El poder de lo irremediable se titula, precisamente, uno de los relatos más emocionantes y atípicos de los que componen la irrupción en el panorama literario de Ana Mareny con un libro, Transiciones (Historias cortas de la breve vida), publicado por la valenciana Shangrila Ediciones dentro de su colección Desiderata, tan cautivador, contundente y redondo que uno se queda sin términos de comparación..

“Soy una puta”, del rela­to Clic.

En ese bre­ve rela­to, escri­to en un tono apre­mian­te, des­bor­dan­te, poé­ti­co, pue­de aso­mar­se el lec­tor a algu­nas de las cla­ves de la per­so­na­li­dad de su sin­gu­lar auto­ra: “Nada afue­ra, todo con­te­ni­do en noso­tros, sien­to que mis pies giran…” Y tam­bién: “Y no renun­cio a la cari­cia de nues­tros zapa­tos que quie­ren derre­tir­se para no inter­po­ner­se entre los dos…” Y tam­bién: “Ino­cen­tes de creer que el tiem­po para y la magia espe­ra…”. 

“Creo que no saben que soy una plan­ta”.


Lle­gar aquí no ha sido fácil. Quie­ro decir lle­gar a esta terra­za de som­bri­llas naran­ja don­de espe­ro a Ana, con el recuer­do fres­co de su voz sen­sual al telé­fono y su risa fran­ca, sin piz­ca de afec­ta­ción, al pro­po­ner­le esta entre­vis­ta: “No sé… No estoy muy por la labor… No ten­go mucho inte­rés en per­der tiem­po ahí por­que ten­go muchas ganas de escri­bir y hacer cosas que me gus­tan, y… (con un mohín de niña en la voz; ¿tie­nen mohi­nes las voces?) “… Eso no me gus­ta. Es que creo que quie­res que haga algo que no soy yo. No soy par­ti­da­ria de hacer eso, de des­me­nu­zar la magia. Por­que no soy una teó­ri­ca de esas cosas. Quie­ro huir de decir cosas ‘eso­té­ri­cas’, como por ejem­plo que las his­to­rias vie­nen a mí, que no me ten­go que preo­cu­par de eso de la ins­pi­ra­ción por­que me sobra ins­pi­ra­ción, lo que no ten­go es tiem­po para mate­ria­li­zar­la. (Risa diver­ti­da). Ins­pi­ra­ción ten­go por todos los poros de mi cuer­po, estoy ins­pi­ra­da prác­ti­ca­men­te las vein­ti­cua­tro horas del día, soy una masa de ins­pi­ra­ción… Todas esas cosas no quie­ro decir­las por­que no quie­ro pecar de tipa eso­té­ri­ca o que me lo creo, por­que tam­po­co es ver­dad, ni soy una eso­té­ri­ca ni me lo creo. No soy una per­so­na que daría un cur­so de cómo se escri­be. Yo escri­bo, y lo que me ape­te­ce es escri­bir y poco más.”

Lle­ga ondu­lan­do, espan­tan­do el frío. Todo en ella es cáli­do: la mele­na leo­na­da inmu­ne al cepi­lla­do, el fle­qui­llo jugue­tón, el venir y venir de cade­ras, el paso fir­me y felino, el ale­teo de la mano al salu­dar, la amplia son­ri­sa… Y esos ojos, unos her­mo­sos ojos chis­pean­tes de mira­da inten­sa y tra­vie­sa. Uno entien­de que escri­ba lo que escri­be solo con mirar­la a esos ojos que, como quien no quie­re la cosa, se te meten den­tro, revuel­ven todos los cajo­nes con gozo infan­til y des­em­pol­van el alma mien­tras le dan ese masa­je que tan­to anda­ba nece­si­tan­do.

—¿Cuál es tu fuen­te de ins­pi­ra­ción?

