Se que­ja todo el gre­mio hos­te­le­ro de que hoy día es muy com­pli­ca­do encon­trar per­so­nal, ya no solo cua­li­fi­ca­do, sino impli­ca­do en un pro­yec­to gas­tro­nó­mi­co. La pan­de­mia y la gene­ra­ción Z han cam­bia­do los equi­li­brios de tiem­po labo­ral y pri­va­do. Y han des­di­bu­ja­do una pro­fe­sión mar­ca­da por el ser­vi­cio al clien­te, aun­que en oca­sio­nes sea a cos­ta pro­pia.

En la era de los inte­rio­ris­mos «ins­ta­gramea­bles», los pla­tos cló­ni­cos, los pre­cios dis­pa­ra­dos y la pro­li­fe­ra­ción de bebi­das des­al­coho­li­za­das, ape­nas que­dan reduc­tos en la ciu­dad don­de dis­fru­tar sin estri­den­cias de buen pro­duc­to sóli­do y líqui­do. Pero, sobre todo, de una sala dis­cre­ta, ama­ble, cono­ce­do­ra del comen­sal y sabe­do­ra de que aque­llas comi­das que se alar­gan garan­ti­zan futu­ras visi­tas.

 

Lee el repor­ta­je com­ple­to de David Blay en el Alma­na­que Gas­tro­nó­mi­co CV

Comparte esta publicación

amadomio.jpg

Suscríbete a nuestro boletín

Reci­be toda la actua­li­dad en cul­tu­ra y ocio, de la ciu­dad de Valen­cia