Juan Esla­va Galán pre­sen­ta su nove­la

El escritor y divulgador Juan Eslava Galán vuelve a las librerías con «La Revolución Francesa contada para escépticos».

Juan Esla­va Galán pre­sen­ta su nove­la «La Revo­lu­ción Fran­ce­sa con­ta­da para escép­ti­cos».

No es una exa­ge­ra­ción decir que ha con­se­gui­do algo insó­li­to en Espa­ña: el res­pe­to y el cari­ño de miles de lec­to­res de todo tipo de ideo­lo­gía. Y lo ha hecho escri­bien­do sobre temas his­tó­ri­cos, lo que hace la haza­ña aún más impro­ba­ble. Con muchos libros a sus espal­das —«cien­to y algo creo, que es que no hago otra cosa», bro­mea— regre­sa a las libre­rías con La Revo­lu­ción Fran­ce­sa con­ta­da para escép­ti­cos (Pla­ne­ta). Juan Esla­va Galán (Arjo­na, 1948) par­ti­ci­pó recien­te­men­te en el Fes­ti­val Torren­te His­tò­ri­ca y apro­ve­cha­mos para hablar con él.

 

— ¿Qué le he lle­va­do a fijar­se esta vez en la Revo­lu­ción Fran­ce­sa?

— Ten­go mucha rela­ción con Fran­cia y con la cul­tu­ra fran­ce­sa, des­de hace tiem­po, pien­se que ven­go del Bachi­lle­ra­to en el que se estu­dia­ba fran­cés. Ade­más, es un país que me gus­ta mucho: a mi inte­rés por la his­to­ria se suma mi inte­rés por la his­to­ria de Fran­cia en con­cre­to. Y, por últi­mo, por la impor­tan­cia his­tó­ri­ca de este acon­te­ci­mien­to, que es de dón­de pro­ce­den las demo­cra­cias occi­den­ta­les.

— ¿Está miti­fi­ca­da la Revo­lu­ción Fran­ce­sa? Se habla de este hecho como el naci­mien­to de la demo­cra­cia moder­na, pero la Revo­lu­ción Ame­ri­ca­na es ante­rior, y esta es posi­ble por­que en Ingla­te­rra ya hay un sis­te­ma par­la­men­ta­rio rela­ti­va­men­te demo­crá­ti­co.

— No, no creo que esté sobre­va­lo­ra­da. No pode­mos sobre­va­lo­rar­la por­que es un momen­to bási­co para la his­to­ria actual. De hecho, por algo mar­ca el ini­cio de lo que hemos bau­ti­za­do como la Edad Con­tem­po­rá­nea. Es cier­to que la Decla­ra­ción de Inde­pen­den­cia Ame­ri­ca­na ocu­rre tres años antes, pero la Revo­lu­ción Fran­ce­sa es el resul­ta­do de la Ilus­tra­ción, y el pri­mer fru­to de esa Ilus­tra­ción es la Revo­lu­ción Ame­ri­ca­na, no al revés. Lue­go esa corrien­te de pen­sa­mien­to que nace en el Vie­jo Con­ti­nen­te vuel­ve a casa tras su paso por las colo­nias. Es ver­dad que hay muchos pun­tos en común, como los nom­bres de algu­nos pro­ta­go­nis­tas —Ben­ja­min Fran­klin, Tho­mas Pai­ne…— pero el motor de estos acon­te­ci­mien­tos es lo que ocu­rre en Fran­cia a lo lar­go de todo el siglo XVII. Es cier­to que el Par­la­men­to Bri­tá­ni­co es más demo­crá­ti­co que otros en esa épo­ca, pero las ideas que cam­bia­ron el mun­do no se coci­na­ron en Lon­dres sino en París.

Por­ta­da de «La Revo­lu­ción Fran­ce­sa con­ta­da para escép­ti­cos».

— Lo que sí nos per­mi­te ver es cómo se cons­tru­ye la his­to­ria y la impor­tan­cia de los sím­bo­los. Está el ejem­plo de la Toma de la Bas­ti­lla.

— Sí, el 14 de julio es el día de la Fies­ta Nacio­nal de Fran­cia, pero la Toma de la Bas­ti­lla fue un fias­co. Los revo­lu­cio­na­rios espe­ra­ban encon­trar allí las maz­mo­rras lle­nas de des­afec­tos al régi­men, vil­men­te tor­tu­ra­dos por sus ideas, pero lo que encon­tra­ron eran cua­tro o cin­co des­gra­cia­dos, algu­nos de los cua­les esta­ban ingre­sa­dos por con­se­jo de su fami­lia. Pero el hecho tie­ne el valor sim­bó­li­co de que era una for­ta­le­za real, que ser­vía de cár­cel, y cuyo aspec­to era ya un recuer­do y una ame­na­za para los ciu­da­da­nos de París de lo que les podía pasar si se atre­vían a desa­fiar al Rey.

— ¿Es cier­to que el acon­te­ci­mien­to coin­ci­de con un aumen­to del pre­cio del pan y una caí­da a plo­mo del pre­cio de vino?

