FOTOS: Miguel Ángel Polo.
Pocos recintos, salvo con ocasión de una final, son capaces de atraer miles de personas tres horas y media antes de un evento deportivo.
El Roig Arena lo hizo por razones evidentes en los primeros conciertos que ha albergado, pero faltaba por conocer la respuesta del estreno baloncestístico. A pesar de que el éxito se podía prever, habida cuenta de los más de 15.000 abonados obtenidos en el tránsito al nuevo recinto.
Desde las 17 horas, sus amplias inmediaciones escucharon a leyendas del club como Víctor Claver o Fernando San Emeterio, abrieron la tienda para descubrir la nueva piel diseñada por Hummel, crearon juegos para todas las edades y generaron reencuentros de antiguos aficionados y nuevas generaciones de seguidores.
Muchas cosas de este día quedarán para la historia. Y una de ellas será la primera canasta en encuentro oficial, que cayó del lado de Valencia Basket y fue convertida por el estadounidense Omari Kamau Moore, que formó en el quinteto titular junto a De Larrea, Pradilla, Puerto y Reuvers.
Hubo tantas primeras veces que las emociones acabaron por convertirse en una sucesión de hitos: la presentación del equipo con las pantallas panorámicas y el videomarcador como coprotagonistas, la sensación de ver el baloncesto desde un asiento a estrenar, hojear una revista cuyo papel y tinta siempre se tocó en La Fonteta, verse enfocado por una cámara al estilo americano o descubrir que, como en la NBA, aquí también pueden existir localidades a pie de pista.
Pero, por encima de todo, quedaron el bautismo y la comunión. El primero, celebrado con un muy trabajado triunfo por 103–94. Y la segunda, escenificada en un lleno técnico, la identificación del público (histórico y debutante) con la plantilla dirigida por Pedro Martínez y la sensación que que el escenario puede otorgar un plus de empuje para seguir haciendo historia.
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