El milenario juego fortalece en las aulas la mente de los escolares e irrumpe también en los cuadriláteros del boxeo con una modalidad llamada chess boxing que no dudo en calificar de extravagancia muy poco estimulante.

«La prác­ti­ca del aje­drez poten­cia tan­to el desa­rro­llo cog­ni­ti­vo como el cre­ci­mien­to per­so­nal (…) El aje­drez com­ba­te las ten­den­cias egó­la­tras y pre­po­ten­tes». Son dos cer­te­zas de Pedro Fer­nán­dez Gómez, psi­có­lo­go esco­lar, pro­fe­sor uni­ver­si­ta­rio y juga­dor de aje­drez. Basán­do­se en estas con­clu­sio­nes, Fran­cis­co José Fer­nán­dez López (Alcá­zar de San Juan, 1958), maes­tro de Peda­go­gía Tera­péu­ti­ca y buen juga­dor de aje­drez (2.265 pun­tos de ELO) impar­tió seis cur­sos en el CEIP El Tos­car de Elche, ini­cia­do en 1995, y a par­tir de 2002 otros seis en el CEIP Miguel Her­nán­dez de San Vicen­te del Ras­peig.

«Esta­mos ante una mate­ria de tra­ba­jo que pue­de ser asu­mi­da por esco­la­res de seis años e inclu­so meno­res», afir­ma Fer­nán­dez López, cuya expe­rien­cia docen­te reúne en Aje­drez en la escue­la (Edi­to­rial Club Uni­ver­si­ta­rio, 2022), un volu­men de 460 pági­nas en el que comen­ta con deta­lle el con­te­ni­do de sus cur­sos esco­la­res.

Las con­clu­sio­nes del autor de Aje­drez en la escue­la son intere­san­tes: «En el aje­drez se esta­ble­cen rela­cio­nes cons­truc­ti­vas y equi­li­bra­das con per­so­nas de dife­ren­te edad y sexo». Es cier­to: en mi club, el Gam­bi­to (su sede esta­ba en la Casa de Utiel de Valen­cia, en el cru­ce de la calle Ali­can­te con la Gran Vía Ger­ma­nías), había bue­nos lazos de amis­tad entre juga­do­res y juga­do­ras ado­les­cen­tes y juga­do­res sep­tua­ge­na­rios). Los jóve­nes par­ti­ci­pan en la toma de deci­sio­nes al ana­li­zar una par­ti­da y acon­se­jar o repu­diar la prác­ti­ca de deter­mi­na­das aper­tu­ras. En el aje­drez se aban­do­nan pro­gre­si­va­men­te las acti­tu­des sober­bias. Se pue­de tener mucho amor pro­pio, pero si se jue­ga mal por cabe­zo­ne­ría y se pier­den par­ti­das, hay que rec­ti­fi­car.

Es cons­ta­ta­ble que el aje­drez for­ta­le­ce la men­te de los esco­la­res. Curio­sa­men­te, el aje­drez tam­bién ha irrum­pi­do en los últi­mos años en el mun­do del boxeo. El títu­lo en inglés es Chess Boxing, un depor­te de dos juga­do­res que com­bi­na el aje­drez y el boxeo. El Chess Boxing nació en la men­te del dibu­jan­te de cómics Enki Bilai. Esta pin­to­res­ca mez­cla con­sis­te en jugar un encuen­tro de boxeo en el ring y lue­go una par­ti­da de aje­drez en el mis­mo cua­dri­lá­te­ro. ¿Absur­do? En mi opi­nión sí. Pero esta moda­li­dad se prac­ti­ca con cier­ta regu­la­ri­dad –y dis­cre­to éxi­to– en Ale­ma­nia, Rei­no Uni­do, India y Rusia.

Cómic de Enki Bilai, crea­dor del Chess Boxing.

En las últi­mas déca­das han sur­gi­do atrac­ti­vas varian­tes del mile­na­rio jue­go, como el aje­drez alea­to­rio de Bobby Fis­cher (1943–2008, cam­peón del mun­do de aje­drez en los años 1972–75). Una pro­pues­ta que res­pe­ta las reglas del jue­go, aun­que intro­du­ce la exi­gen­cia de alte­rar (por sor­teo) la dis­po­si­ción ini­cial de las pie­zas. Las minu­cio­sas pre­pa­ra­cio­nes teó­ri­cas de las aper­tu­ras ya no sir­ven para nada con esta nove­dad. 

Bobby Fis­cher, cam­peón del mun­do de aje­drez entre 1972 y 1975, pro­pu­so un aje­drez alea­to­rio, en el que por sor­teo se alte­ra­ba la dis­po­si­ción de ini­cio de las pie­zas.

