Cono­cí a Anto­nio Escoho­ta­do gra­cias a Enri­que Oca­ña y Car­los –de ape­lli­do nebu­lo­so en mi memo­ria. Estos dos últi­mos esta­ban tra­tan­do de orga­ni­zar algo simi­lar a un mas­ter o cur­so sobre las dro­gas en la facul­tad de Psi­co­lo­gía de Valen­cia y que­rían traer a Escoho­ta­do a dar una con­fe­ren­cia sobre el tema. Oca­ña con­sul­ta­ba a Escoho­ta­do sobre sus tra­duc­cio­nes de Ernst Jün­ger y le pidió el pró­lo­go para su ensa­yo sobre el escri­tor ale­mán, Más allá del nihi­lis­mo. Para “Escot”, como le lla­ma­ban ambos, Tor­men­tas de ace­ro era uno de los libros nuclea­res del pen­sa­mien­to moderno. Un tex­to memo­ria­lís­ti­co situa­do lejos de una apro­xi­ma­ción ideo­ló­gi­ca a la his­to­ria béli­ca.

Vino enton­ces al Club Dia­rio Levan­te y su char­la se cen­tró en las dro­gas. Está­ba­mos al prin­ci­pio de la déca­da de los 90, y Escoho­ta­do ya se había labra­do una leyen­da en torno al mun­do de los estu­pe­fa­cien­tes. Conec­ta­mos enton­ces hablan­do de otras cues­tio­nes, de polí­ti­ca y de filo­so­fía de la his­to­ria sobre todo. Y de fút­bol. Inter­cam­bia­mos nues­tros telé­fo­nos y no tar­dé dema­sia­do en vol­ver a lla­mar­le. Le invi­té a un cur­so de verano sobre Éti­ca y perio­dis­mo en la Uned de Dénia, jun­to a Javier Pra­de­ra, Eduard Mira, el míti­co direc­tor del Nou­vel Obser­va­teur, Jean Daniel, y el por enton­ces direc­tor del Gene­ral Press Coun­cil bri­tá­ni­co, que fue el últi­mo. Ocu­rrió poco antes de que el pro­pio Escoho­ta­do tra­je­ra a Jün­ger a nues­tro país en com­pa­ñía de Albert Hof­mann, el quí­mi­co sui­zo que expe­ri­men­tó con el áci­do lisér­gi­co mien­tras estu­dia­ba los alca­loi­des que se deri­va­ban de un hon­go del cen­teno.

Escoho­ta­do era pro­fe­sor de Socio­lo­gía en la Uned y había escri­to un manual muy volu­mi­no­so sobre Filo­so­fía y Meto­do­lo­gía de las Cien­cias (1987). Empe­cé a leer­lo esos días de julio en Dénia tras obte­ner­lo de la libre­ría uni­ver­si­ta­ria. El manual era des­lum­bran­te. Escoho­ta­do mos­tra­ba una eru­di­ción fue­ra de lo común sobre el pen­sa­mien­to clá­si­co grie­go y en torno a la filo­so­fía de la cien­cia. Por aquel enton­ces los aná­li­sis de Michel Fou­cault para pro­fun­di­zar en la genea­lo­gía del pen­sa­mien­to a par­tir de los cami­nos abier­tos por Nietz­sche esta­ban en boga, pero solo algu­nos peque­ños gru­pos de his­to­ria­do­res como Geor­ges Duby y sus segui­do­res de los Anna­les habían reco­rri­do esos sen­de­ros. Toda­vía no se había publi­ca­do la His­to­ria de la vida pri­va­da (1987) de Duby y Phi­lip­pe Aries, aun­que el pro­pio Fou­cault había inda­ga­do en la his­to­ria de la locu­ra (1961) y en la del sexo (1976). La apro­xi­ma­ción del pro­pio Oca­ña al dolor (1997), resul­ta­ría sin embar­go mucho más epis­te­mo­ló­gi­ca y aca­dé­mi­ca que his­to­rio­grá­fi­ca y genea­ló­gi­ca.

Más tar­de Escoho­ta­do publi­có otro ensa­yo magis­tral, Rame­ras y espo­sas (1993). Le lla­mé para decír­se­lo. Aquel libro le entron­ca­ba con los gran­des antro­pó­lo­gos, inclu­so con los más poé­ti­cos como Octa­vio Paz. De Mir­cea Elia­de a Joseph Camp­bell. Pero en cam­bio le seguían lla­man­do para hablar de alu­ci­nó­ge­nos y otras hier­bas, cuan­do en reali­dad su rela­ción con las dro­gas no era sino un camino de cono­ci­mien­to, cuan­do no de his­to­ria­dor de lo sagra­do. Su espí­ri­tu liber­ta­rio y sus ganas de pelear con­tra la estul­ti­cia y el poder hicie­ron el res­to. Era diver­ti­do, a veces luná­ti­co, depor­ti­vo, sen­sual y lúci­do, mucho. Una de aque­llas noches en Dénia, jun­to con Eduard Mira, nos dedi­ca­mos a los cán­ti­cos y ebrie­da­des. Ento­na­mos el It’s a Long Way to Tip­pe­rary en la noc­tur­ni­dad medi­te­rrá­nea camino de no sé dón­de.

