Foto: Kin­ga Ciche­wicz / Uns­plash

Aho­ra toca ir recu­pe­ran­do la vida que había­mos deja­do con­fi­na­da: salir a la calle, ver a los ami­gos, tomar el auto­bús… Algu­nos niños y jóve­nes «se han conec­ta­do» vir­tual­men­te con video­jue­gos y con ami­gos; se han acos­tum­bra­do a vivir ence­rra­dos y les está cos­tan­do salir. Hay gen­te mayor que es muy cons­cien­te de su vul­ne­ra­bi­li­dad y que aho­ra vive con mie­do. Se detec­tan casos de ansie­dad, angus­tia y ago­ra­fo­bia o, por el con­tra­rio, gen­te que vive sin nin­gu­na pru­den­cia. Cada per­so­na es un mun­do, pero los psi­có­lo­gos reco­mien­dan parar un momen­to y hacer una refle­xión sobre qué nos ha pasa­do y qué sigue pasan­do.

«Por mucho que aho­ra lla­men “nue­va nor­ma­li­dad” a lo que vivi­mos, es nue­va pero no es nor­ma­li­dad», ase­gu­ra María del Car­men Rodrí­guez, tuto­ra del gra­do de Psi­co­lo­gía y direc­to­ra de un cen­tro de psi­co­lo­gía. Tras estos meses ence­rra­dos, vol­ve­mos a las calles, a las tien­das, a los des­pa­chos… Y nos encon­tra­mos con gen­te. Según esta psi­có­lo­ga, «será nece­sa­rio tener muy en cuen­ta las ago­ra­fo­bias (por el con­fi­na­mien­to) y los cua­dros de ansie­dad, tan­to por los efec­tos sani­ta­rios como por la reper­cu­sión eco­nó­mi­ca y social». Rodrí­guez tra­ba­ja mayo­ri­ta­ria­men­te con niños, pero jus­ta­men­te duran­te la vuel­ta «se ha encon­tra­do con nue­vas con­sul­tas de adul­tos con cua­dros de ansie­dad, de pare­jas afec­ta­das por el con­fi­na­mien­to y de niños con fobias, pesa­di­llas y pro­ble­mas de con­duc­ta».

Según Rodrí­guez, «a esca­la per­so­nal, debe­mos parar un momen­to y hacer una refle­xión. Han sido tres meses, pero pare­ce un ins­tan­te, una pesa­di­lla. Debe­mos hacer un poco de memo­ria y mirar qué hemos hecho y qué no hemos hecho duran­te estos meses, a fin de no repe­tir erro­res. La gen­te que ha hecho con­sul­tas y que ha pedi­do ayu­da está hacien­do este pro­ce­so, pero no todo el mun­do pue­de per­mi­tír­se­lo o es cons­cien­te de que lo nece­si­ta».

Esta pan­de­mia ha teni­do efec­tos muy dife­ren­tes según la edad. Tam­bién a la hora de vivir­la, las per­so­nas se han enfren­ta­do a ella de for­ma dife­ren­te: «las per­so­nas mayo­res han sido dis­ci­pli­na­das, han hecho un esfuer­zo para seguir el con­fi­na­mien­to. Han sufri­do sole­dad (espe­cial­men­te los que no domi­nan las nue­vas tec­no­lo­gías, como por ejem­plo móvi­les, table­tas, video­lla­ma­das, etc.); han vivi­do el con­fi­na­mien­to con tris­te­za y año­ran­za, pero con resig­na­ción».

En cuan­to a los niños, Rodrí­guez hace dos dis­tin­cio­nes de cómo se ha vivi­do esta situa­ción, tan­to de con­fi­na­mien­to como de des­con­fi­na­mien­to. «Algu­nos han nece­si­ta­do apo­yo emo­cio­nal duran­te el con­fi­na­mien­to, hecho que se ha mani­fes­ta­do en tras­tor­nos de con­duc­ta y pesa­di­llas. Hay otros que al prin­ci­pio lo sopor­ta­ban bas­tan­te bien y que, jus­ta­men­te en el momen­to de vol­ver a cier­ta nor­ma­li­dad, están más ner­vio­sos. Muchos de ellos se han conec­ta­do a las redes socia­les y a los video­jue­gos más de lo que ya es habi­tual y, aho­ra que tie­nen que salir, les está cos­tan­do mucho. Han teni­do una fal­sa sen­sa­ción de estar conec­ta­dos con sus igua­les y aho­ra tie­nen difi­cul­ta­des para vol­ver a rela­cio­nar­se pre­sen­cial­men­te. No debe­mos olvi­dar que pue­den salir pero con muchas pre­cau­cio­nes, y eso les recuer­da que el virus aún está entre noso­tros. Aho­ra es cuan­do tie­nen real­men­te la per­cep­ción del peli­gro; qui­zás antes no habían sido ple­na­men­te cons­cien­tes de ello. Esto ocu­rre mayo­ri­ta­ria­men­te con los niños más peque­ños. Y es aho­ra cuan­do salen los sín­to­mas de ansie­dad, las ago­ra­fo­bias y los mie­dos en gene­ral», seña­la.

Por el con­tra­rio, los ado­les­cen­tes «han sali­do a la calle con la nece­si­dad de encon­trar­se con sus ami­gos y real­men­te no tie­nen con­cien­cia de la situa­ción, por lo que se están ponien­do en peli­gro. No res­pe­tan la dis­tan­cia de segu­ri­dad, entre otros incum­pli­mien­tos».

