Basea vino al mundo con varias vueltas alrededor del cuello. Las ganas de Jesús Gor por emprender un proyecto personal de nuevo cuño coincidieron con el cierre de la hostelería derivado del Covid19. La primera en la frente.
El destino hostelero de Jesús Gor venía marcado por el negocio de sus padres, el popular restaurante La Gruta, ubicado en La Vall d’Uixó, con más de cincuenta años de trayectoria a sus espaldas. “Mi primer recuerdo relacionado con la hostelería es repartir folletos del restaurante familiar montado en bici. Y luego, servir bebidas a cambio de paquetes de cromos”.
Cumplidos los 19 años, Gor pasa a otro local familiar, esta vez ubicado en la playa de Canet, primero en sala y más tarde en cocina. Retoma los estudios de cocina, que compatibiliza con distintas estancias en restaurantes a lo largo y ancho de España para más tarde retornar al negocio familiar. “Es en ese momento”, recuerda Jesús, “cuando me doy cuenta de que lo que hago no me satisface. Buscaba algo más pequeño, más controlable”.
Gor sale de nuevo del paraguas familiar y recala un año en el Canalla Bar de Ricard Camarena. Pero siempre había tenido en perspectiva iniciar su andadura en solitario. Encontrar el local adecuado, en la calle Joaquín Costa, fue el inicio ‑algo accidentado- de Basea, un restaurante marcado a fuego ‑perdón- por las brasas. “Desde pequeño me gustaba acompañar a mi abuelo a quemar leña de naranjo. Era más feliz viendo el fuego que los dibujos animados. Tengo un punto pirómano”.
Gor tuvo claro el concepto de Basea desde su estancia en Mugaritz, donde Andoni Luis Aduriz le recomendó comer en Katxiña, en lo alto de Orio. La unión de brasa y producto en aquel local reafirmaron el concepto que Gor tenía en mente.
El cierre obligado en 2020, derivado de la pandemia, prácticamente con el restaurante de punta en blanco para su inauguración, fue un aprendizaje “extremo” para Jesús. Tras la reapertura de la hostelería, Basea abrió sus puertas con una recepción positiva. “Tenía claro que, en Valencia, el comensal te da una oportunidad porque hay una oferta muy amplia. Si fallas, no vuelve”, apunta Gor.
En estos cinco años, Basea ha evolucionado, un cambio que su dueño no tiene previsto detener. “Voy acercando el perfil del restaurante a los establecimientos vascos de producto, como Katxiña y otros asadores de Orio”. Para llegar a ello la pata que nunca puede fallar es la de la materia prima. “Mi mayor lucha ha sido encontrar el distribuidor adecuado. Hay locales que luchan por el precio, yo batallo por la calidad. Tenemos la inmensa suerte de vivir en una comunidad y en un país donde la calidad sobra, pero debes encontrarla. Hasta que la chuleta llega a la mesa hay un trabajo que muchos de los clientes no llegan a percibir. Me ha costado cinco años que los mejores proveedores me tengan en cuenta. A su vez, he testeado muchos proveedores. Algunos te dan calidad, pero no con la regularidad necesaria. Esa es una pelea que hay que hay que librar día tras día”.
Basea trabaja desde hace meses con Discarlux. “En ocasiones, cuando he ido a Madrid, a sus instalaciones, he podido apreciar los lomos marcados con nombres de restaurantes top y en ese instante piensas yo quiero estar ahí”.
Basea ofrece varias tipologías de carne: la de sidrería ‑como se refieren en Euskadi‑, en torno a los 70–80 euros, de raza Simmmental y procedente de Alemania; la frisona, de origen europeo, alimentación natural y una mayor infiltración; en tercer lugar, una carne con una mayor maduración (de 60 a 100 días), “pensada para un público muy específico”; y por último, carne de procedencia gallega, “lomos de 30 o 35 kg” seleccionados por Discarlux, procedentes de vacas gallegas con trazabilidad garantizada, con un precio que oscila entre los 120 y 140 euros/kg. “Son precios elevados, es una evidencia, pero es una opción destinada al cliente experto en carne, que puede apreciar los matices. Por mi parte, has de saber a quien vendes esta carne”, añade Gor.
Basea se adscribe a una tendencia gastronómica que ha contado en la ciudad de València con ilustres referentes como Norte, Aurora, La Vid, Askua, Easo Berri o, a unos pasos, Araguaney. Locales con un público reducido pero inasequible al desaliento. “Valencia está evolucionando”, apunta Jesús. “Hace unos años había apenas un puñado de sitios donde encontrar una buena chuleta y hoy en día el público acepta o entiende que puedas cobrar un precio determinado por un producto de una gran calidad. Si hablas de brasas, Valencia es una localidad que ha crecido muchísimo”.
Al igual que la percepción del público sobre la relación entre precio y producto, las cartas de vinos en los asadores han evolucionado más allá de la sota, caballo y rey basado en el “rioja de siempre”. Una evolución que ha impregnado la carta de Basea ‑con cerca de ochenta referencias‑, en buena parte gracias al propio interés de Jesús Gor. “Nuestra carta de vinos tiene referencias que maridan con cada tipo de carne y potencian el sabor de la chuleta, eso es obvio. Pero incluimos pequeñas sorpresas que se adecúan a otros platos que tienen mucha demanda, como es el caso del rodaballo, besugo, lenguado o San Pedro”.
La mirada de Jesús Gor oscila de la grabadora a la parrilla, que en breve cambiará en busca de una mayor comodidad y al mismo tiempo, con el objetivo de incrementar el producto que sale de las brasas. Gor no tiene en mente cambiar la orientación del restaurante, más bien perfeccionar ciertos aspectos, como la acústica, cava de vinos o cámaras de maduración. El futuro lejano puede llevarle a un local complementario, más informal y con una mayor interacción entre la cocina y el cliente. Pero siempre con el fuego como frontera.
Basea
Joaquín Costa, 26, Valencia.
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