La reseña de Ballester Añón: “La vida no es una biografía”

Pas­cal Quig­nard (1948) es escri­tor, filó­so­fo, musi­có­lo­go; fue ase­sor de la edi­to­rial Galli­mard, y gana­dor del pre­mio Gon­co­urt en 1992; creó en Ver­sai­lles el Fes­ti­val de Ópe­ra Barro­ca por encar­go del pre­si­den­te Mite­rrand. Entre noso­tros se dio a cono­cer tam­bién por un mag­ni­fi­co film, Todas las maña­nas del mun­do, con guión suyo, diri­gi­do por Alain Cor­neau.

A los 16 años sufrió una suer­te de cri­sis de autis­mo, a la que supo sacar pro­ve­cho, por­que el silen­cio y ais­la­mien­to le indu­jo a escri­bir “y pude hacer el siguien­te tra­to: estar en el len­gua­je callán­do­me”.

Se intere­só por las len­guas anti­guas y por la músi­ca. Estu­dió filo­so­fía en Nan­te­rre; tuvo como pro­fe­so­res a Jean Lyo­tard y Paul Ricœur. Comen­zó una tesis sobre Hen­ri Berg­son, pero los acon­te­ci­mien­tos de mayo del 1968 lo ale­ja­ron de la filo­so­fía aca­dé­mi­ca. Leyó a Lacan, Fou­cault, Derri­da y sobre todo narra­ti­va de los más diver­sos perio­dos his­tó­ri­cos.

Su pri­me­ra nove­la fue la enig­má­ti­ca El lec­tor, ins­pi­ra­da en el pen­sa­mien­to de Mau­ri­ce Blan­chot y como resul­ta­do de una situa­ción de enclaus­tra­mien­to.

Vida ermitaña

1994 fue un año deci­si­vo Quig­nard: aban­do­nó todos sus car­gos públi­cos para dedi­car­se exclu­si­va­men­te a la escri­tu­ra. La deser­ción de toda acti­vi­dad social dio fru­tos en los años suce­si­vos en obras como: Retó­ri­ca espe­cu­la­ti­va, El odio a la músi­ca, Vida secre­ta, El sexo y el espan­to, Las lágri­mas -nove­la que se remon­ta al tiem­po de Car­lo­magno y al naci­mien­to del idio­ma fran­cés, y que ganó el pre­mio de lite­ra­tu­ra André Gide, de 2017- y recien­te­men­te el libro que hoy comen­ta­mos.

Pas­cal Quig­nard (1948) es escri­tor, filó­so­fo y musi­có­lo­go.

¿Qué es La vida no es bio­gra­fía? En un con­ci­so pró­lo­go, el tra­duc­tor de este tex­to, escri­be: “la ori­gi­na­li­dad de Pas­cal Quig­nard, la bri­llan­tez de su incon­fun­di­ble esti­lo, no resi­de solo en su léxi­co. Es su sin­ta­xis, sus jue­gos de pala­bras, sus fra­ses inaca­ba­bles y sinuo­sas, cuyo hilo per­de­mos con­ti­nua­men­te, has­ta que com­pren­de­mos que no hay un úni­co hilo, que Quig­nard escri­be como sue­ña, aban­do­nán­do­se al flu­jo de sus imá­ge­nes, de sus recuer­dos, de sus fan­tas­mas, a los que deja que hagan tam­bién su apues­ta. Hacien­do como que no ve sus mane­jos, sus marru­lle­rías, sus tre­tas, con­ven­ci­do como está de que sólo se gana cuan­do se pier­de”. Aco­ta­ción ins­truc­ti­va que con­den­sa bien el per­fil lite­ra­rio de la obra.

Quig­nard se ocu­pa del esta­do del neo­na­to, del pre­na­ci­mien­to, de las situa­cio­nes que con­du­cen a la ges­ta­ción y que per­ma­ne­cen en lo abs­cón­di­to. Es una de las cues­tio­nes recu­rren­tes en La vida no es una bio­gra­fia.

Quig­nard no deja volar la ima­gi­na­ción y las pala­bras: hace que gateen. La sen­sa­ción para el lec­tor habi­tual resul­ta bas­tan­te extra­ña.