Mon­tse­rrat Laca­lle, pro­fe­so­ra cola­bo­ra­do­ra de los Estu­dios de Psi­co­lo­gía y Cien­cias de la Edu­ca­ción y exper­ta en aten­ción a per­so­nas mayo­res, afir­ma que si habla­mos de este colec­ti­vo —y sabien­do que no nos refe­ri­mos al 100 % de la pobla­ción—, «habla­mos de mie­do». Por ello, los que tene­mos per­so­nas mayo­res cer­ca, «pode­mos acom­pa­ñar­los y pode­mos ofre­cer­les espa­cios don­de pue­dan hablar. Garan­ti­zar estos espa­cios sig­ni­fi­ca com­par­tir, dar­les la opor­tu­ni­dad de expli­car cómo se sien­ten, si están tris­tes… ¡Hay que escu­char, no acon­se­jar! Cuan­do hayan expli­ca­do lo que nece­si­ta­ban expli­car, si quie­ren salir, que sal­gan. Si vemos que pasan los días y no lo hacen, tene­mos estra­te­gias: su nie­to pue­de ir y decir­les “¡Vamos a salir jun­tos!”, sin for­zar­los y sin obli­gar­los; poco a poco y a su rit­mo. Nece­si­ta­mos mucha pacien­cia y acom­pa­ña­mien­to».

La gen­te joven, aun­que qui­zás tam­bién ha teni­do mie­do, «olvi­da más rápi­da­men­te que la gen­te mayor. Esto se ve por el ries­go al que ya se están expo­nien­do. Las per­so­nas mayo­res obser­van las medi­das y se expo­nen menos, por un lado, por­que su salud es más pre­ca­ria y, por el otro, por­que su viven­cia de esta pan­de­mia es dife­ren­te: han per­di­do a ami­gos de su edad, fami­lia­res… Les decía­mos que eran pobla­ción de ries­go y la reali­dad lo ha demos­tra­do. Los medios de comu­ni­ca­ción y las esta­dís­ti­cas han hecho su tra­ba­jo expli­cán­do­lo». Las per­so­nas mayo­res siguen las noti­cias en la pren­sa o ven los infor­ma­ti­vos, segu­ra­men­te más que los más jóve­nes.

De repen­te, nos ence­rra­mos y aho­ra hay que vol­ver a salir. Se tra­ta de muchos cam­bios en un tiem­po rela­ti­va­men­te cor­to. Laca­lle expli­ca que «a las per­so­nas mayo­res la adap­ta­ción les cues­ta más que a los jóve­nes. La con­cien­cia de su vul­ne­ra­bi­li­dad hace que aho­ra vayan con pru­den­cia y que se anti­ci­pen a situa­cio­nes nega­ti­vas» que no se han pro­du­ci­do y que tal vez no se pro­du­ci­rán, aun­que es cier­to que «el reen­cuen­tro con la fami­lia y el hecho de ver a sus nie­tos ha sido muy impor­tan­te para ellos y lo han vivi­do muy posi­ti­va­men­te. Algu­nos lo han pasa­do muy mal con la sole­dad y el ais­la­mien­to, pero aho­ra esto pue­de rever­tir­se». Sin duda, encon­trar­se con los suyos ha sido un ali­cien­te para salir de nue­vo a la calle y tra­tar de hacer una vida más «nor­mal».

No será tan fácil cam­biar otros sufri­mien­tos de estos meses. Laca­lle afir­ma que «sabe­mos que hacer­se mayor impli­ca más ries­go de enfer­me­dad: las per­so­nas son más frá­gi­les y el cuer­po no tie­ne la mis­ma resis­ten­cia, pero la sen­sa­ción de vul­ne­ra­bi­li­dad ha sido mucho mayor con la COVID-19. Ha sido un men­sa­je muy acu­sa­do. De hecho, si aho­ra mira­mos las esta­dís­ti­cas, apro­xi­ma­da­men­te el 80 % —o más— de las per­so­nas muer­tas tenían más de seten­ta años. Hay gen­te mayor que se para y dice “¡el ries­go es real!”».

Rodrí­guez aña­de una refle­xión en torno a estos datos, que son más que eso: «se hace muy pre­sen­te la per­cep­ción de que las per­so­nas mayo­res son un estor­bo, que si enfer­man se las pue­de dejar morir. Ante la pér­di­da de muchos de sus con­gé­ne­res, les ha que­da­do esa sen­sa­ción».

A pesar de todo esto, Laca­lle pun­tua­li­za que «la ago­ra­fo­bia es un tras­torno y que para pro­du­cir­se debe cum­plir unos cri­te­rios deter­mi­na­dos. Pode­mos encon­trar per­so­nas más toca­das, pero no tene­mos que hacer diag­nós­ti­cos rápi­dos e inme­dia­tos. Como decía­mos, la gen­te mayor nece­si­ta más tiem­po; hay gen­te y gen­te. Ade­más, algu­nos toman medi­das adap­ta­ti­vas y eso no es malo», seña­la.

Comparte esta publicación

amadomio.jpg

Suscríbete a nuestro boletín

Reci­be toda la actua­li­dad en cul­tu­ra y ocio, de la ciu­dad de Valen­cia