acti­vis­ta Joan Fus­ter ejer­ció de apo­lo­ge­ta del arte con­tem­po­rá­neo;  lo carac­te­ri­za­ba a par­tir   del con­cep­to de  «des­cré­di­to de la reali­dad»; el pro­fe­sor Adsua­ra efec­túa  el tra­yec­to inver­so: pos­tu­la  la  soli­dez de la reali­dad fren­te al cre­cien­te «des­cré­di­to del arte con­tem­po­rá­neo».

Título: Lo patético del arte. Explicando la experiencia estética
Autor: Alberto Adsuara 
Editorial: Casimiro (2023)
Páginas: 116
Precio: 14 euros

Comparte esta publicación

amadomio.jpg

Suscríbete a nuestro boletín

Reci­be toda la actua­li­dad en cul­tu­ra y ocio, de la ciu­dad de Valen­cia