La clí­ni­ca de Fon­ti­lles, en 1927.

Fon­ti­lles fue una ciu­dad escon­di­da, que siem­pre nece­si­tó ser mos­tra­da. Esa es la idea que ins­pi­ra la expo­si­ción Fon­ti­lles la ciu­dad escon­di­da, orga­ni­za­da por la Uni­ver­si­tat de Valèn­cia en el Palau de Cer­ve­ró de la UV (Sala José Puche). La expo­si­ción Fon­ti­lles abre las puer­tas de esta ciu­dad ocul­ta e invi­ta a reco­rrer­la y cono­cer­la a tra­vés de una selec­ción de obje­tos, imá­ge­nes, docu­men­tos, soni­dos y voces que con­for­man la his­to­ria de quie­nes vivie­ron y cui­da­ron a las per­so­nas que allí resi­dían.

La expo­si­ción está comi­sa­ria por los pro­fe­so­res de His­to­ria de la Cien­cia de la Uni­ver­si­dad de Ali­can­te, Anto­nio Gar­cía Bel­mar e Inés Antón Dayas, y la pro­fe­so­ra de la Facul­tad de Bellas Artes de la Uni­ver­si­dad Miguel Her­nán­dez, Imma Men­gual, y reafir­ma el com­pro­mi­so de tres uni­ver­si­da­des públi­cas valen­cia­nas, las de Ali­can­te y la Uni­ver­si­tat de Valèn­cia, para dar a cono­cer la his­to­ria de Fon­ti­lles, a tra­vés de una expe­rien­cia total­men­te inmer­si­va, según des­ta­can el equi­po de comi­sa­rios, ya que res­ca­ta los obje­tos y voces de los que for­ma­ron par­te de esta ciu­dad. Un lugar que vivió en una cons­tan­te con­tra­dic­ción: «Había sido cons­trui­da para ser invi­si­ble, por­que fue el des­tino para las per­so­nas que pade­cían la enfer­me­dad de la lepra, pero a la vez nece­si­tó ser mos­tra­da per­ma­nen­te­men­te para reca­bar los apo­yos eco­nó­mi­cos y polí­ti­cos, públi­cos y pri­va­dos, nece­sa­rios para que Fon­ti­lles pudie­ra nacer, cre­cer y man­te­ner su acti­vi­dad duran­te más de cien años, sobre­vi­vien­do a una gue­rra, dos monar­quías, dos dic­ta­du­ras y una repú­bli­ca».  

En los albo­res del siglo XX, las pobla­cio­nes que se suce­dían a lo lar­go de La Vall de Laguar, en la Mari­na Alta ali­can­ti­na, vie­ron apa­re­cer, no sin rece­los, los pri­me­ros edi­fi­cios de una nue­va loca­li­dad que aca­bó toman­do el nom­bre del valle don­de se ubi­có. Escon­di­da entre las mon­ta­ñas y muy pron­to rodea­da de una alta y grue­sa mura­lla, esta nue­va pobla­ción ubi­ca­da en el valle de Fon­ti­lles cre­ció has­ta con­ver­tir­se en una peque­ña ciu­dad. Duran­te un siglo lar­go, más de 2.000 per­so­nas vivie­ron en Fon­ti­lles. Allí tra­ba­ja­ron y se divir­tie­ron, cui­da­ron y fue­ron cui­da­das. Como en otros muchos pue­blos, sí, pero uni­das en este caso por un secre­to común: la enfer­me­dad de la lepra, que las hizo dife­ren­tes a todas las demás.

