Aun­que des­de hace años la fies­ta más hor­te­ra del año se aso­cia al terror, antes era sinó­ni­mo de cele­bra­ción infan­til o fami­liar

Lau­rie Stro­de (Jai­me Lee Cur­tis) y Michael Mayers (Tony Moran) en una esce­na de Hallo­ween, de John Car­pen­ter.

En 1978, tras el éxi­to de Asal­to a la comi­sa­ría del dis­tri­to 13, un joven­cí­si­mo direc­tor lla­ma­do John Car­pen­ter y su guio­nis­ta Debra Hills tra­ba­ja­ban en su pró­xi­ma pelí­cu­la: The Baby­sit­ter Mur­ders, sobre una niñe­ra aco­sa­da por un ase­sino. En el últi­mo momen­to, y siguien­do las reco­men­da­cio­nes del pro­duc­tor Irwin Yablans, deci­den intro­du­cir un peque­ño cam­bio: la acción trans­cu­rri­rá en el peque­ño pue­blo de Had­don­field (Illi­nois) el 31 de octu­bre, la noche que se cele­bra una de las fies­tas fami­lia­res más famo­sas de EEUU, y se titu­la­ría Hallo­ween.

Con un pre­su­pues­to de 300.000 dóla­res de la épo­ca, la cin­ta recau­dó más de 47 millo­nes solo en su país. A par­tir de enton­ces Michael Mayers se con­ver­ti­rá en uno de los per­so­na­jes más famo­sos de la his­to­ria del cine de terror, pro­ta­go­nis­ta de una saga de doce títu­los que —si hay que creer lo que nos han dicho— con­clu­yó por todo lo bajo (las crí­ti­cas han sido nefas­tas) con el estreno, el pasa­do día 14, de Hallo­ween: El final. Ni el regre­so de Jai­me Lee Cur­tis como Lau­rie Stro­de ha impe­di­do el fra­ca­so de taqui­lla

Has­ta enton­ces Hallo­ween había sido una fies­ta infan­til y fami­liar, y así lo había refle­ja­do el cine. Pero Car­pen­ter supo cap­tar el zei­geist de una fecha que se iba hacien­do mayor: el direc­tor no rede­fi­nió el fenó­meno, sino que tomó nota de su evo­lu­ción como espe­jo social. Una cons­tan­te que se ha repe­ti­do a lo lar­go de la his­to­ria, como expli­ca el ensa­yis­ta nor­te­ame­ri­cano David J. Skal en Hallo­ween. La muer­te sale de fies­ta.

Helen Fer­gu­son y Pat O’Ma­lley, en una esce­na de Chea­ters (Oscar Apfel, 1927), dán­do­lo todo en Hallo­ween.

Orígenes de la fiesta más hortera del mundo

Se sue­le con­si­de­rar que el ori­gen más inme­dia­to de la fies­ta más hor­te­ra del año es la tra­di­ción cél­ti­ca de Samhain (que con­me­mo­ra­ba el final del verano). Algu­nos van más allá y se remon­tan has­ta la Pomo­da, que se cele­bra­ba en la Anti­gua Roma, o a la Fies­ta de Todos los San­tos ins­ti­tui­da en el Papa Gre­go­rio III en el siglo VIII. Todo es cier­to en par­te, pero nada es La Ver­dad: tal y como lo cono­ce­mos, Hallo­ween es la suma de muchas tra­di­cio­nes y que, a su vez, ha sufri­do su pro­pia evo­lu­ción.

Lo que lle­gó al nue­vo con­ti­nen­te como una cele­bra­ción infan­til de la mano de emi­gran­tes irlan­de­ses que huían de la cri­sis de la pata­ta (1845 — 1849) se fue expan­dien­do len­ta­men­te mien­tras aña­día y res­ta­ba ele­men­tos. Así, sumó tra­di­cio­nes como la cos­tum­bre esco­ce­sa e ingle­sa de dis­fra­zar­se para el trick-or-trea­­ting —que se aña­dió a par­tir de los años 20— o el Jack’o’lantern (la famo­sa cabe­za de cala­ba­za, tam­bién de ori­gen inglés), que cuan­do lle­gó a EEUU se vin­cu­la­ba al Día de Acción de Gra­cias.

Por­ta­da del libro de David J. Skal.

Y esa tra­di­ción es la que poco a poco fue refle­jan­do el cine. Las pri­me­ras alu­sio­nes hay que bus­car­la en pelí­cu­las como The three of us (John W. Noble, 1914), The way a man with a maid (Donald Crisp, 1918), Do the dead Talk (Jack Mac­Cu­llough, 1920) o en la nomi­na­da al Oscar Chea­ters (Oscar Apfel, 1927). En nin­gún caso, la fies­ta tenía espe­cial impor­tan­cia en la tra­ma.

