Franz Kaf­ka en una foto de archi­vo.

Murió desconocido para el mundo literario en junio de 1924. Franz Kafka acaso el escritor más influyente del siglo XX, ese gigante de la literatura universal, sigue vivo en nuestra imaginación y afanes literarios, como un amigo eterno y querido. Y su larga sombra, sus abismos y simas oscuras continúan describiendo en sus libros, como una profecía diabólica, el sesgo tenebroso a que se encamina nuestro afligido y violento mundo.

Franz Kaf­ka en una foto de archi­vo.

¿Qué hacías, don­de esta­bas, que sen­tías, cuan­do leís­te por vez pri­me­ra La Trans­for­ma­ción (mejor tra­duc­ción que la des­car­ta­da Meta­mor­fo­sis) de Kaf­ka? Es una bue­na pre­gun­ta por­que deter­mi­na en gran medi­da nues­tra mane­ra de ver el mun­do. Cómo somos y que carác­ter tene­mos aque­llos jóve­nes lec­to­res del fas­ci­nan­te cuen­to de cuen­tos.

Aquel hom­bre naci­do en Pra­ga, enju­to, de aspec­to ado­les­cen­te y mira­da inquie­tan­te,  no tuvo el menor reco­no­ci­mien­to como escri­tor en su vida de buró­cra­ta, a pesar de que se libró por poco de morir, como sus tres her­ma­nas, en los cam­pos de con­cen­tra­ción nazis, a  pesar de no que­rer saber nasa de su obra y pedir a su cole­ga Max Brod que la des­tru­ye­ra, Franz Kaf­ka es el autor que más ha influi­do en mi sen­si­bi­li­dad y en la de mis ami­gos y su for­ma de ver el mun­do. Y no solo en mí, sino en muchos más lec­to­res de este ancho mun­do, que esco­gi­mos la lite­ra­tu­ra y el arte en gene­ral como el prin­ci­pal dis­fru­te de esta vida con­de­na­da al tra­ba­jo por el man­da­to bíbli­co y sem­bra­da de pre­sun­tos peca­dos por la faná­ti­ca san­tu­rro­ne­ría. Esa leyen­da que, de for­ma kaf­kia­na, se ha con­ver­ti­do en la madre del cor­de­ro para media huma­ni­dad.

Hace cien años jus­tos que murió de tubercu­losis el bueno de Kaf­ka y su influen­cia en nues­tra vida es casi imper­cep­ti­ble pero se afian­za en nues­tra sen­si­bi­li­dad como el bicho de Sam­sa, su genial inven­ción. Y así, des­per­ta­mos, y el dino­sau­rio sigue ahí. No hay for­ma de qui­tár­se­lo de la cabe­za. El res­pon­sa­ble fue un con­ta­ble al que le gus­ta­ba escri­bir: “No escri­bo como hablo, no hablo como pien­so, no pien­so como debe­ría pen­sar, y así suce­si­va­men­te has­ta las más pro­fun­das tinie­blas”, dejo dicho y  nos sacó de ellas, nos hizo com­pren­der­las, y como buen lec­tor que fue de Nietz­sche, nos situó con su lite­ra­tu­ra extra­ña, más allá del bien y del mal.

Por­ta­da La Meta­mor­fo­sis de Kaf­ka. 

Kaf­ka nos curó del mora­lis­mo bea­to del siglo XX y con sus tex­tos pin­tó,  como un artis­ta del pin­cel, como Picas­so o Kan­dinsky, lo que nos espe­ra­ba del siglo san­grien­to, el más sal­va­je que los tiem­pos han cono­ci­do. Y nos echó en bra­zos de auto­res que han mar­ca­do nues­tra sen­si­bi­li­dad de escri­to­res y artis­tas, como Poe, Bier­ce, Mau­pas­sant, Hawthor­ne, Hoff­mann y tan­tos otros narra­do­res de la rare­za de lo coti­diano.

Sen­ta­do en mi escri­to­rio, repa­san­do con la mira­da las dece­nas de nove­las que se acu­mu­lan en las estan­te­rías, solo pue­do pen­sar en Kaf­ka y de qué mane­ra tan bes­tial nos per­te­ne­ce como pre­cep­tor y maes­tro de una con­cien­cia escép­ti­ca en la que se sumer­ge este nue­vo siglo.

