Rom­pien­do la tris­te ten­den­cia al cie­rre de gale­rías que en los últi­mos tiem­pos está vivien­do Valen­cia, un nue­vo espa­cio artís­ti­co abre sus puer­tas en la ciu­dad. Inau­gu­ra­da el pasa­do sep­tiem­bre duran­te la Valen­cia Dis­seny Week, en la que par­ti­ci­pó expo­nien­do una selec­ción del dúo crea­ti­vo Jover+Valls, la Gale­ría Jan Roy­ce for­ma­li­za su aper­tu­ra este jue­ves 5 como nue­vo espa­cio de exhi­bi­ción en el núme­ro 1 de la calle Almi­ran­te.

Ori­gi­na­ria de Ciu­dad del Cabo, Sudá­fri­ca, la gale­ría Jan Roy­ce comien­za así una nue­va eta­pa artís­ti­ca en Valen­cia, inclu­yen­do en sus catá­lo­gos una amplia selec­ción de auto­res espa­ño­les e inter­na­cio­na­les. Y para arran­car esta pri­me­ra tem­po­ra­da expo­si­ti­va, el nue­vo espa­cio ha ele­gi­do al artis­ta de Cocen­tai­na, Moi­sés Gil, de quien pre­sen­ta una amplia mues­tra de escul­tu­ras y dibu­jos: El Reflex de les Narra­ti­ves Con­tem­po­rà­nies.

Autor de dila­ta­da tra­yec­to­ria, sin­gu­la­ri­za­da por un esti­lo pro­pio que une la refle­xión sobre la con­di­ción huma­na a la inter­pre­ta­ción del espa­cio que el indi­vi­duo habi­ta, la obra de Moi­sés Gil mix­tu­ra entre la figu­ra­ción y la abs­trac­ción tri­di­men­sio­nal, repre­sen­tan­do al hom­bre en su rela­ción con la arqui­tec­tu­ra que le rodea. Para ello recu­rre a una narra­ti­vi­dad meta­fó­ri­ca que opo­ne al per­so­na­je humano defi­ni­do cua­li­ta­ti­va­men­te diná­mi­co y expre­sio­nis­ta con un espa­­cio-tie­m­­po deli­mi­ta­do por estruc­tu­ras geo­mé­tri­cas fun­cio­na­les que lo refu­gian, lo con­tie­nen o lo con­di­cio­nan.

Plan­tea­das como apar­ta­dos o capí­tu­los encap­su­la­dos de una mis­ma his­to­ria, en sus escul­tu­ras el ser humano exis­te, es y está, en fun­ción de las cons­truc­cio­nes que ha pro­yec­ta­do como su pro­pia exten­sión cor­po­ral, emo­cio­nal y moral. Sus arqui­tec­tu­ras se alzan en el espa­cio en per­fi­les esque­má­ti­cos y líneas volu­mé­tri­cas en los que la dis­con­ti­nui­dad y el vacío refie­ren a la idea de un pro­ce­so en defi­ni­ción: la del hogar que el hom­bre cons­tru­ye y recons­tru­ye per­ma­nen­te­men­te cual sím­bo­lo de iden­ti­dad. Un terri­to­rio pro­pio, nun­ca total­men­te deli­mi­ta­do, que el autor esce­ni­fi­ca al modo de esce­no­gra­fías exis­ten­cia­les en desa­rro­llo, cuyos per­so­na­jes, carac­te­ri­za­dos como seres anó­ni­mos hijos de un común ori­gen ges­tual­men­te pri­mi­ti­vo y cuya vibran­te ana­to­mía se sugie­re en evo­lu­ción. Son pie­zas de una his­to­ria que con raí­ces en el mito de la crea­ción del hom­bre se rami­fi­ca en las acti­vi­da­des de la vida con­tem­po­rá­nea bajo la inter­pre­ta­ción del indi­vi­duo como una enti­dad pro­duc­ti­va y, con ello, sub­yu­ga­da a un des­tino que le es ajeno.

Ale­gó­ri­ca­men­te acen­tua­das por el con­tras­te entre el des­te­llan­te mode­la­do en alu­mi­nio de sus figu­ras y el mine­ral óxi­do del ace­ro de sus estruc­tu­ras, en las esce­nas pro­pues­tas por Moi­sés Gil la vida se veri­fi­ca como un com­ple­jo auto­ma­tis­mo en el que el albe­drío cum­ple una fun­ción en un meca­nis­mo mayor e invi­si­ble. Sus per­so­na­jes, soli­ta­rios o mul­ti­pli­ca­dos apa­re­cen pro­ta­go­ni­zan­do múl­ti­ples acti­vi­da­des –son obre­ros, acró­ba­tas, pen­sa­do­res, espe­c­­ta­­do­­res- de incier­to come­ti­do final que alu­den a la exis­ten­cia de una pre­via y des­per­so­na­li­za­da pla­ni­fi­ca­ción de roles de mecá­ni­ca direc­ción y ambi­guo obje­ti­vo. En un ejer­ci­cio crí­ti­co meta­fó­ri­co sobre la idea de liber­tad en un sis­te­ma de pro­duc­ción y con­trol social, sus figu­ras, aun­que dota­das de luz pro­pia, encar­nan los frag­men­tos exis­ten­cia­les coti­dia­nos en los que la pre­gun­ta por la iden­ti­dad es opa­ca­da por la estruc­tu­ra que la ampa­ra y, a la vez, la sojuz­ga.

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