Este cam­bio, el de adqui­rir pro­ta­go­nis­mo, ocu­rrió cuan­do empe­zó a apa­re­cer en pelí­cu­las infan­ti­les. Ejem­plos son el cor­to de ani­ma­ción del enton­ces popu­lar Toby The Pup titu­la­do Hallowe’en (Sid Mar­cus, Dick Hue­mer y Art Davis,1931), en el que por pri­me­ra vez se men­cio­na la fies­ta en el títu­lo, o Betty Boop’s Hallowe’en party (Dave Fleis­cher, 1933).

Poco a poco Hallo­ween fue encon­tran­do su lugar en la peque­ña pan­ta­lla, y la lis­ta de títu­los en los que apa­re­cía iba cre­cien­do. Pero has­ta que E.T. deci­dió dis­fra­zar­se de fan­tas­ma con una sába­na agu­je­rea­da en la famo­sa pelí­cu­la de Ste­ven Spiel­berg, la mejor uti­li­za­ción de Hallo­ween en la gran pan­ta­lla había sido Cita en San Louis (Vicent Mine­lli, 1944), pro­ta­go­ni­za­da por una Judy Gar­land sobria.

La cin­ta repre­sen­ta muy bien el sen­ti­do del famo­so «Tru­co o tra­to», cuya tra­duc­ción más acer­ta­da sería «Tru­co o tras­ta­da», según la filó­lo­ga Lau­ra Ibá­ñez (tra­duc­to­ra de la obra de Skal). La obten­ción de dul­ces se basa­ba en el chan­ta­je: si alguien se nega­ba a pagar la mor­di­da podía espe­rar un cris­tal o una valla rota, o un ata­que con hari­na. Ade­más, la pelí­cu­la ha que­da­do como un tes­ti­mo­nio de la evo­lu­ción de la cele­bra­ción: las hogue­ras que hacían los niños en la calle con obje­tos vie­jos que se ve en la cin­ta —en plan fallas made in USA— son ya par­te de su his­to­ria.

Toby the Pup en el cor­to­me­tra­je Hallowe’en (Sid Mar­cus, Dick Hue­mer y Art Davis,1931).

Treinta años de paréntesis

La esca­sa rela­ción entre el cine de terror y Hallo­ween tie­ne su expli­ca­ción. Como géne­ro, expli­ca el valen­ciano Pedro Por­cel en Cine de Terror 1930–1939 (Des­fi­la­de­ro), vive una épo­ca dora­da des­de media­dos de los años 20 (gra­cias a un hall of fame que inclu­ye a Tod Brow­ning, Bela Lugoshi o Lon Cha­ney), y que alcan­za su apo­geo a prin­ci­pios de la déca­da siguien­te cuan­do la Uni­ver­sal se con­vier­te en la «fábri­ca de mons­truos».

Es la épo­ca de Drá­cu­la (Tod Bro­wing, 1931), Fran­kens­tein (James Wha­le, 1931), La momia (Karl Freund, 1932)… pero pron­to el mer­ca­do se satu­ra y, diez años más tar­de, el géne­ro se ha con­ver­ti­do (lite­ral­men­te) en una paro­dia de sí mis­mo: las otro­ra terri­bles cria­tu­ras se han pues­to al ser­vi­cio de los chis­tes de las pelí­cu­las de los humo­ris­tas Abbot y Cos­te­llo.

A mitad del siglo, Hallo­ween era una cosa tan ino­fen­si­va que, en 1958, se cele­bró por pri­me­ra vez en la Casa Blan­ca (a ins­tan­cias de Mary Gene­va “Mamie” Eisenho­wer, fer­vien­te cris­tia­na) y su popu­la­ri­dad se dis­pa­ró en todo Esta­dos Uni­dos, sobre todo cuan­do los Ken­nedy con­ti­nua­ron con la tra­di­ción.

Pero, sin la menor duda, por enci­ma de Car­pen­ter y Mine­lli, la gran pelí­cu­la sobre Hallo­ween se titu­la Es la gran cala­ba­za, Char­lie Brown (Bill Melen­dez, 1968), pro­ta­go­ni­za­da por los per­so­na­jes crea­dos por el genial dibu­jan­te Char­les M. Schulz. Estre­na­da por la CBS en 1966, la cade­na la emi­tió todos los años has­ta 2000. A par­tir de enton­ces, se pro­gra­mó has­ta 2019 en la ABC, tra­di­ción que ter­mi­nó cuan­do Apple TV se hizo con los dere­chos en 2020.

El terror como géne­ro cine­ma­to­grá­fi­co vol­vió en los 60, pero rele­ga­do a la serie B —inclu­so Z—, con direc­to­res como William Castle, Hers­chell Gor­don Lewis, Geor­ge A., Rome­ro, Tobe Hoper o Roger Cor­man, cuyos fans fue­ron los que rede­fi­nie­ron Hallo­ween y con­vier­tie­ron esas nue­vas influen­cias en los dis­fra­ces que han hecho de la fies­ta lo que es hoy. Mien­tras octu­bre se con­so­li­da­ba como el mes para las pelí­cu­las de mie­do (la Uni­ver­sal solía rees­tre­nar algún títu­lo) y, sobre todo, para las pro­mo­cio­nes.