Por­que si el pasa­do siglo de las dos gue­rras mun­dia­les, de las masa­cres en tres dimen­sio­nes, del naci­mien­to de un nue­vo e invi­si­ble racis­mo, que ya no remi­te al escla­vis­mo anti­guo, sino a una nue­va moder­ni­dad de lobos con aspec­to de cor­de­ros cons­truc­to­res de alam­bra­das de espino, todo eso lo escri­be Kaf­ka como si fue­ra una narra­ción para niños malos. Y en su obra colo­sal, en el sus­pen­se de sus cuen­tos, el abis­mo de Zara­tus­tra  te está miran­do a ti cuan­do lo miras; ade­lan­tó la bar­ba­rie que nos espe­ra a cien años de su muer­te en Aus­tria,  el 3 de junio de 1924 y fue capaz de escri­bir en su lecho agó­ni­co Un artis­ta del ham­bre, pues su enfer­me­dad le impe­día tra­gar por la larin­ge.

Mi vida y la de mi gene­ra­ción, la de mis ami­gos más cer­ca­nos, no habría sido de la mis­ma mane­ra sin la pre­sen­cia cons­tan­te de Kaf­ka en nues­tro ima­gi­na­rio y con­ver­sa­cio­nes. Los enten­di­dos hablan de su influen­cia en escri­to­res como Albert Camus  o Jor­ge Luis Bor­ges pero la som­bra de su escri­tu­ra va mucho más allá por­que sus labe­rin­tos y en espe­cial su Car­ta al padre, deter­mi­nó tam­bién nues­tra acti­tud rebel­de de los años seten­ta, cuan­do empe­za­mos a pen­sar des­pués de años de mis­ti­fi­ca­cio­nes y mun­dos feli­ces en la escue­la. Toda la dis­tan­cia que va des­de Julio Ver­ne o la Isla del Teso­ro a El pro­ce­so o La Trans­for­ma­ción es lo que mar­ca nues­tra visión esté­ti­ca del mun­do. La des­con­tro­la­da con­tra­cul­tu­ra del sexo, las dro­gas y el rock no habría sido posi­ble sin las calen­tu­rien­tas lec­tu­ras de Kaf­ka o Poe en  nues­tra ado­les­cen­cia.

Bien es cier­to que los mun­dos dis­tó­pi­cos, neu­ró­ti­cos y de sote­rra­da vio­len­cia y aflic­ción de Kaf­ka tuvie­ron como com­pen­sa­ción boni­tas aven­tu­ras en nove­las socia­les y utó­pi­cas. Pero el che­co nos lan­zó a Mal­colm Lowry y su Bajo el vol­cán y a. Gog y Libro negro de Papi­ni y a los labe­rin­tos de Bor­ges y los infier­nos coti­dia­nos de Car­ver, y la deso­la­ción de Sar­tre. Lle­va­do al cine, algu­nos crí­ti­cos han defen­di­do en el ulti­mo Can­nes que el que más se ha acer­ca­do a la obra de Kaf­ka en su fil­mo­gra­fía es David Lynch, no pue­do estar más de acuer­do, des­de Cabe­za Borra­do­ra has­ta Mullho­land Dri­ve, Lynch nos ha demos­tra­do que el perro ver­de exis­te.

Kaf­ka murió tubercu­loso y des­con­so­la­do el 3 de junio de 1924, y sin embar­go, cien años des­pués, tras una vida de bre­ga y escri­tu­ra, de perio­dis­mo y eufo­rias artís­ti­cas, el bicho de Gre­go­rio Sam­sa al des­per­tar con­ti­nua aga­rra­do a mis híga­dos; pero no due­le, al con­tra­rio, recon­for­ta. Es la mejor metá­fo­ra de la ima­gi­na­ción del hom­bre moderno jamás escri­ta. Kaf­ka, inmor­tal, mi maes­tro, mi her­mano, un siglo sin ti, más allá del bien y del mal.

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