Jun­to a for­mas espe­cu­la­ti­vas y afo­rís­ti­cas, como: “Escri­bir. Des­apa­re­cer en la len­gua habla­da por el gru­po sin pro­nun­ciar una sola pala­bra en ella. Sin mirar nin­gún ros­tro”; es tam­bién fre­cuen­te en Quig­nard el tono poé­ti­co: “Los aman­tes que se abra­zan dan vuel­tas silen­cio­sa­men­te en el agua del pasa­do. En la cama, en cier­to modo, nadan. Nadan tam­bién en el agua ori­gi­nal. Se des­li­zan el uno sobre el otro. Entran el uno en el otro”.

Muerte del autor

Quig­nard es un cua­li­fi­ca­do here­de­ro de la tra­di­ción fran­ce­sa del siglo XX, que se carac­te­ri­za por prác­ti­cas meta­li­te­ra­rias, el auto­ma­tis­mo refi­na­do, el psi­co­aná­li­sis bajo usos líri­cos y las más diver­sas moda­li­da­des de pro­sa críp­ti­ca.

El cole­gio car­de­na­li­cio de la lite­ra­tu­ra fran­ce­sa decre­tó en su momen­to la muer­te del Autor; esto tra­jo un efec­to para­dó­ji­co: su pro­li­fe­ra­ción enfer­mi­za. Extra­ña cir­cuns­tan­cia que ha pro­pi­cia­do la apa­ri­ción de la figu­ra del meta-autor.  Éste se sus­tan­cia, por ejem­plo, en algu­nas prác­ti­cas de tra­duc­ción. Habi­tual­men­te hay dos cla­ses de tra­duc­to­res: el pro­fe­sio­nal, con exce­len­te ofi­cio que cono­ce la mecá­ni­ca de tu tra­ba­jo, y el escri­tor que por pasión o even­tual nece­si­dad tra­du­ce. Pero cabe otra moda­li­dad: no el escri­tor que tra­du­ce, sino tra­duc­tor que escri­be una obra ocul­ta, clan­des­ti­na, mul­ti­for­me, y que se con­fi­gu­ra en pri­mer tér­mino por la elec­ción de aque­llo que oca­sio­na su ape­ti­ti­vo y nece­si­dad. Esta rara tarea lite­ra­ria adop­ta el aspec­to de un gigan­tes­co colla­ge a par­tir de las obras de diver­sos auto­res y len­guas uni­fi­ca­dos por una pasión expre­si­va.

Meta-autor

Manuel Arranz, que ha tra­du­ci­do La vida no es…, ejem­pli­fi­ca bien lo que decía­mos. Lle­va años efec­tuan­do esa tarea con auto­res como Geor­ge Batai­lle, Mau­ri­ce Blan­chot, Leon Bloy, Emma­nuel Bove, Antoi­ne Com­pag­non, Jac­ques Derri­da, J.J.Rousseau, entre otros. Sus ver­sio­nes no son mecá­­ni­­co-indu­s­­tria­­les. En la elec­ción de auto­res y en el tra­ta­mien­to que les con­ce­de, emer­ge la figu­ra hui­di­za del meta-autor. La obra lite­ra­ria de Arranz tie­ne pues un cariz laten­te, dis­fra­za­do, “ven­trícu­lo”.

La vida no es una bio­gra­fia es un noto­rio libro de Pas­cal Guig­nard, pero igual­men­te una dimi­nu­ta tese­la del puzz­le vela­do de Arranz.

Dice el sola­pis­ta de la pre­sen­te edi­ción que le bas­tan a Quig­nard unas bre­ves fra­ses para defi­nir el obje­ti­vo de su libro: “los sue­ños no con­tie­nen la menor idea de cau­sa. Los sue­ños están vivos. Los sue­ños vagan”. Hemos titu­bea­do en acep­tar esa afir­ma­ción.

Título: La vida no es una biografía

Autor: Pas­cal Quig­nard

Edi­to­rial: Shan­gri­la

Tra­duc­tor: Manuel Arranz

Pági­nas: 193 Pre­cio: 24 euros.

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