A pro­pó­si­to de Fis­cher, se cuen­ta que cuan­do el gran aje­dre­cis­ta via­ja­ba por el mun­do, decía a menu­do en la recep­ción de los hote­les en que se hos­pe­da­ba: «Si me lla­man, solo estoy para el pre­si­den­te Richard Nixon». ¿Leyen­da o reali­dad? Yo diría que reali­dad. Robert Fis­cher era genial en el table­ro y un ener­gú­meno en el mun­do de las rela­cio­nes per­so­na­les. Un minus­vá­li­do emo­cio­nal. Suya es esta fana­ti­za­da fra­se: «El aje­drez no es como la vida: el aje­drez es la vida».

El escri­tor y humo­ris­ta Art Buch­wald (1925–2007, pre­mio Pulitzer, 1982 y famo­so por sus colum­nas en los dia­rios de mayor tira­da de Esta­dos Uni­dos, paro­dió en el Washing­ton Post –yo diría que sin car­gar en exce­so las tin­tas de la sáti­ra– la supues­ta con­ver­sa­ción que man­tu­vie­ron Fis­cher y Nixon cuan­do Bobby obtu­vo el títu­lo mun­dial al ganar a Boris Spassky en Reyk­ja­vik. Repro­duz­co la céle­bre y des­ca­cha­rran­te semi-inve­n­­ción de Buch­wald:

«La lla­ma­da del pre­si­den­te pudo ser así:
–Hola, Bobby. Te habla el pre­si­den­te Nixon. Sólo que­ría lla­mar­te y dar­te la enho­ra­bue­na por tu vic­to­ria en Islan­dia.
–Sea bre­ve, quie­re. Estoy can­sa­do.
–Este es un gran día para Amé­ri­ca, Bobby.
–Más gran­de es aún para mí. He gana­do 150.000 dóla­res y les he ense­ña­do a estos idio­tas islan­de­ses un par de cosas.
–Sabes, Bobby. Estu­ve a pun­to de for­mar par­te del equi­po de aje­drez en Whit­tier Colle­ge.
–Impre­sio­nan­te.
–Pero al final ele­gí el fút­bol ame­ri­cano.
–¿Por eso me ha lla­ma­do?
–No, espe­ra un momen­to, Bobby. Siem­pre lla­mo a quien gana un Cam­peo­na­to para Amé­ri­ca. Me gus­ta­ría ofre­cer­te una cena de gala en la Casa Blan­ca cuan­do regre­ses.
–¿Cuán­to me paga­rá por ir?
–¿Pagar­te? No le pago a la gen­te por cenar en la Casa Blan­ca.
–¿Enton­ces, qué saco a cam­bio?
–Te mos­tra­ré mi des­pa­cho, la Cor­te Supre­ma, te pre­sen­ta­ré a los líde­res del Con­gre­so y a cada juga­dor repu­bli­cano rico del país. Lle­va­ré a Guy Lom­bar­do para que toque des­pués de la cena. Es lo menos que pue­do hacer por alguien que ha ven­ci­do al gran Spassky.
–Muy bien, iré. Pero mis con­di­cio­nes son éstas: usted me envía el avión pre­si­den­cial para que me reco­ja en Islan­dia, y se com­pro­me­te per­so­nal­men­te a que me con­ce­dan una limu­si­na, una sui­te de varias habi­ta­cio­nes, una pis­ta pri­va­da de tenis, mi pro­pia pis­ci­na y 10 agen­tes del ser­vi­cio secre­to para que la pren­sa no me moles­te.
–Creo que pue­do acce­der a eso, Bobby.
–Y nada de cáma­ras de tele­vi­sión.
–¿Nin­gu­na cáma­ra de tele­vi­sión?
–Odio las cáma­ras de tele­vi­sión. Me ponen fre­né­ti­co. Si veo una cáma­ra duran­te la cena, me lar­go.
–No te preo­cu­pes, Bobby. No habrá cáma­ras de tele­vi­sión.
–Y que nadie hable mien­tras estoy comien­do. No pue­do comer cuan­do la gen­te se pone a hablar.
–Es muy difí­cil orga­ni­zar una cena en la Casa Blan­ca y que nadie hable.
–Ese es su pro­ble­ma. Si oigo rui­do de algún tipo, ten­drá usted que bus­car­se otro cam­peón del mun­do de aje­drez.
–Lo que digas, Bobby. Es tu cena.
–¿A qué hora será el gua­te­que?
–Pen­sa­ba que a las ocho.
–Esta­ré allí a las nue­ve. No me gus­ta estar por ahí espe­ran­do, y tener que dar­le char­la a esos polí­ti­cos esti­ra­dos.
–Entien­do, Bobby.
–Y lle­va­ré mi pro­pia silla. No pue­do comer, sen­ta­do en la silla de otra per­so­na. Así que es mejor que lo sepa des­de aho­ra. Tam­po­co me gus­tan las luces bri­llan­tes cuan­do como. Si las luces son dema­sia­do bri­llan­tes, ni empie­zo la comi­da.
–Nada de luces bri­llan­tes. Te entien­do, Bobby. Sólo que­ría aña­dir lo orgu­llo­sos que esta­mos todos de ti. Eres una fuen­te de ins­pi­ra­ción para los jóve­nes de Amé­ri­ca.
El pre­si­den­te col­gó y lla­mó a Richard Helms de la CIA. «Dick, te estoy envian­do el avión pre­si­den­cial para reco­ger a Bobby Fis­cher en Islan­dia. Haz­me un favor. Una vez que esté a bor­do, ¿pue­des ocu­par­te de que sea secues­tra­do en Cuba?».

