El Par­te­rre ya dejó de ser un jar­dín de cuen­to de hadas. Per­dió ese aire o lo Fin­­zi-Con­­ti­­ni de Gior­gio Bas­sa­ni.

 

Hace poco esta­ba sen­ta­do en los jar­di­nes del Par­te­rre con­tem­plan­do pen­sa­ti­vo el pro­fun­do sen­ti­do espi­ri­tual y al mis­mo tiem­po maca­bro que tenía ese esce­na­rio. Más que un bello lugar de la ciu­dad, don­de aún se besu­quean per­so­na­jes de nove­la román­ti­ca, el inigua­la­ble Par­te­rre se ha con­ver­ti­do con el tiem­po en un esce­na­rio, una espe­cie de sima de recuer­dos, de angus­tias y ale­grías con sus res­pec­ti­vos acto­res y per­so­na­jes, El cemen­te­rio de los ani­ma­les como sin­fo­nía de fon­do. Y don­de cual­quie­ra pue­de pes­car un recuer­do a poco vuel­va la cabe­za al ano­che­cer.

Fue un jar­dín urbano clá­si­co, muy bien poda­do y apa­ren­te­men­te cui­da­do has­ta que un colo­sal ficus estu­vo a pun­to de ele­var­lo a la estra­tos­fe­ra, tras la pro­tes­ta de sus bra­zos de made­ra en for­ma de res­que­bra­ja­mien­to de sus ramas.

El Par­te­rre se ha trans­for­ma­do en una espe­cie de cemen­te­rio surrea­lis­ta, cata­cum­ba de las cul­tu­ras y per­so­na­jes que por él pasea­ron en el pasa­do. Cri­sol de recuer­dos, cofre que con­ser­va muchas lágri­mas de amor.

La cues­tión es que hace ape­nas unas sema­nas había­mos des­pe­di­do a uno de sus prin­ci­pa­les per­so­na­jes, en este caso un cineas­ta muy cele­bra­do por sus gra­cias, jun­to a un nume­ro­so gru­po de poli­chi­ne­las y paya­sos y sim­pá­ti­cos chi­ri­go­te­ros que com­par­tie­ron las meren­do­las de los años locos del final del siglo XX.

El Par­te­rre, en fin, con esta muer­te mas, ya dejó de ser un jar­dín de cuen­to de hadas. Per­dió ese aire o lo Fin­­zi-Con­­ti­­ni de Gior­gio Bas­sa­ni. La muer­te de Anto­nio sacó de sus tum­bas a tan­tos per­so­na­jes, artis­tas, escri­to­res, pin­to­res, poe­tas y tipos incon­for­mis­tas en gene­ral, así, de sope­tón, por sor­pre­sa.

En los años 1970 el Par­te­rre era un foro pata­fí­si­co que reu­nía a todos aque­llos que se sen­tían soli­ta­rios e incom­pren­di­dos en su alma de artis­tas y deseos de genia­li­dad. Chi­cos y chi­cas que estu­dia­ban en la uni­ver­si­dad, una acti­vi­dad que les pro­du­cía tal odio, que recu­rrían al jar­dín. Su feria de las sor­pre­sas y amo­ríos, don­de podían cam­biar impre­sio­nes con sus mitos pre­fe­ri­dos.

Hay muchos indi­vi­duos que toda­vía tie­nen fuer­zas para cru­zar el jar­dín de su juven­tud sin derrum­bar­se deso­la­dos en la nos­tal­gia ‚ante sus ban­cos, setos y arbus­tos, luga­res que sir­vie­ron para esca­par del tedio por­ten­to­so de aque­llos tiem­pos sin pubs ni bares de copas don­de pusie­ran a los Kinks o Pink Floyd.

Así que esa tar­de que visi­té solo el Par­te­rre y comen­cé a ver los fan­tas­mas des­apa­re­ci­dos de mi juven­tud, com­pren­dí la impor­tan­cia de los jar­di­nes en las ciu­da­des pro­vin­cia­nas. Escri­bo en recuer­do y memo­ria de ese Par­te­rre que ya no es ni de lejos lo que fue, pues, aun­que por fue­ra siga sien­do un par­que urbano con la esta­tua de Jau­me I en medio y un árbol tro­pi­cal a medio que­brar­se, ha per­di­do todo su espí­ri­tu román­ti­co. Y ya no pue­des escu­char los miles de voces que aque­llos chi­cos y chi­cas lan­za­ban al aire, como leo­nes ence­rra­dos en una jau­la que bus­ca­ban la for­ma de salir de ella.

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