En el año 1975 apareció un disco de Pink Floyd que ha sobrevivido al tiempo como una de las cumbres del rock sinfónico. Wish you where here, cumple, con todos los honores, su medio siglo de antigüedad. Sus temas siderales continúan resonando frescos en la cabeza de la generación que lo escucho por primera vez. Música inteligente que alegra el espíritu, un clásico que ayuda a pensar.  

A media­dos de los años 1970 suce­dió el cam­bio coper­ni­quiano que está­ba­mos espe­ran­do. La ale­gre y des­preo­cu­pa­da gene­ra­ción beat, ama­man­ta­da en las ubres del pop bri­tá­ni­co, encar­na­do en las can­cio­nes rápi­das y pega­di­zas de The Beatles, Kinks o The Rolling Sto­nes, sufrió un cam­bio de para­dig­ma. De las ale­gres melo­días pop la gene­ra­ción yeyé pasó de gol­pe a galo­par en el rock sin­fó­ni­co. Y de todos estos cam­bios la ban­da bri­tá­ni­ca Pink Floyd tuvo un papel esen­cial. Fue en 1975 cuan­do el gru­po inglés dio la cam­pa­na­da con una crea­ción que ren­día tri­bu­to a la memo­ria de su fun­da­dor Syd Barret, un roque­ro des­apa­re­ci­do en com­ba­te como tan­tos otros. El LP Wish you whe­re here, sigue estan­do aquí, pese a todo lo que ha llo­vi­do.

Esta obra supu­so la cul­mi­na­ción del triun­fo de los dis­cos con­cep­tua­les de lar­ga dura­ción. Des­de el ini­cio de la déca­da de los 70 los gru­pos bri­tá­ni­cos del lla­ma­do rock sin­fó­ni­co impu­sie­ron su visión esté­ti­ca con una músi­ca de carác­ter meta­fí­si­co que no ser­vía para bai­lar en dis­co­te­cas, que esta­ba por el con­tra­rio con­ce­bi­da para pen­sar, o mejor soñar. Per­der­se en labe­rin­tos con­cep­tua­les, como en un rela­to fan­tás­ti­co de She­ri­dan Le Fanu o Poe; extra­viar­se en el jar­dín de los sen­de­ros que se bifur­can de Bor­ges.

Ponías uno de esos vini­los en el equi­po y lo que suce­día a con­ti­nua­ción era un via­je sico­dé­li­co hacia los terri­to­rios de la ima­gi­na­ción. Los hijos de Her­man Hes­se y Sid­dartha y los Can­tos de Mal­do­ror del Con­de de Lau­trea­mont tenían por fin una ban­da sono­ra apro­pia­da a sus anhe­los. Su via­je astral más surrea­lis­ta. Y el pun­to de infle­xión de todo este pro­ce­so fue el dis­co que saca­ron al mer­ca­do el gru­po Pink Floyd hace jus­to medio siglo.

Así que ese año semi­nal de 1975, no lo es sólo por el cam­bia­zo polí­ti­co que se ini­ció en el país de los dien­tes afi­la­dos. La nave his­pa­na vira­ba radi­cal­men­te de rum­bo, camino de la demo­cra­cia. Sin embar­go, la ban­da de los cora­zo­nes soli­ta­rios, los vie­jos roque­ros y beats, con­ti­nua­ban su camino musi­cal ini­cia­do bas­tan­tes años antes.

La ban­da sin­fó­ni­ca de Mason, Wright, Waters y Gil­mour no esta­ba sola. El gru­po neo­ro­mán­ti­co Gene­sis, les seguía de cer­ca con una obra com­ple­ja y de aires deci­mo­nó­ni­cos, con un esti­lo vic­to­riano vuel­to del revés. El año ante­rior publi­có su dis­co cum­bre The lamb lies down on Broad­way, el últi­mo con el genial Peter Gabriel. Un dis­co irre­gu­lar y muy lejos del per­fec­to aca­ba­do del de los Pink Floyd.

A noso­tros, los vie­jos roque­ros de 2025, que dis­fru­tá­ba­mos de la juven­tud en los años 70, toda­vía nos sue­na en la cabe­za un tema­zo como Wel­co­me to the machi­ne. Rock elec­tró­ni­co insu­pe­ra­ble y úni­co. La músi­ca clá­si­ca no se preo­cu­pa por el tiem­po. Uno pue­de escu­char una y mil veces el con­cier­to para piano núme­ro 4 de Beetho­ven y suce­de los mis­mo con las pie­zas inma­te­ria­les, casi meta­fi­si­cas de Wish you whe­re here. Y noso­tros sí que está­ba­mos allí. En la cres­ta de la ola.

Los hijos del rock sin­fó­ni­co rei­vin­di­ca­mos la músi­ca popu­lar como patri­mo­nio inmor­tal de la huma­ni­dad. No fue tan­to la polí­ti­ca la que cam­bió a toda una gene­ra­ción de jóve­nes rebel­des y utó­pi­cos, sino el revul­si­vo cul­tu­ral de la músi­ca popu­lar. El rela­to ins­tru­men­tal y sóni­co que pro­vo­ca­ba el delei­te y la refle­xión. El rock sin­fó­ni­co, uno de cuyos hitos cele­bra ani­ver­sa­rio en este nue­vo año 2025.

El noveno álbum de Pink Floyd es un reme­dio infa­li­ble fren­te al des­aso­sie­go, un via­je inter­es­te­lar que no nece­si­ta nave espa­cial. Más útil que un libro de auto­ayu­da. Uno de los secre­tos del dis­co con­sis­te en sus inter­va­los de soni­do sin voces; los lar­gos tem­pos ins­tru­men­ta­les del rock sin­fó­ni­co del pasa­do siglo. Como las obras de Juan Sebas­tián Bach, ori­gen de todas las músi­cas de la moder­ni­dad.

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