Todo es posible en el universo de lo casual que gravita en torno a cada uno de nosotros, incluso un encuentro entre Richard Serra y Oswald  El Falsificador en la tercera o cuarta fase del mundo del arte, en esa dimensión de lo creativo donde lo raro, y hasta lo más raro e insólito, tienen cabida

El artista Richard Serra.

El artis­ta Richard Serra.

En este verano que pare­ce ten­der al infi­ni­to coin­ci­den en un mis­mo día el final de la lec­tu­ra de Obra maestra, escri­ta por Juan Tallón, una his­to­ria sobre lo inve­ro­sí­mil. Tan inve­ro­sí­mil y abra­ca­da­bran­te como pue­de resul­tar la des­apa­ri­ción, sin que nun­ca más vuel­va a apa­re­cer,  de una escul­tu­ra de ace­ro de 38 tone­la­das: Equal-Para­­llel: Gue­r­­ni­­ca-Ben­­ga­­si, rea­li­za­da por el que algu­nos con­si­de­ran el más gran­de escul­tor vivo, el muy pre­mia­do y con­tro­ver­ti­do Serra, cali­for­niano con ape­lli­do y ori­gen mallor­quín, y el visio­na­do de la pelí­cu­la docu­men­tal El fal­si­fi­ca­dor, diri­gi­da por el gana­dor de un Goya, Kike Maí­llo, sobre el cata­lán Oswald Aules­tia Bach, con­si­de­ra­do el mayor fal­si­fi­ca­dor de arte de la his­to­ria de Espa­ña, un crá­pu­la genial y vivi­dor empe­der­ni­do, que no pudo des­apa­re­cer como la escul­tu­ra, fue dete­ni­do por diver­sas poli­cías y final­men­te extra­di­ta­do a Esta­dos Uni­dos, don­de pasó 11 meses en una durí­si­ma pri­sión.

La escul­tu­ra de 38 tone­la­das per­di­da y nun­ca más halla­da era pro­pie­dad del museo Rei­na Sofía, que la adqui­rió para su inau­gu­ra­ción en 1986, pero des­de 1990 se halla­ba alma­ce­na­da, mal alma­ce­na­da, en Argan­da del Rey en el alma­cén de la empre­sa Maca­rrón, la mis­ma que en duran­te la gue­rra civil tras­la­dó los cua­dros del Museo del Pra­do pri­me­ro a Valèn­cia, lue­go a Bar­ce­lo­na y final­men­te a Gine­bra. Maca­rrón que­bró por los impa­gos de tan­tos museos públi­cos, el alma­cén fue demo­li­do y en el solar se cons­tru­yó un edi­fi­cio ofi­cial muchos años antes del des­cu­bri­mien­to de la des­apa­ri­ción de la escul­tu­ra en 2005, que dio mucho que hablar y supu­so un ver­da­de­ro escán­da­lo que a quien menos pare­ció preo­cu­par fue el pro­pio Serra, que obtu­vo por este hecho delic­ti­vo bas­tan­te de pro­mo­ción inter­na­cio­nal.

En Espa­ña, sin ir más lejos, se le con­ce­dió pos­te­rior­men­te el Pre­mio Prín­ci­pe de Astu­rias, fue y sigue sien­do triun­fa­dor rotun­do y per­ma­nen­te del Gug­genheim bil­baíno con el con­jun­to La mate­ria del tiem­po, y el Rei­na Sofía, en el ojo del hura­cán de la desidia y la mala ges­tión, aca­bó por encar­gar­le una répli­ca de la pie­za des­apa­re­ci­da para san­ti­fi­car­la artís­ti­ca­men­te como ori­gi­nal y Aquí paz y des­pués glo­ria, más glo­ria y más dóla­res.

En la obra de Tallón, Obra maestra, se escu­chan todas las voces: minis­tros, crí­ti­cos, artis­tas, poli­cías, jue­ces, músi­cos, his­to­ria­do­res, vigi­lan­tes, músi­cos, tam­bién la de quie­nes con­si­de­ran a Serra un timo y han pro­mo­vi­do movi­mien­tos veci­na­les en luga­res como Madrid o Nue­va York para que reti­ra­sen de la vía públi­ca esta­tuas suyas que con­si­de­ra­ban un horror. Pero la de ace­ro cor­ten lami­na­do en calien­te que com­pró el Rei­na Sofía sigue sin apa­re­cer.

La obra desaparecida de Richard Serra.

La obra des­apa­re­ci­da de Richard Serra.

Lo del cata­lán Oswald Aules­tia tie­ne más gua­sa, aun­que posi­ble­men­te las con­se­cuen­cias eco­nó­mi­cas, que él se ha bebi­do, meti­do al cuer­po o gas­ta­do en coches y ropa de mar­ca, sean mayo­res. Des­pués de haber ven­di­do un núme­ro increí­ble de copias de Miró, Tapies y has­ta Modi­glia­ni, sobre todo en Ita­lia y Esta­dos Uni­dos, sin que nin­guno de sus com­pra­do­res pre­sen­ta­se una denun­cia for­mal (posi­ble­men­te la mayo­ría ni se ha ente­ra­do o, mejor, no quie­ren ente­rar­se), se con­vier­te en una de las “pie­zas” cla­ve de la Ope­ra­ción Artis­ta que movi­li­za al FBI, los Mos­sos d’Esquadra y los Cara­bi­nie­ri.

La pelí­cu­la docu­men­tal hace un reco­rri­do, con deli­to y arte, por la tra­yec­to­ria de un tipo que se ríe de casi todo y se escon­de siem­pre tras una gorra. Toda una ame­na refle­xión sobre con­cep­tos tan apa­sio­nan­tes como los de ori­gi­nal y copia, reali­dad y leyen­da, ver­dad o men­ti­ra, tras la que me asal­ta la mis­ma pre­gun­ta que lle­vo hacién­do­me tan­to tiem­po: ¿Es caro un Veláz­quez?, y tam­bién aquel chis­te de dos abue­los bil­baí­nos, con su corres­pon­dien­te txa­pe­la, sen­ta­dos en un vie­jo ban­co jun­to a la ori­lla de la ría.

-       Oye, Gor­ka, sabes que el Gug­genheim cues­ta 27.000 millo­nes de pese­tas

-       Da igual, si mete goles….

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