
Gran Vía de las Germanías nº 3, 5 y 7 en la década de los años 20. Archivo de José Huguet.
El nombre de Germanías, del valenciano agermanats, parece perseguido por la desgracia y la derrota. Una maldición histórica. La primera derrota tuvo lugar hace muchos siglos y fue una revuelta, ahogada en sangre, del pueblo contra las clases nobles. Tuvo lugar en el siglo XVI cuando los artesanos valencianos se alzaron en armas contra la nobleza durante el reinado de Carlos I. El mismísimo Fernando El Católico había dado permiso a los gremios del Reino de Valencia de portar armas para defenderse de los ataques berberiscos. Y cuando llegó el momento estos las usaron.
Fueron derrotados sin piedad tras el asesinato en Burjasot de uno de sus líderes, “El encubierto”, una traición por la que el rey pagó sus buenos dineros y que en 1522 acabó con la revuelta y puso punto final a la aventura de aquellos menestrales rebeldes y colocó de virreina de Valencia a Germana de Foix. Que tiene calle en el Eixample pero esta sigue intacta.
Cuatrocientos años después, la Gran Vía Germanías, que fue continuación del aristocrático Eixample de la Gran Vía Marqués del Turia, sufrió su segunda y definitiva derrota esta vez en forma de destroza urbana al ser eliminada para construir el famoso túnel de las Grandes Vías. Se destruyeron parques y jardines, arboledas y cenadores, hasta que se convirtió en lo que es hoy: una vía rápida de asfalto que creó una frontera artificial entre el barrio de Russafa y el centro monumental de la ciudad.
Chapuza urbanística que costó una eternidad de acabar, en tiempo y en millones de pesetas, pues las obras comenzaron en 1957 y se concluyeron en 1962.
La destrucción del hermoso bulevar que continuaba Marqués del Turia y cruzaba la calle Russafa se interrumpía en el muro de las vías de la Estación del Norte y su desaparición del mapa de la ciudad tiene mucho de simbólico. Y no es casualidad que en la Gran Vía Germanías de antes de la guerra civil tuviera su editorial la editorial Prometeo y la redacción del periódico fundado por Don Vicente Blasco Ibáñez e incluso que lo que hoy sigue siendo la Iglesia de la virgen y mártir Santa María Goretti fuera en la República la casa del Pueblo.
En los años 1950 del siglo pasado la Gran Vía Germanías bullía de vida porque sus jardines y quioscos, la benigna sombra de sus grandes plátanos, eran escenario de un trajín humano extraordinario. Tenía dos iconos del disfrute ciudadano: el cine Coliseum, modernista y gigantesco, haciendo chaflán con la calle Castellón era considerado el más grande de España y congregaba a grandes multitudes en los estrenos de las superproducciones como Ben Hur y Los Diez Mandamientos. Tenderetes de pipas, porrat y tramusos, buscavidas de reventa, quintos de permiso, la calle Cádiz con sus futbolines y casas de lenocinio; las calles aledañas con su cabaret Alkázar; un desfase de disfrute en la España del blanco y negro. Por no hablar de la sala de baile y variedades Erajoma, lugar de encuentro de fiestas y saraos de toda índole; novios y matrimonios que bailaban con alegría los fines de semana, además de lugar de celebraciones de bodas y bautizos.
Los niños que disfrutamos de la vida de aquella gran vía plena de vida jamás olvidaremos la feria de juegos, el cumulo de y anécdotas que supuso ese espacio antes que la ceguera urbanística de aquellos planificadores depredadores del perfil antiguo de la ciudad clásica; no dejaron piedra sobre piedra, se derribaron edificios de los años treinta de alto valor histórico y talaron sin piedad los plátanos, tan grandes como los actuales del Marqués del Turia; y se gastó una fortuna en la construcción de un túnel en curva hecho con los pies.
Durante años la chavalería de las calles populares de Russafa, Denia, Cádiz, Cuba, Filipinas, Sueca, disfrutamos lo suyo haciendo harcas con piedras junto al gran lago repleto de ranas que se mantuvo activo mucho tiempo. Aquel lago fue un universo de aventuras y juegos. La ignorancia de los hacedores del desaguisado sobre las consecuencias de las capas freáticas del subsuelo de Valencia, no hay que olvidar que nuestra ciudad la construyeron los romanos sobre el meandro del rio Turia, hizo que el lago de Germanías fuera un polo de atracción durante años. Se pescaban ranas y hasta los más audaces se bañaban en sus aguas verdosas. Así que la Gran Vía Germanías que hoy es una vía rápida de estruendo insoportable fue durante muchos años lugar de alegría para todos sus vecinos.
Todavía recuerdo la cara de mi padre cuando vio como talaban los grandes plátanos que sombreaban su casa construida en los años 1930 y que por fortuna sigue en pie. Y hasta tuvo suerte la Gran Vía de no ser destruida antes de tiempo por los bombarderos italianos en la guerra civil que castigaron sin piedad el entramado de vías de la Estación del Norte.
A diferencia de Marqués del Turia, Germanías tuvo un aire popular característico debido al hecho de que lindaba con un barrio de menestrales como siempre fue Russafa.
Cuando la cruzo con paso rápido, en este siglo XXI repleto de ruido, se me encoge el corazón al recordar aquellos domingos en que los jardines rebosaban de vida, con los marineros yanquis de la Quinta flota repartiendo chicles a los jambos, los quioscos de tebeos y los soldados paseando con sus novias. Nunca supimos que debajo habían construido un refugio antiaéreo en los años de la guerra. La Gran Vía Germanías, que recuerda a los agermanats masacrados, que hoy no es gran vía ni nada, ruidosa y fea como un demonio, perdió la batalla de nuevo. Pero su memoria en la cabeza de los que la vivimos de chicos no se extinguirá jamás.
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