A tra­vés de una mira­da ínti­ma, iró­ni­ca y muy cons­cien­te, la cineas­ta refle­xio­na sobre nues­tros hábi­tos de con­su­mo, la cri­sis cli­má­ti­ca y la eco­an­sie­dad que pro­vo­ca el dete­rio­ro del entorno.

 

 

El direc­tor y guio­nis­ta valen­ciano David Gas­par ha pre­sen­ta­do su cor­to­me­tra­je docu­men­tal «Zona Cero: Auto­rre­tra­to de un mal­tra­ta­dor de océa­nos», can­di­da­to a Mejor Cor­to­me­tra­je Docu­men­tal en los Pre­mios Goya 2026, como un pro­yec­to pro­fun­da­men­te per­so­nal sobre la rela­ción del ser humano con el mar y con el pla­ne­ta. 

«Zona Cero» mez­cla docu­men­tal, come­dia y auto­fic­ción para narrar la his­to­ria de un hom­bre que des­cu­bre que ha con­ta­mi­na­do el lugar don­de vivió algu­nos de los mejo­res momen­tos de su vida, el Medi­te­rrá­neo, y empren­de un via­je inte­rior para recon­ci­liar­se con­si­go mis­mo y con la natu­ra­le­za. Lejos de fir­mar un mani­fies­to eco­lo­gis­ta, Gas­par insis­te en que su obje­ti­vo es cons­truir «un retra­to humano sobre nues­tra difi­cul­tad para mirar lo que nos due­le, en noso­tros y en el mun­do que habi­ta­mos».

El cor­to­me­tra­je cuen­ta con la cola­bo­ra­ción de la escri­to­ra y divul­ga­do­ra Elsa Pun­set, que apor­ta su visión sobre la cone­xión entre la men­te huma­na y la natu­ra­le­za. A tra­vés de sus inter­ven­cio­nes, el rela­to sub­ra­ya la idea de que «quien mira hacia fue­ra, sue­ña; quien mira hacia den­tro, des­pier­ta», y que los seres huma­nos for­ma­mos par­te del mun­do natu­ral por­que esta­mos hechos de las mis­mas par­tí­cu­las. Ese enfo­que per­mi­te que una «Zona Cero» abor­de la cul­pa, la res­pon­sa­bi­li­dad y la nece­si­dad de cam­biar sin per­der la empa­tía.

«Zona Cero: Auto­rre­tra­to de un mal­tra­ta­dor de océa­nos» pro­po­ne una apro­xi­ma­ción dife­ren­te al dis­cur­so ambien­tal, ale­ján­do­se del tono apo­ca­líp­ti­co para situar­se en el terreno de la con­fe­sión, la iro­nía y las con­tra­dic­cio­nes coti­dia­nas. El pro­ta­go­nis­ta, alter ego del pro­pio Gas­par, pone en cues­tión sus ges­tos más ruti­na­rios mien­tras se enfren­ta a las con­se­cuen­cias de años de indi­fe­ren­cia hacia el mar que ama. Así, el Medi­te­rrá­neo se con­vier­te en esce­na­rio, per­so­na­je y espe­jo de una gene­ra­ción que inten­ta recon­ci­liar su for­ma de vida con los lími­tes del pla­ne­ta.

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