Muchos escritores famosos han tenido que sudar sangre para sobrevivir. Sobre todo, publicando a diario en los periódicos, columnas y relatos. Son los forzados de la pluma, como definió la traductora Esther Benítez a Guy de Maupassant, el cuentista más importante del siglo XIX, ahora elevado a la altura de Chejov o Kafka. El gran Cervantes fue un forzado, aunque no de la pluma, prisionero y galeote en naves berberiscas. Podría muy bien ser el patrón y símbolo de los forzados de la literatura, aunque lo suyo fuera remando.
Escribir es sufrir. Hacerlo para ganarse la vida es padecer el doble y sino que se lo digan a los centenares de escritores que se han pasado la existencia sudando sangre para alimentar artículos y columnas de los diarios, revistas y otras publicaciones. Las grandes figuras de la literatura universal cimentaron su triunfo final tras años de publicar cuentos por entregas o historias serializadas, desde que el en siglo XIX se popularizó en los diarios la edición de los cuentos dominicales. Desde la famosa revista de misterio Black Mask, de los Estados Unidos, hasta los cuentos de los domingos de los diarios españoles de los años 20, como los que publico Carceller en València, infinidad de autores se ganaron la vida publicando historias por entregas.
Raymond Chandler, Dashiell Hammet en USA, Pio Baroja, Larra, Sender, Unamuno en España forman parte de la innumerable legión de lo que se ha venido a llamar “los forzados de la pluma”. El que esto escribe lleva décadas publicando columnas en diarios y revistas, la mayoría de tipo semanal. Las columnas no hacen un libro, pero los cuentos sí. Fue la traductora Esther Benítez la que en su prólogo de 1979 a la edición de los cuentos de Guy de Maupassant (1850–1893) de Alianza descubrió para mi este concepto que al principio parecía gracioso pero barruntándolo a conciencia devino doloroso. Mi identificación con Guy de Maupassant, uno de los mejores cuentistas del siglo XIX fue inmediata. El “aristocrático empleadillo” publicó más de trescientos cuentos en dos periódicos entre 1880 y 1890, además de centenares de artículos aparecidos en los diarios en el mismo periodo. Guy es el icono esencial del forzado de la pluma. Llegó a copiarse a sí mismo publicando la misma historia con diversas variantes. Y eso que fue un pesimista, misántropo y misógino, protegido nada menos que por Gustave Flaubert, que era amigo de su madre.
Otro forzado de la pluma legendario fue Emilio Salgari (1862–1911) el famoso creador de Sandokan que animó nuestra infancia con aventuras exóticas en los Mares del Sur, Malasia India y hasta en el Oeste americano. El escritor veronés escribió sobre todos esos mundos sin salir de su apartamento italiano. Ayudado por mapas y libros de historia se dedicó a recrear sus aventuras con un realismo admirable. Con mujer y cuatro hijos Salgari fue un esclavo de sus editores que lo engañaron pagándole miserablemente sus novelas y presionándole para que incrementar su producción a destajo. Acabó suicidándose haciéndose el harakiri. En su despedida escribió este estremecedor texto a sus editores: “A vosotros que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua penuria, os saludo, rompiendo mi pluma”. Una vida difícil la de los forzados de la pluma, Maupassant no acabó mejor que su colega italiano, murió internado en un manicomio presa de delirios.
El hecho de que el más grande escritor castellano Miguel de Cervantes fuera galeote durante su prisión por los musulmanes, forzado a remar en galeras, de ahí el nombre que además sacó en su Don Quijote, es todo un satírico símbolo para los galeotes de la escritura. Chandler, que basó las novelas que le dieron la fama en numerosos cuentos breves escritos para Black Mask, la revista pulp, cuenta con sarcasmo la perra vida a la que se veían sometidos los guionistas de Hollywood a sueldo de las grandes compañías productoras como la Metro y otras.
Escribían por docenas en unos espacios que ahora llamaríamos boxes, como si fueran secretarias de una gran empresa. No solo Chandler, hasta Faulkner tuvo que escribir guiones para tirar adelante entre 1930 y 1950. Publicar a destajo, sea como sea para seguir tirando y no abandonar la escritura, una afición que da para comer pocas lentejas. Hoy en día las cosas han cambiado poco y nuestro universo literario está trufado de grandes escritores que necesitan la columna semanal en los grandes diarios para redondear ingresos. Umbral, Antonio Gala, Juan Marsé, Millás y Manuel Vicent son algunos de los escritores que publicaron y publican columnas y artículos para compensar los derechos de autor. Si consideramos que de un libro que vale 20 euros el autor se lleva 2, las cosas quedan claras. Una de las estrellas del destajo en la escritura es Jordi Sierra i Fabra, el septuagenario escritor catalán que durante 40 años ha publicado 400 libros.
La italiana Daria Galatea tiene publicado un libro muy interesante titulado Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores. (Impedimenta) Y aquí no se salva ni uno. Desde Franza Kafka hasta nuestro gran Rafael Chirbes, que trabajó como corresponsal de una revista gastronómica mientras que trataba de desbrozar su genio en libros que le han dado la fama. Gorki trabajo como pinche de cocina, Orwell fue policía en Birmania… Y así muchos autores cuyos libros nos admiran sin reparar en la sangre sudor y lágrimas que costaron.
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