La expo­si­ción Fon­ti­lles invi­ta a cono­cer un patri­mo­nio mate­rial e inma­te­rial que ha sido recu­pe­ra­do y pre­ser­va­do gra­cias a la cola­bo­ra­ción des­de hace más de ocho años entre la Uni­ver­si­dad de Ali­can­te y la Fun­da­ción Fon­ti­lles, y el apo­yo eco­nó­mi­co apor­ta­do por la Sasa­ka­wa Health Foun­da­tion, sien­do aho­ra acce­si­ble a tra­vés del por­tal Fon­ti­lles y la lepra en Espa­ña de la Biblio­te­ca Vir­tual Miguel de Cer­van­tes y con­sul­ta­ble en la sede del Archi­vo de la Dipu­tación de Ali­can­te. La expo­si­ción, que podrá visi­tar­se has­ta el 22 de junio, se com­ple­men­ta de un cui­da­do catá­lo­go sobre la ciu­dad escon­di­da de Fon­ti­lles, el espa­cio de las per­so­nas sanas y enfer­mas y la ciu­dad en la actua­li­dad.

Fon­ti­lles: la arqui­tec­tu­ra para un ais­la­mien­to en la Mari­na Alta

A fina­les del siglo XIX, la lepra era una enfer­me­dad endé­mi­ca en muchos pue­blos de la Mari­na Alta ali­can­ti­na. Allí fue don­de el jesui­ta Car­los Ferris Vila y el abo­ga­do Joa­quín Balles­ter Llo­ret deci­die­ron, en los pri­me­ros años del siglo XX, pro­mo­ver la crea­ción de un lugar don­de cobi­jar a las per­so­nas afec­ta­das por la lepra, pro­ce­den­tes de esta y otras comar­cas cer­ca­nas. A ellas se suma­ron con los años, cien­tos de per­so­nas pro­ce­den­tes de toda Espa­ña.

Se eli­gió el valle de Fon­ti­lles por ser un lugar solea­do, con agua abun­dan­te, bien ven­ti­la­do y pro­te­gi­do de los vien­tos del nor­te. Era, tam­bién, un lugar con una sor­pren­den­te asi­me­tría ópti­ca. Mien­tras que, des­de el valle, se divi­sa­ban los cam­pos de cul­ti­vo que se exten­dían has­ta la cos­ta de Denia y, más allá, has­ta la línea del hori­zon­te, don­de el mar se encon­tra­ba con el cie­lo, resul­ta­ba impo­si­ble ver­lo des­de nin­gu­na de las pobla­cio­nes veci­nas. A esta barre­ra natu­ral se unie­ron otras barre­ras arqui­tec­tó­ni­cas, des­ti­na­das a sepa­rar a los de den­tro de los de fue­ra, a los hom­bres de las muje­res y a los «sanos» de los «enfer­mos».

Los pla­nos y mapas con­ser­va­dos mues­tran el dise­ño de edi­fi­cios abier­tos para los sanos y cerra­dos sobre sí mis­mos para los enfer­mos; la for­ma de los espa­cios como la igle­sia, el tea­tro o los luga­res de tra­ba­jo y ocio, dise­ña­dos para estar todos jun­tos y man­te­ner­se sepa­ra­dos; o la intrin­ca­da red de cami­nos tra­za­da para evi­tar el encuen­tro entre unos y otros.

Luga­res de ais­la­mien­to como el de Fon­ti­lles fue­ron cons­trui­dos, duran­te el últi­mo ter­cio del siglo XIX y has­ta media­dos del siglo XX, en recón­di­tas mon­ta­ñas, en islas o en mean­dros flu­via­les de algu­nos paí­ses de Euro­pa y nume­ro­sos paí­ses de Amé­ri­ca, Áfri­ca, Asia y Ocea­nía. Terri­to­rios colo­ni­za­dos don­de la lepra fue per­ci­bi­da como un ries­go para la salud de las per­so­nas y metró­po­lis que sin­tie­ron la ame­na­za de un mal que cir­cu­la­ba sin con­trol por las rutas abier­tas en la expan­sión colo­nial. La pro­tec­ción del cuer­po social se hizo a cos­ta del sacri­fi­cio de miles de per­so­nas que, a jui­cio de lepró­lo­gos, gobier­nos y orga­ni­za­cio­nes reli­gio­sas y filan­tró­pi­cas, debían de ser ais­la­das para librar­las de un recha­zo social y un estig­ma que, para­dó­ji­ca­men­te, el ais­la­mien­to no hizo más que refor­zar.

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