Así, mien­tras la ima­gen icó­ni­ca de la bru­ja seguía siguien­do el mode­lo de El mago de Oz (Vic­tor Fle­ming, 1939), la momia, Drá­cu­la o el hom­bre lobo empe­za­ban a tomar las calles. Eso sí, la pri­me­ra pro­duc­to­ra que vio el filón fue Dis­ney al lan­zar sus pri­me­ras líneas de dis­fra­ces (las care­tas de la Uni­ver­sal lle­ga­ron des­pués). La semi­lla del dia­blo (Román Polansky, 1968), El exor­cis­ta (William Fried­kin, 1973) o La pro­fe­cía (Richard Don­ner, 1976) dig­ni­fi­ca­ron el géne­ro años des­pués, pero sin la mis­ma capa­ci­dad de crear mons­truos icó­ni­cos.

Dos niños en modo «Tru­co o tra­to» en Cita en San Louis (Vicent Mine­lli, 1944).

El terror toma las calles

Has­ta los años 70 Hallo­ween no empe­zó a ser sinó­ni­mo de terror. Tenía un aire mis­te­rio­so, eso sí, gra­cias a que Harry Hou­di­ni (el gran esca­pis­ta y caza­dor de espi­ri­tis­tas) había muer­to sobre el esce­na­rio un 31 de octu­bre. Exis­tía tam­bién una leyen­da negra que habían ido crean­do los medios de comu­ni­ca­ción a base de cara­me­los que eran en reali­dad dro­ga o cuchi­llas de afei­tar escon­di­das en las típi­cas man­za­nas que se repar­tían a los niños. Pero, como demos­tró años des­pués un estu­dio de Joel Best y Gerald T. Horiu­chi (pro­fe­so­res de la Uni­ver­si­dad Esta­tal de Cali­for­nia), no había una sola noti­cia entre 1958 y 1984 que per­mi­tie­ra sos­te­ner el mito.

La cosa cam­bió en 1974. Ese año, en el que la más­ca­ra más ven­di­da había sido la Richard Nixon, los peo­res augu­rios se hicie­ron reali­dad. Timothy Clark, de 8 años, murió al inge­rir una paji­ta con pica-pica a la que habían aña­di­do cia­nu­ro; su her­ma­na Eli­za­beth, de 5, y otros ami­gos se libra­ron de mila­gro.

Ronald Clark, el autén­ti­co «Hom­bre de los cara­me­los».

El ase­sino, al que a la pren­sa fal­tó tiem­po para bau­ti­za como Candy­man (el hom­bre de los cara­me­los), resul­tó ser Ronald Clark el padre de la víc­ti­ma que, aco­sa­do por las deu­das, había con­tra­ta­do dos segu­ros de vida de 20.000 dóla­res a nom­bre de sus reto­ños. Para evi­tar (sin éxi­to) las sos­pe­chas repar­tió más cara­me­los enve­na­dos entre los ami­gos de sus hijos, aun­que nin­guno se los comió. Pero, por fin, Hallo­ween tenía su ase­sino.

Este es el telón de fon­do que lle­vó a Car­pen­ter a com­prar una care­ta del capi­tán James T. Kirk de Star Trek, pin­tar­la de blan­co, y con­ver­tir­la en el ros­tro de Michel Meyers. Pero ¿ins­pi­ró Ronald Clark al famo­so ase­sino de la fic­ción? Pro­ba­ble­men­te no. El guion ori­gi­nal se alar­ga­ba varios días, pero para aho­rrar cos­tes en ves­tua­rio se deci­dió que todo ocu­rrie­ra la mis­ma noche. De lo que no cabe duda es de que el direc­tor dio a cono­cer la fies­ta por todo el mun­do y cam­bió la ima­gen que en EEUU tenía de ella.

En el cine, los inten­tos de amor­ti­zar la ono­más­ti­ca tam­po­co han sido tan­tos —si deja­mos de lado las doce entre­gas de la fran­qui­cia—. El mes de octu­bre es la fecha ideal para estre­nar un block­bus­ter de terror (así ocu­rrió con Pesa­di­lla en Elm Street, Saw, Para­no­mal Acti­vity…) aun­que otras como Pol­ter­geist, Scream o Expe­dien­te Warren: The Con­ju­ring lle­ga­ron a la gran pan­ta­lla en verano.

Lo que no ha teni­do mucho éxi­to es el inten­to de vin­cu­lar un títu­lo con la noche del 31 de octu­bre. Inten­tos no han fal­ta­do, pero nin­guno a lleg­doa a cua­jar: Tru­co o tra­to: Terror en Hallo­ween (Michael Dougherty, 2007) o Tru­co o tra­to (Patrick Lus­sier, 2019), por citar solo dos, no se comie­ron un colín, ni pare­ce que se lo vaya a comer la come­dia de Adam Sand­ler El Hallo­ween de Hub­bie (Ste­ven Brill, 2020) se pon­ga Net­flix como se pon­ga.

Jac­k’o’­Lan­tern tuvo sus 15 minu­tos de fama en Tru­co o tra­to: Terror en Hallo­ween (Michael Dougherty, 2007).

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