
Josep Maria Pou, actor
Nombrar a Josep Maria Pou es nombrar a uno de los grandes actores del teatro español Hace ya más de cincuenta años que debutó con el Marat-Sade de Peter Weiss, que dirigió Adolfo Marsillach revolucionando el panorama escénico español. Ahora protagoniza Viejo amigo Cicerón, un texto de Ernesto Caballero dirigido por otro gigante de las artes escénicas, Mario Gas. Hace unas semanas estuvo actuando en el Teatro Olympia de Valencia demostrando su fidelidad a un teatro concebido como una forma de compromiso social.
Más de 50 años sobre el escenario le convierten en una voz más que autorizada para valorar la evolución del teatro español.
Por suerte ha evolucionado a mejor. Es verdad que hay cosas que me preocupan como la influencia de la política en el teatro. Y ciertos criterios: parece que vuelve la censura, ¡dios nos libre! Pero si tuviera que hacer balance te diría que es enormemente positivo. Estoy muy esperanzado por la irrupción de las nuevas generaciones. Nunca antes hubo tanta gente joven interesada por el teatro. Ahora, de repente, tres o cuatro chavales con interés por contar una historia se reúnen, encuentran un local y encuentran su público. Ya sé que muchos dirán que se necesitan más ayudas, soy consciente de ello. Pero tienen la posibilidad de hacerlo, cosa que antes no existía. Y he visto muchos espectáculos de esas nuevas generaciones. Chavales desconocidos todavía pero con unas ganas enormes de contar cosas, de investigar en el plano escénico. Y están haciendo cosas fantásticas.
Pero hay quien dice que la gente no va al teatro.
El teatro es un enfermo crónico que se está muriendo continuamente pero goza de muy buena salud. A mí me cabrea mucho seguir leyendo hoy en día que en España la gente no va al teatro. Es mentira, la gente va muchísimo a los teatros. Yo llevo un montón de años trabajando con los teatros absolutamente llenos, agotando localidades. Claro que cada uno se quejará según le vaya la procesión. Hay espectáculos a los que el público decide no ir, y esos directores y productores dirán que el público no va al teatro. Mentira. Estamos gozando de una muy buena salud de público.
¿Y a qué se debe este éxito? ¿Quizá a que es el único espacio dónde detenerse un poco en una sociedad que se mueve a golpe de tuit?
Y creo que es uno de sus grande éxitos. El teatro te permite eso que es tan necesario para seguir viviendo, incluso a nivel de salud mental: parar tu vida, detenerte, aislarte del mundo exterior y concentrarte en algo, pensar mientras te estás divirtiendo. Pero el placer del teatro no se acaba en detener el mundo mientras dura el espectáculo. Nos ofrece también ciertos textos que nos permiten cuando acaba la función irnos a casa con un montón de material en los bolsillos que nos servirá para ir encontrando respuestas a lo largo de los días o los meses siguientes.
¿Cómo ve el teatro valenciano?
Sería un osado si me atreviera a opinar sin conocerlo a fondo. Pero sí puedo decir que los espectáculos y creadores valencianos tienen repercusión más allá de Valencia, están en el entramado del teatro nacional. Es un teatro de nivel y en ebullición.
Es una tradición que viene de lejos.
Cuando empecé en esto, hace 50 años, me tuve que ir a Madrid y allí conocí a montones de valencianos que habían hecho el mismo viaje. Algunos de los grandes actores en los que yo me miré y de los que aprendí mucho eran valencianos. Me acuerdo, con emoción incluso, de Antonio Ferrándiz, de Lola Cardona, de Ismael Merlo. Uno de los grandes directores de mi carrera profesional, con el que hice ocho o nueve funciones era José María Morera, que ha sido aquí un nombre importantísimo del teatro.
En los últimos años ha interpretado a Sócrates, al capitán Ahab, ahora a Cicerón. ¿Con la edad te haces más transcendente?
Creo que esos grandes personajes llegan —desde el rey Lear, hace ya 15 años— a partir de un momento en que los espectadores, más que los directores y productores, llegan a conocerte muy bien después de tantos años y asocian tu personalidad, o la credibilidad que puedes tener en escena, con un personaje.
Debutó con Marat-Sade y ahora estás con Cicerón. En el fondo, ¿lleva más de 50 años reflexionando sobre los mismos grandes temas?
Pues sí, tienes razón. Debutar con el Marat-Sade que dirigió Marsillach —que cambió por completo el panorama teatral español— me marcó profundamente. Me enseñó que el teatro era, como actor, un compromiso con el público. Y he procurado mantenerme en eso.
¿Un teatro que nos haga reflexionar sobre nosotros y la sociedad?
En mis cincuenta años de oficio siempre he tenido una obsesión: me preocupa mucho que el público que pueda acudir a aquellos espectáculos en los que estoy implicado pudiera salir con la sensación de que ha perdido el tiempo. Yo elijo los textos, los espectáculos, los personajes que hago, los proyectos en los que me implico, en función de que esas dos horas que el público generosamente deja en nuestras manos, sirvan para que se las llenemos con reflexiones, preguntas a las que poder encontrar respuestas. Además de para pasarlo bien, porque el teatro también es ocio.
¿Proyectos inmediatos?
Mi proyecto más importante en estos momentos es Cicerón, cuyas funciones no terminarán hasta dentro de un año. Pero antes voy a hacer una pequeña pausa de dos meses para hacer un espectáculo en el teatro nacional de Catalunya un texto de uno de los autores más interesantes, Guillem Clua, con una función que se llama Justicia, que está en la tónica de Cicieron. El título ya marca. Luego volveré a Ciceron hasta septiembre del año que viene. Y después de esto mi proyecto más inmediato es descansar un tiempo largo.