Regre­so a nues­tros lares. El gran his­to­ria­dor aje­dre­cís­ti­co José Anto­nio Gar­zón (Chel­va, 1963) inven­tó hace unos años una ima­gi­na­ti­va varian­te del aje­drez con la apa­ri­ción de la pie­za del Virrey, nue­vo com­ba­tien­te con per­so­na­li­dad pro­pia que nace cuan­do se coro­na un peón en la colum­na de rey. «El orde­na­dor des­vir­túa el nivel del juga­dor. El aje­drez del Virrey decan­ta el jue­go del lado humano», dice Gar­zón. Y Gar­zón, como siem­pre, tie­ne toda la razón. Las compu­tado­ras han sido un duro gol­pe para el amor pro­pio de los aje­dre­cis­tas.

Años atrás, en el Gam­bi­to se me ocu­rrió inven­tar una fugaz tra­ve­su­ra con­sis­ten­te en que los dos con­trin­can­tes se ponían a jugar ambos con pie­zas negras. En suma, 32 oscu­ros tre­be­jos en liza. Al lle­gar al medio jue­go, se des­ple­ga­ba en el table­ro una indes­ci­fra­ble bata­lla. En ese capri­cho aje­dre­cís­ti­co inven­ta­do por mí había que tener muy bue­na memo­ria para saber bien qué pie­zas negras eran las tuyas y qué pie­zas negras per­te­ne­cían al ejér­ci­to de tu con­trin­can­te. Dis­pu­té así varias par­ti­das con Pepe Olmos (el peli­rro­jo Olmos ya no está entre noso­tros, era un ciné­fi­lo tími­do y ator­men­ta­do). A los dos nos diver­tía mucho que se acer­ca­se a nues­tra mesa algún ter­ce­ro­la –así lla­má­ba­mos a los juga­do­res más flojos‑, y que nos pre­gun­ta­se de for­ma incau­ta: «¿Quién jue­ga aho­ra?». Pepe y yo res­pon­día­mos al uní­sono, gozo­sos y albo­ro­za­dos: «¡Las negras!».



LA COLUMNA ABIERTA de Rafa Marí

«Que la vida iba en serio / uno lo empie­za a com­pren­der más tar­de”
Jai­me Gil de Bied­ma

Duran­te los dos últi­mos años, el perio­dis­ta cul­tu­ral Rafa Marí ha veni­do publi­can­do en este espa­cio de Valen­cia City sus cró­ni­cas sobre cine, pri­me­ro como Dia­rio de un ciné­fi­lo, y pos­te­rior­men­te bajo el títu­lo Des­de el sillón de mi casa… en Mis­la­ta. Han sido dos años de diver­ti­das y ori­gi­na­les digre­sio­nes sobre su gran pasión, el cine, pero aho­ra toca explo­rar nue­vos terri­to­rios, reno­var una fruc­tí­fe­ra cola­bo­ra­ción, una colum­na abier­ta.

En aje­drez, otra de las inte­li­gen­tes acti­vi­da­des de Rafa Marí, una colum­na abier­ta es una colum­na sin peo­nes; en el perio­dis­mo, una colum­na abier­ta es una colum­na don­de pue­de refle­xio­nar­se sobre el pre­cio de las cosas, la alta coci­na, un libro, una pelí­cu­la o los amo­res de Isa­bel Pan­to­ja.

Pese a ser un perio­dis­ta tar­dío, Rafa Marí (Valen­cia, 1945) ha teni­do tiem­po para tra­ba­jar en muchos medios de comu­ni­ca­ción: Car­te­le­ra Turia, Cal Dir, Valen­cia Sema­nal, car­te­le­ra Qué y Don­de, Noti­cias al día, Papers de la Con­se­lle­ria de Cul­tu­ra, Leva­n­­te-EMV, El Hype… Siem­pre en las pági­nas de cul­tu­ra. En 1984 se incor­po­ró a la redac­ción de Las Pro­vin­cias, dia­rio don­de actual­men­te ejer­ce su acti­vis­mo como gran comen­ta­ris­ta.

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