Este año se cumple medio siglo de la muerte de Dimitri Shostakovich, uno de los compositores más importantes del siglo XX y de la historia de la música sinfónica y de cámara. Perseguido por la dictadura estalinista por su modernidad y genio, fue capaz de sobrevivir al peligro de ser fusilado o enviado al Gulag y legar una obra extensa que en pleno siglo XXI está presente en todos los grandes repertorios sinfónicos del planeta.
El 29 de marzo de 1942 la ciudad de Leningrado (hoy San Petersburgo) cercada durante meses por el ejército alemán, en un escenario de hambre, desolación y muerte, vivió una de las gestas más notables de la II Guerra Mundial cuando una orquesta de músicos, hambrientos y desesperados, reunidos de cualquier manera ante la evacuación de la orquesta original, interpretó la 7ª sinfonía de su paisano Dimitri Shostakovich,(San Petersburgo, 1906- Moscú 1975) compuesta en honor de los defensores un año antes. El concierto tuvo lugar en la Casa de los Sindicatos y se interpretó bajo las bombas. La población la escuchó por altavoces colocados en diversos puntos de la ciudad y encarados a los agresores de la Wermacht, con el doble objetivo de subir la moral de los cercados y golpear la de los sitiadores.
El director Karl Eliasberg fue el encargado de reclutar a los músicos famélicos. Una gesta que de inmediato fue celebrada en Occidente y la partitura, en formato microfilm, se envió a Teherán para su difusión. El 22 de junio de ese año se estrenó en Europa por la Orquesta Filarmónica de Londres y en Nueva York el 19 de julio con la dirección de Arturo Toscanini. Ese hito histórico en plena guerra mundial, que parece sacado de una novela de ficción, no fue el más decisivo en la vida y obra del gran compositor ruso. La historia de Shostakovich es una gesta única en la incesante lucha de la razón contra la barbarie. El escritor Julian Barnes, en su novela El ruido del tiempo, de 2016, narra las dificultades que tuvo el genio para salir airoso a la persecución del dictador soviético Stalin, como tantos otros artistas y creadores bajo la bota autárquica y sangrienta del sátrapa. La extensa obra de Shostakovich, hoy en día indispensable en el catálogo mundial de conciertos, es producto de una vida de sufrimientos bajo la persecución implacable de la KGB en vida del sangriento georgiano y su época del Gran Terror, en los años 30, cuando la represión del Estado alcanzó cotas inimaginables y muchos artistas rusos fueron asesinados o deportados sin piedad.
Para Shostakovich todo empezó en el estreno de su primera ópera, Lady Macbeth de Mtsensk, en 1936, con Stalin y su cohorte presente en la función y poniendo mala cara. Al día siguiente Pravda, el diario oficial del Partido, criticó la obra como «contrarrevolucionaria». Las presiones al compositor desde ese momento fueron constantes. La burocracia estalinista exigió al músico que rectificara y éste se vio obligado a hacer caso para salvar el pellejo.

El músico fue bombero voluntario durante el asedio a Leningrado.
Vivió aterrado con su mujer e hijos ante la posible visita nocturna de la policía. La leyenda cuenta que, en aquellos tiempos, siempre dormía con una maleta preparada con sus cosas por si venían a por él de madrugada. Hay una foto significativa en la historia de la música rusa en la que se ve a tres genios como Serguei Prokofiev, Aram Khachaturian y el propio Shostakovich, aterrados en un sofá, esperando ser interrogados por los esbirros del régimen y para pedir disculpas al Politburó por su música «antisoviética». Pese a todo, el compositor no dejó de construir una obra monumental que hoy disfrutan los melómanos de todo el planeta. Además de sus catorce sinfonías, el ruso es autor de una colosal producción de cuartetos para cuerda. Está considerado como el más importante compositor de cuartetos de la historia de la música.
Los String Quartets de Shostakovich componen una banda sonora inquietante, más allá de su belleza, parecen describir, en ocasiones, la atmósfera opresiva del régimen soviético en sus peores tiempos. Cuando uno escucha esos cuartetos y piensa en qué contexto los compuso su autor, le embarga cierta inquietud ante momentos desolados, claustrofóbicos, que describen el miedo y la sicosis persecutoria. La banda sonora de un mundo peligroso en el que todo se puede derrumbar en cualquier momento.
Lo contrario sucede con las mejores sinfonías del autor, de una belleza electrizante, como la número 10, la más popular, compuesta en 1953, justo el año en que murió Stalin. Medio siglo después de la muerte del compositor hay que recordar una trayectoria trufada de obras maestras, que van desde la sinfonía Babi Yar, compuesta en 1962 en recuerdo de la masacre de judíos en el paraje del mismo título a las afueras de Kiev, durante la ocupación nazi, al maravilloso Vals 2 que popularizó Kubrick en su última película Eyes Wide Shut (1999).
Para sobrevivir ante las dificultades que le impuso la dictadura soviética, Shostakovich compuso bandas sonoras para películas. A diferencia de colegas suyos como Prokofiev, el compositor supo capear el temporal y permaneció en su tierra. Con el relativo deshielo posestalinista fue condecorado como héroe de la Unión Soviética. Los burócratas del Politburó no eran tontos y sabían que el compositor era material exportable por el mundo para mejorar la imagen de la URSS.
Así que Shostakovich, superviviente nato, hizo de tripas corazón y siguió siendo miembro del Partido Comunista hasta su muerte. Amigo íntimo del gran músico británico Benjamin Britten y del genial violonchelista Mstislav Rostropovich, este legendario creador pudo disfrutar de la libertad en Occidente, sin cortapisas. Ninguna crítica puede ensombrecer la grandeza del músico ruso. Cuando su amigo Prokofiev le invitó a exiliarse con él, Shostakovich contestó que era impensable para él abandonar la tierra rusa. Este próximo agosto se cumplirán los cincuenta años de su muerte y bien merece el compositor que le honremos escuchando con atención su 10ª Sinfonía, de belleza e intensidad sobrecogedoras, y un ejemplo vivo en la historia del arte de que ningún totalitarismo puede acabar con la genialidad creativa.
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