Claus­tro de La Nau. Foto: Juan Pei­ró.

Las fotografías de Calo Carratalá son las protagonistas de esta exposición que se podrá visitar hasta el 29 septiembre de 2024 en la Sala Oberta y Claustro de la Nau de Valencia. 

Claus­tro de La Nau. Foto: Juan Pei­ró.

El Vice­rec­to­rat de Cul­tu­ra i Socie­tat, Uni­ver­si­tat de Valèn­cia y el Cen­tre Cul­tu­ral La Nau de la Uni­ver­si­tat de Valèn­cia en cola­bo­ra­ción con el Ayun­ta­mien­to de Valen­cia han orga­ni­za­do la mues­tra No hay espa­cio, todo es tiem­po. Áfri­ca en la memo­ria, comi­sa­ria­da Mari­sa Gimé­nez Soler. 

La mues­tra tie­ne la auto­ría de Cala Carra­ta­lá, quien lle­va casi toda su vida des­ci­fran­do el mun­do a tra­vés de una magis­tral e ínti­ma cali­gra­fía que alien­ta imá­ge­nes que beben de la his­to­rio­gra­fía artís­ti­ca para ins­ta­lar­se de for­ma sutil y valien­te en la con­tem­po­ra­nei­dad. Así, des­de plan­tea­mien­tos téc­ni­cos impe­ca­bles, nos aco­ta frag­men­tos, pers­pec­ti­vas, con­tra­lu­ces, que evo­can emo­ción y per­pe­tui­dad.

Sus obras nacen del ges­to libre, expre­sio­nis­ta, com­po­nien­do ras­gos con­ci­sos, raya­dos, cer­te­ros y corre­gi­dos, que anclan su fir­me­za en talen­to y tena­ci­dad, en el valor de lo inte­rio­ri­za­do, de lo asu­mi­do.

No hay espa­cio, todo es tiem­po. Áfri­ca en la memo­ria es un pro­yec­to site-spe­­ci­­fic rea­li­za­do para este cen­tro uni­ver­si­ta­rio, ins­pi­ra­do en sus series sobre Tan­za­nia y Sene­gal, luga­res sobre los que lle­va tra­ba­jan­do des­de 2018. El artis­ta recrea este espa­cio trans­for­mán­do­lo en refu­gio y tem­plo pic­tó­ri­co don­de con­ci­tar pál­pi­to, luz y ese ful­gor del soplo dete­ni­do que per­pe­túa la memo­ria del pai­sa­je aprehen­di­do.

Los sen­ti­dos reco­rren la hon­du­ra y la magia de vege­ta­cio­nes, male­zas, refle­jos, aguas y cie­los. El asom­bro, la quie­tud que pre­ce­de al des­aso­sie­go, la melan­co­lía y la ple­ni­tud tras­cien­den leve­dad y pre­mu­ra. Fron­do­si­dad enig­má­ti­ca arre­ba­ta­da de espe­su­ra y niti­dez, res­plan­dor de ver­des, azu­les o blan­cos, alea­ción de aire, color y tiem­po.

En el claus­tro, ergui­dos, aguar­dan­do los pasos del visi­tan­te, se alzan dibu­ja­dos tres bao­babs, árbo­les fuer­tes y vene­ra­dos, espe­cie mile­na­ria de raí­ces pro­fun­das que hoy mue­re en Áfri­ca de mane­ra mis­te­rio­sa. Carra­ta­lá los com­po­ne en san­gui­na sobre fon­do blan­co mos­tran­do su sin­gu­la­ri­dad y la san­gre de su belle­za heri­da. El deseo de repe­tir su ima­gen no deja de ser una refle­xión sobre la vul­ne­ra­bi­li­dad que ron­da esta épo­ca incier­ta.

Tie­ne la cien­cia del dibu­jo el aura de entron­car con lo eterno, de engar­zar gene­ra­cio­nes de artis­tas, de fun­dir­se con civi­li­za­cio­nes y cul­tu­ras remo­tas. La mis­ma téc­ni­ca que des­de la pre­his­to­ria con­tri­bu­yó a repre­sen­tar visio­nes, ideas y sue­ños sigue hoy refle­jan­do nues­tro entorno, cap­tu­ran­do la sen­sa­ción del ins­tan­te y la con­cien­cia del recuer­do. La caden­cia, la pre­ci­sión mar­ca­da tra­zo a tra­zo, la inme­dia­tez del atis­bo, la ver­dad intui­da ante la ima­gen fugaz, la inter­pre­ta­ción expre­si­va de líneas y som­bras, hacen del dibu­jo la prác­ti­ca esen­cial del arte, la dis­ci­pli­na más pura, la expre­sión pri­me­ra.

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