Muy pocas per­so­nas de los miles que visi­tan la sala Akua­re­la duran­te las noches de verano saben que, en reali­dad, se encuen­tran en una de las cons­truc­cio­nes moder­nis­tas más pin­to­res­cas del últi­mo siglo en Valen­cia. Y es que, mucho antes de con­ver­tir­se uno de los espa­cios de ocio de refe­ren­cia en la ciu­dad, el emble­má­ti­co edi­fi­cio que hoy ges­tio­na Gru­po Sala­man­dra se uti­li­za­ba para baños ter­ma­les. Curio­sa­men­te, si su pri­me­ra fina­li­dad fue que la gen­te se rela­ja­ra median­te baños medi­ci­na­les, en las últi­mas déca­das ha per­se­gui­do jus­to lo con­tra­rio: pri­me­ro fue una popu­lar sala de fies­tas lla­ma­da Casa­blan­ca y des­pués la míti­ca dis­co­te­ca ACTV.

Según datos del catas­tro, la cons­truc­ción del edi­fi­cio data del año 1918 y reci­bía por aquel enton­ces la deno­mi­na­ción Ter­mas Vic­to­ria. A la hora de refor­mar­lo y con­ver­tir­lo en lo que hoy es Akua­re­la Pla­ya, los arqui­tec­tos Myriam Pas­tor y Raül Peral­ta, de Pas­tor y Peral­ta Arqui­tec­tos S.L., qui­sie­ron res­pe­tar al máxi­mo las con­di­cio­nes esté­ti­cas de la edi­fi­ca­ción ori­gi­nal, ajus­tán­do­se a la orga­ni­za­ción del espa­cio, estruc­tu­ra y com­po­si­ción de la mis­ma. Uno de sus retos, sin ir más lejos, con­sis­tió en fre­nar el dete­rio­ro pro­gre­si­vo debi­do a la expo­si­ción al ambien­te marino en que se ubi­ca. “Se reali­zó la res­tau­ra­ción de la facha­da sin alte­rar los pará­me­tros urba­nís­ti­cos ni la tipo­lo­gía de los ele­men­tos ori­gi­na­les, recom­po­nien­do en su caso algu­nos ele­men­tos que así lo pre­ci­sa­ron”, seña­lan los res­pon­sa­bles del pro­yec­to.

Si con­ver­tir unos baños ter­ma­les de prin­ci­pios del siglo XX en una dis­co­te­ca man­te­nien­do toda la esen­cia del edi­fi­cio ya supo­ne un desa­fío con­si­de­ra­ble, más lo fue cuan­do, hace aho­ra dos años, un incen­dio for­tui­to en la cubier­ta de la nave cen­tral pro­vo­có la caí­da de par­te de dicha cubier­ta. Las incle­men­cias meteo­ro­ló­gi­cas podían afec­tar gra­ve­men­te al inte­rior del edi­fi­cio, por lo que se tuvo que repo­ner la cubier­ta des­apa­re­ci­da en tiem­po récord para, a con­ti­nua­ción, reha­bi­li­tar todo el exte­rior sanean­do cor­ni­sas y mol­du­ras. El resul­ta­do: una joya arqui­tec­tó­ni­ca que, 101 años des­pués, luce con el esplen­dor de su esen­cia ori­gi­nal.

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