Hoy es sába­do, 22 de mar­zo de 2025

Sala Russafa acoge “Gloomy Sunday” este fin de semana

Un enor­me árbol blan­co y un man­to de sobres de azu­ca­ri­llos con men­sa­je toman el esce­na­rio de Sala Rus­sa­fa para aco­ger la his­to­ria de  un curio­so sui­­ci­­dio-inte­­rru­p­­tus, el de un joven filó­so­fo que lle­va tres años inten­tan­do qui­tar­se la vida cada domin­go y que nun­ca lo con­si­gue.

Esta insó­li­ta situa­ción es el pun­to de par­ti­da del espec­tácu­lo Gloomy Sun­day de la for­ma­ción colo­m­­biano-vale­n­­cia­­na Thea­tretk, resi­den­te en Sala Rus­sa­fa, que ges­tó y estre­nó el mon­ta­je en el cen­tro cul­tu­ral la pasa­da tem­po­ra­da. Aho­ra vuel­ve a sus tablas den­tro del Ciclo de Com­pa­ñías Valen­cia­nas, del 24 al 26 de febre­ro (vier­nes y sába­do a las 20:30h, domin­go a las 20h).

Es una come­dia que supo­ne el cuar­to títu­lo para la com­pa­ñía, escri­ta y diri­gi­da por Harold Zúñi­gan, quien tam­bién da vida a su pro­ta­go­nis­ta, Ben­ja­mín Phreiz, un joven filó­so­fo que, tras muchos años de intros­pec­ción y refle­xión, encuen­tra la res­pues­ta al por­qué de la exis­ten­cia: el absur­do. El pro­ble­ma es que, una vez des­cu­bier­to, ya no desea seguir vivien­do. Si todo es acci­den­tal, si no res­pon­de a razo­na­mien­tos ni tras­cien­de más allá de lo pura­men­te anec­dó­ti­co, no le encuen­tra sen­ti­do a la vida.

Sin embar­go, una vez se deci­de a aban­do­nar este mun­do, el pro­pio absur­do se cru­za­rá en su camino y le impe­di­rá, por los moti­vos más pere­gri­nos, com­ple­tar el sui­ci­dio que cada domin­go se empe­ña en aco­me­ter.

El absur­do que hila toda la tra­ma es lo que per­mi­te ofre­cer una cara ama­ble de este tema, qui­zá pelia­gu­do, al que se hace un gui­ño incor­po­ran­do una ver­sión de Gloomy Sun­day, famo­sa can­ción que da títu­lo a la obra y que duran­te 61 años estu­vo veta­da en la BBC, pese a que gran­des voces como Billy Holli­day la inter­pre­ta­ran. El moti­vo de la prohi­bi­ción era su fama como induc­to­ra a la melan­co­lía y sui­ci­dio. Qui­zá sobre las tablas de Sala Rus­sa­fa y en un acer­ca­mien­to des­de las sono­ri­da­des afri­ca­nas encuen­tre una nue­va lec­tu­ra como par­te de esta inusual come­dia, que cues­tio­na la iner­cia social y refle­ja la dis­tan­cia que a veces se pro­du­ce entre el mun­do inte­lec­tual y la vida mis­ma.

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