Leyendo un libro de J.B.Priestley sobre los pequeños placeres a nuestro alcance ‑entre los que citaba las fuentes, el agua- fue el detonante para la composición del presente volumen de la viajera y traductora Maria Belmonte.
“Con los años he llegado a descubrir que las fuentes son lugares mágicos y liminares a los que hay que acudir sin prisa, como quien va a visitar a un amigo, para poder impregnarse de esa atmósfera especial que reina en ellas, sobre todo si están en lugares aislados y solitarios.” (…) “Cuanto más las frecuento más me asombran”, escribe la autora.
A propósito de la voluptuosidad de sentir el agua en los pies, los muslos, la cabeza, al sumergirnos en una poza de rio un caluroso dia de verano, cita una frase de Marguerite de Yourcenar: “¿qué es la volupuosidad sino un momento de apasionada atención al cuerpo?”.
Tras ocuparse del agua de las fuentes, lo hace de los jardines, esmeradas criaturas del agua.
Menciona las teorias renacentistas cuando la fuente se convirtió en esímbolo de la creación, del origen del mundo; para los humanistas el jardín deja de ser un conjunto de plantas ornamentales o especies botánicas para nutrición o medicina y lo que se espera de él es que proporcione un alimento para el alma: los banquetes del espíritu se celebraba mejor en un apacible locus amoenus. Los jardines devinieron pues “ámbitos creados expresamente para representar y realizar el viaje iniciático de la purificación del alma en medio de la belleza del paisaje y la naturaleza, cuya principal protagonista será el agua”.
El jardin concebido pues como un viaje formativo de lo visible a lo invisible, de fuente en fuente que se conectan por caminos de agua hacia una escondida fuente primigenia que es a menudo una cueva.
El encanto del jardín humanista radica dos acciones armonizadas: caminar y leer, cuerpo y mente aunados en una misma tarea de mejoramiento moral y espiritual.
La antigüedad clásica equipara la circulación del agua sobre la tierra con la circulación de la sangre en el cuerpo.
Cuando nos sumergimos en el agua recuperamos los sonidos y sensaciones de estar flotando en algo que nos envuelve y resguarda, como sucede en el útero materno. Así se pierde pie sin temor.
Comentando el enigmático Sueño de Polifilo, libro traducido y prologado por la escritora e investigadora Pilar Pedraza, asegura Belmonte: “los jardines más bellos, misteriosos y complejos del Renacimiento no fueron construidos con piedras y ladrillos ni con ningún elemento físico, sino con palabras”. Ese libro se caracteriza por una “prosa sin apenas verbos, lleno de nombres rodeados de cohortes de adjetivos y salpicada de préstamos de los clásicos tardíos como Apuleyo o de palabras raras y deslumbrantes de Ovidio o sencillamente inventadas”.
A propósito de todo ello advierte la voluntad de secretismo de los humanistas neoplatónicos.
Por lo demás, resulta muy grato perder pie en las aguas de este hermoso texto.
Una observación banal: abrir un grifo en nuestras casas y que fluya el agua fria e incluso caliente es un prodigio al que sólo están habituadas las ultimas cinco o seis generaciones de la humanidad. Conviene recordar que se trata de un milagro a conservar y admirar.
El libro de Maria Belmonte comienza y concluye con un verso de Píndaro, el poeta griego: Ariston men hydor (lo mejor, el agua)
Título: El murmullo del agua. Fuentes, jardines y divinidades acuáticas
Autores: María Belmonte
Editorial: Acantilado
Páginas: 196
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