Hay luga­res que dejan hue­lla en la his­to­ria y el pai­sa­je de una ciu­dad. En Valen­cia, ese pun­to está cla­ro: una línea blan­ca que se refle­ja en el agua y que todo el mun­do reco­no­ce.

 

 

La Ciu­dad de las Artes y las Cien­cias va más allá de la arqui­tec­tu­ra, es una for­ma de mirar hacia ade­lan­te, un espa­cio don­de la curio­si­dad y la belle­za con­vi­ven con natu­ra­li­dad.

Des­de que abrió sus puer­tas, el com­ple­jo dise­ña­do por San­tia­go Cala­tra­va y Félix Can­de­la se ha con­ver­ti­do en una ima­gen inse­pa­ra­ble de la ciu­dad. Pero para quie­nes viven aquí, tie­ne un sig­ni­fi­ca­do más pro­fun­do. Repre­sen­ta el orgu­llo de ver cómo Valen­cia cre­ce sin per­der su carác­ter, cómo sigue sien­do medi­te­rrá­nea aun­que mire al futu­ro. Pasear por sus pasa­re­las, escu­char el mur­mu­llo del agua o sim­ple­men­te sen­tar­se fren­te a sus cúpu­las blan­cas es una mane­ra de sen­tir que la ciu­dad late al mis­mo rit­mo que el mar.

Un icono que cam­bió la for­ma de mirar Valen­cia

Resul­ta difí­cil no dete­ner­se a mirar. Las cur­vas blan­cas del Hemis­fè­ric, los refle­jos del Museu de les Cièn­cies, los puen­tes que pare­cen flo­tar… todo tie­ne algo hip­nó­ti­co. Al caer la tar­de, cuan­do el sol se des­li­za sobre el Turia, el lugar se trans­for­ma en una pos­tal lumi­no­sa que pare­ce recién estre­na­da cada día.

El Hemis­fè­ric invi­ta a ver el mun­do con otros ojos, con sus pro­yec­cio­nes en 3D y su enor­me pan­ta­lla cón­ca­va. El Museu de les Cièn­cies, por su par­te, rom­pe la idea de que la cien­cia es abu­rri­da: aquí se vie­ne a tocar, se expe­ri­men­ta, se ríe y se apren­de jugan­do. Y a unos pasos, el Ocea­no­grà­fic des­plie­ga su magia mari­na con una natu­ra­li­dad que atra­pa a gran­des y peque­ños.

Si estás pla­nean­do una visi­ta, la mejor opción es adqui­rir las entra­das al ocea­no­gra­fic a tra­vés de Visit­Va­len­cia, la pla­ta­for­ma ofi­cial de turis­mo de la ciu­dad. Así pue­des orga­ni­zar tu reco­rri­do sin pri­sas y dis­fru­tar cada rin­cón con cal­ma, que es como se dis­fru­ta Valen­cia.

El Ocea­no­grà­fic, una ven­ta­na al mun­do marino

Entrar al Ocea­no­grà­fic es una expe­rien­cia difí­cil de olvi­dar. Des­de el pri­mer paso, sien­tes que estás bajan­do al fon­do del mar, aun­que sigas en tie­rra fir­me. Los túne­les de cris­tal te rodean por com­ple­to y, de pron­to, el silen­cio se lle­na de movi­mien­to: tibu­ro­nes que pasan cer­ca, rayas que pla­nean des­pa­cio, ban­cos de peces que giran al uní­sono como si alguien los diri­gie­ra. En otras zonas, las belu­gas y los pin­güi­nos se con­vier­ten en pro­ta­go­nis­tas. Bas­ta ver a un niño que­dar­se quie­to fren­te al cris­tal, con los ojos muy abier­tos, para enten­der el poder que tie­ne este lugar.

Pero el Ocea­no­grà­fic no se que­da en la emo­ción. Tam­bién edu­ca, ins­pi­ra y hace pen­sar. Su com­pro­mi­so con la con­ser­va­ción mari­na y el res­pe­to por la natu­ra­le­za lo ha con­ver­ti­do en un refe­ren­te en toda Euro­pa. Cada año, miles de estu­dian­tes par­ti­ci­pan en pro­gra­mas y talle­res don­de des­cu­bren que pro­te­ger el mar no es solo cui­dar a los ani­ma­les, sino tam­bién cui­dar de noso­tros mis­mos.

