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A propósito de David Chipperfield, premio Pritzker 2022

El arqui­tec­to bri­tá­ni­co David Chip­per­field.

La crí­ti­ca gas­tro­nó­mi­ca defi­ne elo­gio­sa­men­te al Bar do Por­to situa­do en Corru­be­do a las puer­tas de la ría de Arou­sa como un «bar de toda la vida». Se tra­ta de un local reno­va­do trein­ta años des­pués de su cie­rre en los años 90, abier­to a una terra­za de verano orien­ta­da al pri­mer sol y a un peque­ño puer­to al océano. Entre agua y taber­na se inter­po­ne el umbral de acce­so, seña­la­do con dos esca­lo­nes de már­mol y una car­pin­te­ría roja de gui­llo­ti­na que sopor­ta una tipo­gra­fía des­con­cer­tan­te, san­gra­da en todo el ancho del local en la tar­ja supe­rior de su ven­ta­nal.

En el inte­rior, pie­zas de gra­ni­to de gran tama­ño y jun­tas pro­mi­nen­tes con­tra­po­nen su rugo­si­dad al puli­do de la entra­da, a la barra cerá­mi­ca y al techo de made­ra blan­ca, raya­da y para­le­la al mar. El mobi­lia­rio cua­li­fi­ca dis­tin­tos espa­cios con muy poco, diri­gien­do la mira­da al pai­sa­je para degus­tar la cali­dad de la mate­ria pri­ma ofre­ci­da en la taber­na. Con esa con­sis­ten­cia y arrai­go, acom­pa­ña­dos de una cuber­te­ría sen­ci­lla y con­tem­po­rá­nea, se dis­fru­ta de la crea­ti­vi­dad sin estri­den­cias de sus pla­tos.

Detrás de la segun­da vida de esta taber­na de puer­to, situa­da bajo su vivien­da, está el arqui­tec­to David Chip­per­field, quien aca­ba de reci­bir el pre­mio Pritz­ker 2022, popu­lar­men­te cono­ci­do como el Nobel de la arqui­tec­tu­ra, otor­ga­do por la fun­da­ción Hyatt y con un curio­so ini­cio liga­do a los hote­les ame­ri­ca­nos. El jura­do sub­ra­ya, como si des­cri­bie­ra no solo el Bar do Por­to sino tam­bién su pro­pio menú, «las cua­li­da­des del talen­to, visión y com­pro­mi­so que han pro­du­ci­do con­tri­bu­cio­nes sig­ni­fi­can­tes para las per­so­nas y el entorno cons­trui­do a tra­vés del arte de la arqui­tec­tu­ra».

La cita resi­túa la arqui­tec­tu­ra como un arte social, arrai­ga­do en su entorno físi­co y en el que la ori­gi­na­li­dad se entien­de des­de el ori­gen y no des­de la ocu­rren­cia. Inter­pre­ta el pasa­do para pro­yec­tar­lo al futu­ro sin nece­si­dad de esló­ga­nes, mani­fies­tos o eti­que­tas, pro­ba­ble­men­te estí­mu­los de algún galar­dón ante­rior. Su tra­ba­jo se extien­de por todo el mun­do con des­plie­gue de talen­to y sen­si­bi­li­dad a los nue­vos esce­na­rios con­tem­po­rá­neos, antes que des­de la ambi­ción de una fran­qui­cia mul­ti­na­cio­nal.  Es el galar­dón más uná­ni­me.

La obra de Chip­per­field es rigu­ro­sa y con­sis­ten­te, y como este reco­no­ci­mien­to, per­ti­nen­te. Pro­yec­tos tan rele­van­tes como la isla de los museos en Ber­lín dia­lo­gan con la his­to­ria trá­gi­ca de Ale­ma­nia, con la arqui­tec­tu­ra clá­si­ca de Schin­kel e inclu­so con la mis­mí­si­ma Nefer­ti­ti que allí se encuen­tra, rodea­da de una luz mis­te­rio­sa y un tra­ba­jo pre­ci­so y silen­cio­so de las salas que la aco­gen y rodean, tra­ta­das des­de la más sobria con­tem­po­ra­nei­dad, capa­ces de revi­vir y rein­ter­pre­tar en museo una rui­na.

