Desde la fotografía surrealista de Man Ray a principios del siglo XX hasta las obras del valenciano Gabriel Cualladó, el arte de la fotografía ha dado pasos de gigante. De oficio de amateurs a considerarse un arte esencial en nuestro tiempo la fotografía forma parte de la cultura popular y su relato gráfico se sitúa al mismo nivel que el cine o la pintura. La muestra que expone el IVAM sobre los archivos del artista de Massanassa son buena prueba de ello.
La exposición de Gabriel Cualladó que se puede ver estos días en el IVAM, sabe a poco. Un artista valenciano de ese fuste bien habría merecido un espacio más grande y con obra más abundante. “Cuallado, archivo y obra” es el título de la muestra del gran fotógrafo de Massanassa, fallecido en 2003 y poseedor del Premio nacional de Fotografía de 1994. El primero que se dio en España en esa categoría.
La exposición da cuenta de cómo un hombre, nacido en la huerta y más tarde director en los años 40 de una empresa de transportes, se convirtió en un maestro en fotografiar el claroscuro de la vida cotidiana de la España cañí, de las mujeres enlutadas y los niños pobres, de los gatos dormidos en los ventanucos de las aldeas, de niñas seráficas con una flor en la mano, paisajes oníricos, secuencias cotidianas, en un blanco y negro sobrecogedor. Cualladó no fue solo un fotógrafo costumbrista que documentó la vida cotidiana, también poseía una cultura amplia sobre la fotografía internacional como demuestra su colección privada. A la altura de un Walker Evans o Robert Frank, los fotógrafos norteamericanos del New Deal que recorrieron los Estados Unidos para documentar la Gran Depresión y sus efectos sobre los campesinos pobres, las fotos de Cualladó, sin carga de denuncia, evidencian por si solas la soledad, la sordidez y el desamparo, de los ambientes urbanos y rurales de la España de los años del franquismo.
“No interfiero en la actitud de los sujetos que fotografío. Más bien es al revés: es la actitud de ellos lo que me da la clave de si la imagen me interesa o no”. Los críticos han señalado que la obra de Cualladó, “destaca por impregnar de humanismo la triste realidad de la posguerra y componer un universo propio empapado de poesía”. Lo más interesante de este artista autodidacta, que comenzó fotografiando a su hijo y se autodenominada un amateur, es que pertenece al grupo de fotógrafos españoles que pasaron del asociacionismo aficionado hasta convertir la fotografía en un género artístico.
El fotógrafo dejo de ser trabajador de la BBC (Bodas, bautizos y comuniones) la clásica broma de los fotoperiodistas, para transformarse en un creador. Al igual que ha sucedido con el cómic, la fotografía ha comenzado a llenar los museos en un tiempo relativamente reciente. Concebirla como un arte al mismo nivel que la pintura o la literatura es cosa de finales del siglo XX. Y así lo demuestran las piezas que coleccionó Cualladó y que se exponen en el museo valenciano. La imagen de Jean Renoir, obra de Richard Avedon, la foto de Dalí, obra del gran Man Ray, piezas de Sebastiao Salgado, Walker Evans, varias imágenes de Luis Buñuel, de su colega Ramón Masats, la icónica foto de Henri Cartier- Bresson sobre la humillación pública a los colaboracionistas de los nazis en el París liberado de 1944, entre otras.
En el piso superior de la sala, Albufera. Visió Tangencial, un encargo de la Conselleria de Cultura en 1985, la obra propia de Cualladó baja a nivel del mar y se recrea en los personajes ancestrales del lago, los llauros atávicos de la huerta, las viejas de los patios con geranios. Els paisatges de Joanot Martorell, Gandia i la Safor, trabajo de 1990, completan la visión propia del fotógrafo de l, Horta. Además de los documentos, recortes y fotografías de su biblioteca privada expuesta en vitrinas, la muestra cuenta con una serie inédita, cedida por la familia, de algo tan prosaico como un reportaje de la boda que realizó para Ramón Masats y Montse Santamaría. Una de las ilusiones de Cualladó es que se expusieran esas fotografías, señaló en la presentación la comisaria Sandra Moros.
Desde la obra del indispensable surrealista de la vanguardia europea Man Ray y sus sorprendentes montajes fotográficos de los años 1930 del pasado siglo, hasta la obra de Cualladó, el genial fotógrafo de Massanassa, ha llovido mucho. Lo esencial es el reconocimiento de ese arte como fundamental para la comprensión del mundo. La frase “Vale más una imagen que mil palabras” se ha hecho carne en nuestro tiempo, donde el testimonio gráfico es capaz de frenar una guerra, como sucedió en la de Vietnam, o de hacer caer una dictadura. El imperio de la imagen señorea la opinión pública. Lo que no se ve no existe.
Dalí, que además de pintor fue un gran escritor y ensayista, publicó en 1927 un artículo titulado Fotografía pura, creación del espíritu en el que elogiaba la capacidad de la fotografía de modificar los objetos con un simple cambio de escala provocando “insólitos parecidos, analogías inimaginables y, no obstante, existentes”. Otros surrealistas señalaron que la fotografía inspira y complementa el trabajo de los escritores. Lo cierto es que, tras este aperitivo de su obra, el IVAM debería programar una muestra mucho más ambiciosa de los fondos que posee de Gabriel Cualladó para este año que comienza.
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