—Es que a mí me ins­pi­ra todo, sal­vo la pala­bra ins­pi­ra­ción. (Risa). Escri­bo por­que no lo pue­do reme­diar. Sé –por­que me lo han dicho– que hay per­so­nas a las que les engan­cha leer­me. Les engan­cha. Sé –por­que me lo han dicho– que lo que les lla­ma la aten­ción es de dón­de saco esas ideas, o en qué se basan. Que es el tema de la dicho­sa ins­pi­ra­ción. ¿De dón­de las saco? (Pau­sa). Para empe­zar, vie­nen solas a mi cabe­za. (Pau­sa). Me ins­pi­ra atra­par con deli­ca­de­za momen­tos fuga­ces que son la mate­ria de la exis­ten­cia. La emo­ción. Una ins­tan­tá­nea. Me ins­pi­ra res­pi­rar. Vivir. En defi­ni­ti­va, es cues­tión de sen­si­bi­li­dad. De obser­va­ción y sen­si­bi­li­dad.

La elec­ción del rela­to como for­ma de expre­sión ¿es for­tui­ta o deli­be­ra­da?

—Escri­bo rela­tos por­que son his­to­rias com­ple­tas y no están ter­mi­na­das, como en la vida real. Escri­bo rela­tos por­que las his­to­rias de la vida no son lar­gas ni cor­tas, no tie­nen exten­sión. Su dimen­sión es la inten­si­dad. Escri­bir rela­tos apor­ta una varie­dad al libro que la nove­la no sue­le per­mi­tir. Cada rela­to lle­ga con su pro­pia voz y pide una for­ma de escri­tu­ra. Cada uno es como es.

—¿Has­ta qué pun­to te preo­cu­pa la ela­bo­ra­ción del esti­lo?

—Es que yo no hago eso de “preo­cu­par­me y tra­ba­jar la ela­bo­ra­ción del esti­lo”. No sé qué es. ¿Qué es el esti­lo lite­ra­rio?

Diga­mos que nor­mal­men­te se par­te de una idea a la que se va dan­do for­ma, y me gus­ta­ría que expli­ca­ses cuál es tu pro­ce­so con­cre­to…

—Mira, una vez tra­ba­jé en una pelí­cu­la y a veces, por la noche, iba a ver el mon­ta­je. Lo úni­co que con­se­guí fue que se me fue­ra la magia del cine. Se me fue. Lue­go ya se me olvi­dó y ya está, pero duran­te una tem­po­ra­da lar­guí­si­ma fue una intro­mi­sión en mi cere­bro para ver a gus­to una pelí­cu­la. El estar des­me­nu­zan­do mi cabe­za inten­tan­do ver de dón­de saco las cosas me hace daño. Por­que diga­mos que yo he res­pe­ta­do mucho mi cabe­za, no la he esta­do cas­ti­gan­do pre­gun­tán­do­le y dán­do­le vuel­tas para con­tar­le a alguien… ¿Cómo se cuen­ta cuan­do alguien es un buen piz­ze­ro? Cuan­do ves cómo ama­san la masa, que es un gran bolo gigan­tes­co que pare­ce el tor­so de una per­so­na, don­de hun­den los bra­zos una y otra vez has­ta que hacen las pelo­ti­tas más peque­ñas que lue­go serán cada piz­za, me he dado cuen­ta de lo dife­ren­tes que son ama­san­do, de lo dife­ren­tes que son miman­do la piz­za, de cómo uti­li­zan la mus­cu­la­tu­ra, de cómo… Tú ima­gí­na­te que lo paras mien­tras hace eso y le dices: “¿Me pue­de usted des­ci­frar y expli­car exac­ta­men­te cómo ama­sa usted su masa?”. Es que… Un ami­go me vio escri­bir un rela­to en su casa, Pro­vi­sio­nal­men­te. Mien­tras él hacía no sé qué, yo cogí mi por­tá­til… ¿Te ima­gi­nas que se hubie­ra plan­ta­do allí y me hubie­ra dicho: “Me pue­des decir cómo has hecho esto”? O que, cuan­do estu­vie­ra aca­bán­do­lo, o a mitad, me pre­gun­ta­ra: “¿Cómo estás hacien­do esto?” Se me hubie­ra cor­ta­do la ins­pi­ra­ción de gol­pe y ade­más no hubie­ra podi­do expli­car­le cómo lo esta­ba hacien­do, por­que es algo auto­má­ti­co, que va en tus dedos, en la pre­sión sobre cada tecla, que va en tu vida, en tu expe­rien­cia… Que va más allá de tu expe­rien­cia, en algo que no sabes expli­car… Cla­ro, pero si te hacen una pre­gun­ta y lo que dices es ‘Mire, es que yo no sé expli­car­le’… Pues enton­ces no jue­gues a las pre­gun­tas. Al final, ¿sabes qué?: el pro­ble­ma es que, digas lo que digas, des­tro­zas la magia. No tie­ne sen­ti­do.