Entre arte, cien­cia, natu­ra­le­za y sos­te­ni­bi­li­dad

Des­pués del Ocea­no­grà­fic, lo natu­ral es seguir cami­nan­do. El Umbra­cle, con sus arcos metá­li­cos y su vege­ta­ción medi­te­rrá­nea, ofre­ce som­bra y una pers­pec­ti­va dife­ren­te del con­jun­to. En pri­ma­ve­ra hue­le a jaz­mín y a tie­rra húme­da. Des­de su terra­za, el pai­sa­je es una coreo­gra­fía de luz y agua que se fun­de con el cie­lo.

Muy cer­ca está el Museo de las Cien­cias Prín­ci­pe Feli­pe, un espa­cio pen­sa­do para tocar­lo todo sin mie­do. Las expo­si­cio­nes cam­bian, pero el espí­ri­tu es siem­pre el mis­mo: des­per­tar la curio­si­dad. Allí la cien­cia se sien­te, se pal­pa. No impor­ta la edad, uno siem­pre sale con ganas de seguir apren­dien­do.

Toda la infor­ma­ción sobre hora­rios, acti­vi­da­des y com­bi­na­cio­nes de entra­das se encuen­tra en el por­tal de Visit­Va­len­cia, don­de ade­más se pro­po­nen rutas cul­tu­ra­les y gas­tro­nó­mi­cas que com­ple­tan la expe­rien­cia.

La ciu­dad de las artes y las cien­cias tam­bién es sím­bo­lo de una Valen­cia más sos­te­ni­ble. Los sis­te­mas de aho­rro ener­gé­ti­co, el uso de ener­gías lim­pias y el cui­da­do de sus zonas ver­des refle­jan una for­ma de pen­sar que ya for­ma par­te de la iden­ti­dad local. No en vano, Valen­cia fue reco­no­ci­da como Capi­tal Ver­de Euro­pea 2024.

En los alre­de­do­res, el anti­guo cau­ce del Turia se ha con­ver­ti­do en uno de los par­ques urba­nos más gran­des de Euro­pa: una alfom­bra de cés­ped, naran­jos y fuen­tes don­de fami­lias, corre­do­res y ciclis­tas con­vi­ven a dia­rio. Es impo­si­ble no sen­tir­se par­te de algo más gran­de, de una ciu­dad que res­pi­ra.

Más allá de los lími­tes del com­ple­jo

Explo­rar la Ciu­dad de las Artes y las Cien­cias es solo el ini­cio. Des­de allí, se pue­de lle­gar en pocos minu­tos al cas­co his­tó­ri­co, don­de otro tipo de belle­za aguar­da. La Cate­dral, la Lon­ja de la Seda o el Mer­ca­do Cen­tral recuer­dan que Valen­cia siem­pre ha sido tie­rra de arte y comer­cio, de cul­tu­ra y mar. El con­tras­te entre esas pie­dras cen­te­na­rias y las estruc­tu­ras blan­cas de Cala­tra­va es, pre­ci­sa­men­te, lo que hace a esta ciu­dad tan espe­cial.

Esa mez­cla de moder­ni­dad y tra­di­ción, de his­to­ria y futu­ro, está pre­sen­te en todo: en su gas­tro­no­mía, en su luz y en la for­ma en que los valen­cia­nos viven el día a día, con esa cal­ma ale­gre que pare­ce here­da­da del mar.

Quie­nes visi­tan la Ciu­dad de las Artes y las Cien­cias se mar­chan con más que fotos. Se lle­van una sen­sa­ción, una espe­cie de orgu­llo com­par­ti­do, inclu­so aun­que no sean valen­cia­nos, tal vez por esa mez­cla de arqui­tec­tu­ra impo­si­ble y coti­dia­ni­dad medi­te­rrá­nea, o por­que cada rin­cón invi­ta a dete­ner­se y mirar.

Y para quie­nes bus­can más ideas para dis­fru­tar de la ciu­dad y su entorno, El País Via­je­ro ofre­ce repor­ta­jes sobre des­ti­nos urba­nos sos­te­ni­bles que, como Valen­cia, han sabi­do con­ju­gar arte, inno­va­ción y vida.

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