Cuan­do años des­pués le invi­té a mi boda me dijo que lo inten­ta­ría. Me había lla­ma­do un día en Valen­cia para ense­ñar­me un extra­ño psi­có­tro­po sin­té­ti­co que se cor­ta­ba como si fue­ra alu­mi­nio muy frá­gil. Le dejé con una ami­ga. Esta­ba absor­to pre­pa­ran­do lo que me anun­ció como “una crí­ti­ca de la razón roja”, había tra­za­do un camino en bus­ca de “aque­llo que pasa des­aper­ci­bi­do por no tener nada de his­to­ria, como los sen­ti­mien­tos, el amor, la con­cien­cia, los ins­tin­tos…”, como soli­ci­ta­ba Fou­cault, a tra­vés del “saber minu­cio­so, gran can­ti­dad de mate­ria­les api­la­dos, pacien­cia”. 

Los tiem­pos siguien­tes trans­cu­rrie­ron entre con­fe­sio­nes liber­ti­nas, recuer­dos per­so­na­les ibi­cen­cos e inten­tos muy serios de una meta­fí­si­ca empa­ren­ta­da con la onto­lo­gía impe­ne­tra­ble de Zubi­ri. En 2008 empe­za­ría a publi­car­se Los enemi­gos del comer­cio, cuya edi­ción com­ple­ta cul­mi­na­ría en 2017. Tres grue­sos volú­me­nes para des­en­tra­ñar las rela­cio­nes de la polí­ti­ca y la eco­no­mía más allá del mar­xis­mo, o por decir­lo a su mane­ra, una genea­lo­gía del pro­pio Marx y del pen­sa­mien­to eco­no­mi­cis­ta con­tem­po­rá­neo a par­tir de las rela­cio­nes mate­ria­les y men­ta­les, y por lo tan­to polí­ti­cas y reli­gio­sas, del hom­bre con los prin­ci­pios de la pro­pie­dad y del inter­cam­bio. Los orí­ge­nes de la vida pos­tri­bal y su con­ti­nua recons­truc­ción a lo lar­go de la his­to­ria.

Lle­vo varias sema­nas ais­la­do. Por el Covid y por los encar­gos de escri­tu­ra. No me había ente­ra­do del falle­ci­mien­to de Anto­nio Escoho­ta­do (1941–2021) hace ape­nas un mes y pico. En noviem­bre y en Ibi­za. Más allá de las dro­gas. Escoho­ta­do era un gran pen­sa­dor, serio y docu­men­ta­do, un antro­pó­lo­go filo­só­fi­co dedi­ca­do a escla­re­cer la cons­truc­ción de las men­ta­li­da­des, la ópti­ca his­tó­ri­ca de las ideas. Nues­tro Slo­ter­dijk. Pero la filo­so­fía espa­ño­la sufre una gra­ve pro­ble­má­ti­ca que la deva­lúa. No tras­cien­de en nues­tro país y, en con­se­cuen­cia, es difí­cil que sea teni­da en cuen­ta más allá de los Piri­neos. ¿Sub­sis­te la mal­di­ción de Hei­deg­ger a Víc­tor Farias sobre la fal­ta de pro­fun­di­dad del idio­ma cas­te­llano? No creo que esa sea la cues­tión. El espa­ñol es una bue­na len­gua para el rela­to –la his­to­ria– aun­que resul­te farra­go­so para la her­me­néu­ti­ca. Aho­ra bien, en un país que liqui­da la filo­so­fía del bachi­lle­ra­to cómo va a ser posi­ble pros­pe­rar con el pen­sa­mien­to. Espa­ña –que no la nove­lís­ti­ca Lati­noa­mé­ri­ca–, Espa­ña ha dado sóli­dos filó­so­fos y divul­ga­do­res de lo tras­cen­den­te en el últi­mo ter­cio del siglo XX y es jus­to que el país los reco­noz­ca, empe­zan­do por Escoho­ta­do y siguien­do por Euge­nio Trias, Fer­nan­do Sava­ter, Xavier Rubert de Ven­tós, Rafael Argu­llol, Félix de Azúa, Jaco­bo Muñoz, Emi­lio Lle­dó o Sal­va­dor Páni­ker…

Comparte esta publicación

Suscríbete a nuestro boletín

Reci­be toda la actua­li­dad en cul­tu­ra y ocio, de la ciu­dad de Valen­cia