El IVAM pre­sen­ta la mues­tra docu­men­tal De vaca­cio­nes en el Jar­dín de las Hes­pé­ri­des. Ima­gi­na­rios turís­ti­cos de la cos­ta valen­cia­na duran­te el fran­quis­mo, que ana­li­za, sin pre­jui­cios, la cul­tu­ra visual gene­ra­da en torno al ‘boom’ del turis­mo en el terri­to­rio valen­ciano.

La mues­tra, comi­sa­ria­da por Ali­cia Fuen­tes y que se exhi­be del 20 de febre­ro al 10 de mayo, tie­ne como fina­li­dad visi­bi­li­zar, por una par­te, un con­jun­to docu­men­tal de inte­rés patri­mo­nial inne­ga­ble: car­te­les, folle­tos y revis­tas, así como pos­ta­les, foto­li­bros y rela­tos de via­je, pro­ce­den­tes en su mayo­ría de archi­vos valen­cia­nos (Biblio­te­ca Valen­cia­na, Archi­vo Docu­men­tal Pedro Zara­go­za, UA, Biblio­te­ca del IVAM), y, por otra par­te, con­tri­buir a repen­sar el rela­to, pues dichas imá­ge­nes son la prue­ba feha­cien­te de que en el turis­mo con­flu­ye una mul­ti­pli­ci­dad com­ple­ja y con­tra­dic­to­ria de repre­sen­ta­cio­nes, bús­que­das, deseos y aspi­ra­cio­nes.

La mues­tra ana­li­za tres ámbi­tos: el turis­mo como pro­duc­to, el turis­mo como bús­que­da y el turis­mo como trans­for­ma­ción. Como pro­duc­to, el boom turís­ti­co espa­ñol siguió la fór­mu­la del “turis­mo de sol y pla­ya”, liga­da al auge de los ope­ra­do­res turís­ti­cos inter­na­cio­na­les que hicie­ron de la idea del lujo a bajo pre­cio uno de sus prin­ci­pa­les recla­mos (el buen tiem­po y la pla­ya se daban por sen­ta­dos). De ahí las nume­ro­sas cam­pa­ñas publi­ci­ta­rias que indu­cían a “dejar­se mal­criar” o a sen­tir­se “reyes por un día”.

Cose­cha en el Jar­dín de las Hes­pé­ri­des. Así des­cri­bía el fotó­gra­fo ale­mán Bert Boger, en su libro ‘Rutas de Espa­ña’ (1955), la foto­gra­fía que tomó en una huer­ta de Gan­dia. Pue­de que las nin­fas guar­dia­nas de las Hes­pé­ri­des se hubie­ran trans­fi­gu­ra­do en un anciano de ros­tro arru­ga­do, y que las naran­jas que este car­ga­ba en su burro no pro­por­cio­na­sen la inmor­ta­li­dad, pero para el visi­tan­te extran­je­ro de los años cin­cuen­ta y sesen­ta, la huer­ta valen­cia­na era un lugar igual de mági­co que el jar­dín del mito. Esta evo­ca­ción de un edén en el sur de Euro­pa remi­te a una cons­tan­te que se halla en la base mis­ma del turis­mo: la bús­que­da de auten­ti­ci­dad.

Por últi­mo, la trans­for­ma­ción. Fren­te a las voces crí­ti­cas con la masi­fi­ca­ción y con los des­ma­nes urba­nís­ti­cos, cada vez más fre­cuen­tes en los medios de opi­nión inter­na­cio­na­les, des­de el inte­rior se cele­bra­ba el boom de la cons­truc­ción casi sin fisu­ras. A la altu­ra de 1970, des­de las pági­nas de una revis­ta con el lema de Ali­can­te, la millor terra del món, se desea­ba que el res­to de la pro­vin­cia supe­ra­se los ana­cro­nis­mos siguien­do el ejem­plo de Beni­dorm. Esta com­pren­sión turis­ti­za­da del terri­to­rio demues­tra que se inte­rio­ri­zan los valo­res de la indus­tria turís­ti­ca, has­ta el pun­to de con­ver­tir­los en la pro­pia iden­ti­dad.

La expo­si­ción se cie­rra con un caso para­dig­má­ti­co de esto últi­mo: el de Beni­dorm, que resu­me las vir­tu­des que se aso­cia­ban al turis­mo: liber­tad y pros­pe­ri­dad eco­nó­mi­ca. Ambos ele­men­tos pro­cu­ra­rían un res­pal­do entu­sias­ta al pro­yec­to turís­ti­co del fran­quis­mo. Lo cual con­tra­di­ce el rela­to más habi­tual, que inci­de en el cho­que con la moral cató­li­ca tra­di­cio­nal. Más que poner en peli­gro sus cimien­tos, el turis­mo fue para el régi­men una poten­te arma de seduc­ción.

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