Como lec­to­ra, ¿cuá­les son tus auto­res pre­fe­ri­dos?

—Soy una lec­to­ra insa­cia­ble, he leí­do tan­to… Últi­ma­men­te me decan­to por el rela­to: E. L. Doc­to­row, Lucia Ber­lin, Donald Ray Pollock, Ray­mond Car­ver, Ali­ce Mun­ro, Kjell Askild­sen, Char­les Bukows­ki, Roald Dahl, Flan­nery O’Connor, Quim Mon­zó… y tan­tos otros.

—¿La lite­ra­tu­ra y el arte en gene­ral ilu­mi­nan lo ocul­to?

—El arte ilu­mi­na espa­cios que están obs­cu­ros y da som­bra a la ilu­mi­na­ción pla­na: el arte crea relie­ve y reve­la. La crea­ti­vi­dad artís­ti­ca libe­ra. El arte no ilu­mi­na nece­sa­ria­men­te lo ocul­to, el mis­te­rio tam­bién está en el arte y for­ma par­te de él.

En cuan­to a la temá­ti­ca de su libro, apar­te del moti­vo uni­fi­ca­dor de la vida como tran­si­ción per­ma­nen­te, yo diría que te intere­sa espe­cial­men­te lo que se ocul­ta bajo las apa­rien­cias.

—Me intere­sa lo que hay detrás de lo apa­ren­te, que para mí es tan evi­den­te como la apa­rien­cia mis­ma. Para mí, una fuen­te de ins­pi­ra­ción –que está en Mar­ke­ting rela­cio­nal por ejem­plo– es cuan­do la pro­ta­go­nis­ta mira las luces de las ven­ta­nas del edi­fi­cio de enfren­te; eso es una cons­tan­te en mi vida, mirar luces en las ven­ta­nas y ver vidas detrás, pero no sé cómo expli­car­lo. Que obser­vo… Es que la pala­bra no sería ‘obser­vo’… Que todos mis sen­ti­dos siem­pre están en mar­cha. Que soy como una máqui­na, ten­go todos los sen­ti­dos en mar­cha, y me pue­de ins­pi­rar cual­quier cosa que entre por los sen­ti­dos. Un olor pue­de trans­mi­tir­me toda una his­to­ria. Pue­do estar con los ojos cerra­dos y sen­tir un aro­ma a mi alre­de­dor, y se dis­pa­ra una his­to­ria, que ade­más son las mejo­res, son las que me salen solas, las que se dis­pa­ran. Se dis­pa­ran en mi inte­rior a tra­vés de uno de mis sen­ti­dos o de varios, no sabría cómo expli­car­lo… Es que yo creo que estas pre­gun­tas sobran, por­que cuan­do tú lees a un escri­tor y te gus­ta, tú sabes en qué se ins­pi­ra. Es que lo sabes, no tie­nes ni que pre­gun­tár­se­lo. Pero si alguien lee Terra­zas con­ti­guas y me dice ‘Ay, pobre chi­ca, era una plan­ta’, pues… ¿qué quie­res que haga? Un buen rela­to, al final, es aquel que, cuan­do aca­ba, se con­vier­te en algo per­so­nal para el lec­tor. Lo hace suyo y hace con él lo que quie­re. Por ejem­plo, ella era una plan­ta. No es un fra­ca­so del rela­to. Creo que es todo lo con­tra­rio, es la suer­te que tie­ne ese rela­to, que alguien se lo que­de y diga ‘Ay, pobre, era una plan­ta’. Por­que hay rela­tos que ni se te que­dan. No sabes lo que eran. He esta­do cin­co minu­tos reco­rrien­do letras.

