Jorge Urdánoz arroja nueva luz sobre el fin del franquismo en «La Transición según los espías»

El escri­tor y perio­dis­ta Jor­ge Urdá­noz Ganu­za.

Un cable remi­ti­do por la emba­ja­da ame­ri­ca­na en Espa­ña en 1976 fue el hilo del que tiró el escri­tor y pro­fe­sor de Cien­cia Polí­ti­ca en la UNED Jor­ge Urdá­noz Ganu­za para arro­jar luz sobre las incóg­ni­tas que aún que­dan sobre el paso de la dic­ta­du­ra a la demo­cra­cia en Espa­ña. El resul­ta­do es una obra sor­pren­den­te titu­la­da La Tran­si­ción según los espías (Akal) en la que, a par­tir de las comu­ni­ca­cio­nes del enton­ces emba­ja­dor de EEUU en Espa­ña, Wells Sta­ber, se pue­de recons­truir pro­ce­sos como la lega­li­za­ción del par­ti­do comu­nis­ta un míti­co «sába­do rojo y san­to» de 1977. Nues­tro com­pa­ñe­ros Javier Cava­ni­lles ha habla­do con él.

Cabe recor­dar que duran­te los años de la Tran­si­ción, Sta­ber envia­ba a dia­rio cables diplo­má­ti­cos a su jefe en Washing­ton, que no era otro que el todo­po­de­ro­so Henry Kis­sin­ger. Des­cla­si­fi­ca­dos cua­tro déca­das des­pués, esos cables ofre­cen una lec­tu­ra de alguno de los acon­te­ci­mien­tos de aque­llos años que modi­fi­can en bue­na medi­da el rela­to habi­tual que ha aca­ba­do impo­nién­do­se.

Cues­tio­nes como la lega­li­za­ción del Par­ti­do Comu­nis­ta, la adop­ción del sis­te­ma elec­to­ral, la crea­ción del Sena­do o el papel de la monar­quía duran­te todo el pro­ce­so reci­ben, a la luz de los tele­ti­pos del emba­ja­dor, una expli­ca­ción dis­tin­ta a la acos­tum­bra­da y, sin duda, más per­ti­nen­te. Una que, por un lado, ilu­mi­na la faz polí­ti­ca de cada deci­sión, y, por otro, resul­ta difí­cil de reba­tir dada la cer­ca­nía que el emba­ja­dor man­tu­vo con todos los acto­res prin­ci­pa­les de la épo­ca: des­de el Rey y Suá­rez has­ta Feli­pe Gon­zá­lez y los prin­ci­pa­les miem­bros de la opo­si­ción demo­crá­ti­ca.

En este libro se des­ve­lan lo que el autor lla­ma «las ver­da­de­ras inten­cio­nes» que movie­ron a aque­llos que toma­ron esas deci­sio­nes, y no tan­to los sub­ter­fu­gios que, tras ello, usa­ron para jus­ti­fi­car­las. 

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