— Sí, es cier­to. Lo que hace que esta­lle la revo­lu­ción es el ham­bre en los barrios bajos de París y este tie­ne dos orí­ge­nes. El pri­me­ro es un pro­ble­ma glo­bal, pro­vo­ca­do por la erup­ción del vol­cán Laki en Islan­dia, en 1783, que cubrió de ceni­zas el cie­lo de toda Euro­pa y arrui­nó las cose­chas duran­te años. En Espa­ña tam­bién tuvo con­se­cuen­cias, como el motín de Esqui­la­che. La segun­da cau­sa es la pro­fun­da cri­sis que arras­tra Fran­cia por su apo­yo a la Revo­lu­ción Ame­ri­ca­na, que no es más que su inten­to de dañar a Ingla­te­rra, y que se tra­du­ce en un aumen­to impor­tan­te de la car­ga impo­si­ti­va para los fran­ce­ses. El pro­ble­ma eco­nó­mi­co, más las nue­vas ideas de la Ilus­tra­ción, es lo que crea el con­tex­to de la Revo­lu­ción; la caí­da del pre­cio de vino… pues tam­bién ayu­dó.

— Otro sím­bo­lo de la Revo­lu­ción Fran­ce­sa es que se pasa al rey Luis XVI por la gui­llo­ti­na, pero no nace como una pro­tes­ta con­tra la monar­quía.

— Sí, la idea ini­cial es una monar­quía ini­cial, en la que el rey es un ciu­da­dano más, pero el más impor­tan­te. Pero el Luis XVI no solo inten­ta huir sino que se des­cu­bre que está en tra­tos con otras monar­quías abso­lu­tas para evi­tar la Revo­lu­ción. No lo matan por ser rey, lo matan por trai­dor.

— ¿Es cier­to que María Anto­nie­ta dijo que ‘si tie­nen ham­bre, que coman pas­te­les’?

— No, eso nun­ca lo dijo, la fra­se la inven­tó un fun­cio­na­rio que la cus­to­dia­ba. A María Anto­nie­ta se le ha des­di­bu­ja­do e inclu­so ridi­cu­li­za­do un poco. Es cier­to que tenía con­cien­cia de su poder y de su reale­za, era una mujer de su tiem­po. Pero tam­bién es cier­to que cuan­do está dete­ni­da, ves­ti­da con hara­pos, man­tie­ne cier­ta dig­ni­dad. Así como su mari­do era un pán­fi­lo, ella por lo menos tenía más cabe­za.

— ¿Otro mito es el de las víc­ti­mas de la gui­llo­ti­na fue­ron los nobles?

— Hay un bai­le de cifras, pero es inne­ga­ble que murió más gen­te del pue­blo llano que de la alta bur­gue­sía. La san­gre, como siem­pre, la puso el pue­blo, y las ganan­cias se las lle­vó la bur­gue­sía.

— ¿Y cómo aca­bó una revo­lu­ción por la liber­tad en el Terror y lue­go en el Impe­rio Napo­leó­ni­co?

— La Revo­lu­ción Fran­ce­sa son diez años, pero pasan tan­tas cosas y tan­tos cam­bios de régi­men que es incon­tro­la­ble. Nor­mal­men­te nos fija­mos solo en 1789, pero el cam­bio polí­ti­co empie­za real­men­te con la mar­cha de las muje­res a Ver­sa­lles, en octu­bre de 1789, que obli­gan al rey a vol­ver con ellas a París, y aca­ba cuan­do Napo­león da su gol­pe de esta­do. Hay un pro­ble­ma entre los revo­lu­cio­na­rios, y es que hay una fac­ción monár­qui­ca muy pode­ro­sa. Y lue­go Fran­cia está rodea­da de monar­quías auto­ri­ta­rias —como los aus­tría­cos o los pru­sia­nos, o Espa­ña en el sur— dis­pues­tas a inter­ve­nir. Eso es lo que pro­vo­ca el Terror, la nece­si­dad de aca­bar con lo que con­si­de­ran una posi­ble ‘quin­ta colum­na’ en caso de que se pro­duz­ca la inter­ven­ción extran­je­ra.

Juan Esla­va Galán con su nove­la «La Revo­lu­ción Fran­ce­sa con­ta­da para escép­ti­cos».

— ¿Napo­léon es la heren­cia de la Revo­lu­ción Fran­ce­sa?

— Sí, pue­de resul­tar un poco des­con­cer­tan­te, pero Napo­león es un pro­duc­to de la Revo­lu­ción Fran­ce­sa. Él asu­me todos sus valo­res, lo que pasa es que duran­te diez años la Revo­lu­ción no con­si­gue ins­tau­rar un régi­men esta­ble, y enton­ces él deci­de tomar las rien­das median­te un gol­pe de esta­do e impo­ne esos valo­res. De hecho, aún vivi­mos del códi­go napo­leó­ni­co, para que veas cómo fue de impor­tan­te su inter­ven­ción.

— Y lue­go están las teo­rías cons­pi­ra­noi­cas, como los famo­sos Ilu­mi­na­tis.

— Hay muchas aso­cia­cio­nes, perió­di­cos, cons­pi­ra­do­res de salón, clubs… es el cal­do de cul­ti­vo de las ideas. De ahí hay algu­nos que inten­tan ver una cau­sa úni­ca, pero el papel de los Ilu­mi­na­tis es inexis­ten­te.

— Si hubie­ra que recor­dar la Revo­lu­ción Fran­ce­sa por una cosa, ¿cuál sería?

— Es evi­den­te que no se cum­plie­ron todos los idea­les de la Revo­lu­ción pero no se pue­de decir que fra­ca­sa­ra, qui­zás los que sí fra­ca­sa­ron fue­ron los revo­lu­cio­na­rios. Si hay que que­dar­se con algo es con la Decla­ra­ción de Dere­chos del Hom­bre y del Ciu­da­dano, que sigue tan vigen­te hoy como cuan­do se escri­bió.

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