Ten­go enten­di­do que esta ha sido la pri­me­ra entre­vis­ta que con­ce­des. ¿Cómo te has sen­ti­do?

—Me cues­ta más hacer esto que escri­bir un rela­to. Y enci­ma tenía en todo momen­to la sen­sa­ción de que se me que­da­ba guar­da­do lo más impor­tan­te… y que me lo que­ría guar­dar.

Se mar­cha Ana Mareny sin irse, como sus his­to­rias, esas his­to­rias que se que­dan obs­ti­na­da, irre­me­dia­ble­men­te, en el retro­gus­to y el hipo­tá­la­mo. Y uno entien­de de gol­pe los ries­gos insos­pe­cha­dos de este ofi­cio de escu­dri­ña­dor en men­tes aje­nas, la posi­bi­li­dad de aca­bar tra­ga­do por el espa­cio entre dos par­pa­deos has­ta ser nada, una vez des­mon­ta­da la intras­cen­den­cia de los guio­nes pre­con­ce­bi­dos y las pre­gun­tas pre­vi­si­bles, la futi­li­dad del ofi­cio de medir, pesar y cuan­ti­fi­car lo intan­gi­ble. Uno entien­de, en fin, que la vida no iba de eso. Recuer­da enton­ces aque­llos ver­sos lar­go tiem­po olvi­da­dos:

y más,

mucho más

que este revuel­to recuen­to,

mucho más que cual­quier otro

des­co­lo­ri­do inven­ta­rio

(las pobres pala­bras sudan y se asus­tan,

se aver­güen­zan, pali­de­cen y se excu­san

ante ti:

pones en evi­den­cia su insu­fi­cien­cia)

des­cu­brí en un des­cui­do

al bus­car­me detrás de tu fle­qui­llo.

La Albu­fe­ra, men­cio­na­da en el rela­to Mar­ke­ting rela­cio­nal.


LA COLUMNA ABIERTA de Rafa Marí

«Que la vida iba en serio / uno lo empie­za a com­pren­der más tar­de”
Jai­me Gil de Bied­ma

Duran­te los dos últi­mos años, el perio­dis­ta cul­tu­ral Rafa Marí ha veni­do publi­can­do en este espa­cio de Valen­cia City sus cró­ni­cas sobre cine, pri­me­ro como Dia­rio de un ciné­fi­lo, y pos­te­rior­men­te bajo el títu­lo Des­de el sillón de mi casa… en Mis­la­ta. Han sido dos años de diver­ti­das y ori­gi­na­les digre­sio­nes sobre su gran pasión, el cine, pero aho­ra toca explo­rar nue­vos terri­to­rios, reno­var una fruc­tí­fe­ra cola­bo­ra­ción, una colum­na abier­ta.

En aje­drez, otra de las inte­li­gen­tes acti­vi­da­des de Rafa Marí, una colum­na abier­ta es una colum­na sin peo­nes; en el perio­dis­mo, una colum­na abier­ta es una colum­na don­de pue­de refle­xio­nar­se sobre el pre­cio de las cosas, la alta coci­na, un libro, una pelí­cu­la o los amo­res de Isa­bel Pan­to­ja.

Pese a ser un perio­dis­ta tar­dío, Rafa Marí (Valen­cia, 1945) ha teni­do tiem­po para tra­ba­jar en muchos medios de comu­ni­ca­ción: Car­te­le­ra Turia, Cal Dir, Valen­cia Sema­nal, car­te­le­ra Qué y Don­de, Noti­cias al día, Papers de la Con­se­lle­ria de Cul­tu­ra, Leva­n­­te-EMV, El Hype… Siem­pre en las pági­nas de cul­tu­ra. En 1984 se incor­po­ró a la redac­ción de Las Pro­vin­cias, dia­rio don­de actual­men­te ejer­ce su acti­vis­mo como gran comen­ta­ris­ta.

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