A pocos minu­tos de allí la excel­sa reno­va­ción del tem­plo del más rigu­ro­so de los maes­tros del movi­mien­to moderno, la Neues Gallery de Mies van der Rohe, ejem­pli­fi­ca el víncu­lo con aque­lla moder­ni­dad, revi­si­ta­da de su mano y que algu­nos dan por erra­di­ca­da. No han muer­to ni la His­to­ria, ni la Arqui­tec­tu­ra, pese al oxí­mo­ron de la inte­li­gen­cia arti­fi­cial.

Vis­ta de la pla­ya des­de el inte­rior del Bar do Por­to (Corru­be­do ).

Tam­bién obras fun­da­cio­na­les como el edi­fi­cio Rolex de Nue­va York, la casa de la cul­tu­ra de Zurich, el edi­fi­cio Amo­re­pa­ci­fic de Seoul, el museo Jumex de Méxi­co o las torres de vivien­da Hox­ton en Lon­dres pare­cen rei­vin­di­car silen­cio­sa­men­te la cua­li­dad de obje­tos con­ce­bi­dos y rea­li­za­dos con ofi­cio y sen­ti­do común. Sí, «obje­tos», pala­bra pros­cri­ta fren­te a la pre­pon­de­ran­cia de los pro­ce­sos o la omni­pre­sen­cia de las dis­ci­pli­nas peri­me­tra­les que con­vier­ten a los arqui­tec­tos en con­ver­sa­do­res, sal­vo cuan­do se saben rodear de cola­bo­ra­do­res y de un com­pro­mi­so pro­fun­do como el que Chip­per­field ha sabi­do tejer en el caso de la fun­da­ción RIA de Gali­cia para la reva­lo­ri­za­ción del terri­to­rio.

Jun­to a otro puer­to, en nues­tra ciu­dad, tene­mos la suer­te de con­tar con una de estas pie­zas afor­tu­na­das; una serie de terra­zas que pare­cen des­li­zar­se entre les veles i vents del medi­te­rrá­neo des­de una proeza téc­ni­ca silen­cia­da. Es nues­tro mejor Pritz­ker en la Comu­ni­dad Valen­cia­na, el ter­ce­ro tras el aula­rio de Siza y el Pala­cio de Con­gre­sos de Fos­ter, obra en pala­bras de la pre­si­den­ta del jura­do (tal vez no tan erra­das) «de Cop­per­field».

Su magia no ha pasa­do nun­ca des­aper­ci­bi­da para la crí­ti­ca y así, ape­nas hace tres meses el perio­dis­ta Llàtzer Moix en la pre­sen­ta­ción en el Cole­gio de Arqui­tec­tos de Valen­cia de su libro Pala­bra de Priz­ker, un com­pen­dio de mara­vi­llo­sos diá­lo­gos con 23 pre­mia­dos, res­pon­día a la pre­gun­ta de quién mere­cía el pre­mio que no lo hubie­ra reci­bi­do toda­vía con un indu­bi­ta­ble: Chip­per­field.

Crí­ti­ca arqui­tec­tó­ni­ca, y gas­tro­nó­mi­ca, coin­ci­den, como si en la terra­za del bar do Por­to estu­vié­ra­mos dis­fru­tan­do de sus mejo­res jure­li­tos, miran­do al mar en el umbral de su terra­za, asi­dos a la deli­ca­de­za de unos cubier­tos de San­tia­go dise­ña­dos con talen­to por el últi­mo y más mere­ci­do de los pre­mios Pritz­ker.

*Alber­to Peñín Llo­bel es arqui­tec­to y Cate­drá­ti­co de Pro­yec­tos Arqui­tec­tó­ni­cos de la Uni­ve­si­dad Poli­téc­ni­ca de Cata­lu­ña

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