
La realidad se impone. Esta es una pandemia relacional. No podemos estar seguros en Europa si en África hay millones de personas sin vacunar. Y en un mundo como el actual donde la gente cruza los continentes y de uno a otro en horas, la velocidad de las cosas y sucesos es extrema. Eso también facilita que las epidemias se conviertan en pandemias.
El resultado del comportamiento humano es lo que estamos viendo. Si no fuera por ello, la difusión natural de los fenómenos biológicos no tendría la velocidad que estamos viendo en la variante Ómicron. Para que esa velocidad que vemos se dé, hace falta el factor emocional del comportamiento humano y la velocidad de los viajes actuales en avión.
La gente del primer mundo de hoy no quiere/no queremos renunciar a sus costumbres, a sus vacaciones, a su vida social “moderna”. No queremos privarnos de nada. Nuestra cultura actual basada (y amplificada por las redes sociales), en las emociones y también en las posibilidades de la vida actual, no está acostumbrada a renunciar a nada de lo que hacia antes. Si algo contraviene eso, si hace falta estamos dispuestos a negar la realidad. Es nuestra respuesta emocional a las dificultades. Frente a eso, el resultado de la evolución biológica es brutalmente lógico, casi diría brutalmente racional. En una dura oposición de contrarios; la lógica del comportamiento cultural emocional (que se ha vuelto dominante, es un mainstream en el mundo global) [ https://bit.ly/32udXR9 ], frente a la “despiadada” lógica causal de la naturaleza en el bioma, el ecosistema biológico plantario.
Aunque los coronavirus no tienen voluntad, ni estrategia –antes de entrar en una célula animal solo son miles de millones de partículas víricas inertes que los biólogos se niegan a admitir en su clasificación de seres vivos–; los virus y coronavirus son, como me dijo Luis Enjuanes –director desde hace casi treinta años del laboratorio de coronavirus del CNB-CSIC–, entidades biológicas “que se están re-inventando constantemente”. Si la realidad les da oportunidad para mutar no es que ellos lo “hagan” sino que ocurrirá, será un hecho. Y los humanos se lo estamos poniendo con nuestra conducta social y cultural muy fácil: somos su vehículo infalible. Y en el caso del Covid-19, lo somos especialmente porque colaboramos a su difusión aunque no “queramos” hacerlo, lo ignoremos o no.
En el caso del Ómicron ya se ha medido que tiene una capacidad 70 veces mayor que la variante Delta. Setenta veces de mayor transmisibilidad conseguida con los humanos extremadamente viajeros por el Globo, y con costumbres extremadamente sociales. El de hoy es un mundo con millones de viajes en avión cada día, somos su vector de transmisibilidad de mayor eficacia. Y esos millones de viajes en el mundo cada día, al parecer no los podemos parar a riesgo de un bloqueo de la economía. Nuestra economía es nuestro tendón de Aquiles pandémico global pero también local. Todo funciona hoy en nuestro mundo actual de un modo relacional.
Incluso si, al principio del Covid-19, parece ser que hubo en el virus un salto zoonótico desde animales a humanos (este coronavirus no puede pervivir si no es ligado a células animales o humanas), una investigación de casi ahora mismo publicada en Nature señala que el salto zoonótico ahora mismo lo estamos provocando los humanos a los animales [ https://go.nature.com/3mwGigo ], gracias a la extrema transmisibilidad de variante como Ómicron, y a la imparable movilidad humana actual.
Ómicron parece haber sido detectado a gran escala en Sudáfrica. Y no es casualidad. Sudáfrica es un país africano donde ahora es verano (tiempo de vacaciones y de múltiples viajes); pero con una enorme cantidad de conexiones aéreas con Europa y con Asia. Así que es muy probable que la variante haya viajado transporta por viajeros de avión asintomáticos hasta Europa que, o bien no lo saben, o bien han hecho trampa con sus PCR para poder viajar y que no les bloquearan en Sudáfrica.

Los países europeos con peores cifras ahora mismo son los europeos con más conexiones con Sudáfrica. Seguramente Ómicron también está en otro países africanos con enorme transmisión por su baja tasa de vacunados, pero esos países apenas tienen conexiones aéreas directas con Europa o con hubs de conexión internacionales. Pero además, Sudáfrica tiene instrumentos científicos de detección y secuenciado genómico para detectar variantes que otros países africanos no poseen.
La mejor defensa que podemos tener es actuar lo más racionalmente posible y lo menos emocionalmente posible. La del Covid-19 es una epidemia amplifica a pandemia global por los humanos y su movilidad dinámica y de costumbres en el mundo global actual –combinada con la transmisión aérea de este coronavirus. Por más que queramos ignorar (es la respuesta “socialmente encriptada” del miedo a lo desconocido), lo que ocurre es que la realidad es tozuda en su lógica causal. Dejar de amplificarla y exponenciarla está en manos de nuestra racionalidad. Pero no estoy seguro de que, en este tema, podamos hablar de los humanos como un todo. Puede que no podamos incluir a los que, de facto, renuncian a la racionalidad, uno de los mejores atributos de la condición humana. Y esa sí es una buena metáfora contradictoria. No podemos renunciar a nuestras fiestas sociales, pero sí a nuestra racionalidad. Ese es un enorme renuncio humano. “Cosas veredes, amigo Sancho”, como decía el Caballero de la triste figura que imaginó Cervantes en su obra cumbre.
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