El pub Cavallers de Neu celebró la semana pasada su historia. Se abrió en el luminoso año 1984 y se cerró en 1992. Fue un local histórico y artístico que concentró a poetas, escritores y artistas emergentes de la época en el interior de su ultramoderno diseño. Su principal mentor Uberto Estabile, activista cultural que emigró hace años de la ciudad, ha regresado con sus compinches para hacernos recordar que aquello existió y fue un auténtico hoy irrepetible.
Fue la fiesta del remember, los recuerdos de esas gentes que ya están pelando canas, los más afortunados, o criando malvas los de peor suerte. Hubo un tiempo en que el Carrer Cavallers, arterias medieval, nobiliaria y esencial de la ciudad de Valencia se convirtió en una calle de libertad absoluta. Pasada la época de los años de plomo en la que los jóvenes tenían que reunirse en las tascas de vinos y tapeo que rodeaban la vieja universidad de la La Nau; o las concentraciones de contraculturales y hipees en los jardines del parque bajo la estatua de Jaume I, ‑historia por cierto contada con pelos y señales por el que esto escribe en su reciente libro Anomia, rebeldes valencianos de los 70, editada por Alfons el Magnanim- llegaron los años 1980 y con ellos los pubs de diseño, plagados de cristaleras y cuadros, imágenes nuevas, donde la clientela podía contemplarse a sí misma libando sus gin tonics; locales dotados de sofás y sillas posmodernas y tarimas para actuaciones musicales, que hicieron las delicias de las nuevas generaciones.
Y entre todos estos locales novísimos que comenzaron a concentrar a todo el moderno urbano, mucho antes de la avalancha de la grosera ruta del bacalao, apareció un local llamado Cavallers de Neu. Tenía el encanto de la simpatía de sus dueños y de que hacia chaflán.
Este fin de semana el viejo local ahora desaparecido ha resucitado de la mano de su principal mentor, el activista cultural Uberto Estabile. Con el título Cavallers de Neu 1984–2024, los creadores de aquel invento lúdico cultural han podido explicar su sentido. Los actos se celebraron desde el inicio de octubre hasta este mismo sábado y han sido organizados por Clara Beltran, Ignacio Lerma y el mismo Estabile. El lugar no ha sido mejor elegido, el Sporting Club Russafa, de la calle Sevilla, que como es sabido alberga desde hace décadas artistas emergentes o anónimos, geniales y desconocidos como el fallecido Curro Canavesse, pintor metafísico que tenía un altillo estrambótico en el gran estudio colectivo y cuya presencia fantasmal es siempre un enigma en esa antigua nave que fue una cancha de boxeo.
Su amigo Manel Costa, artista dadaísta que dirige un movimiento antiartístico titulado. Por un arte estulto e inútil, ha colaborado en el evento. A este escritor hay que darle de comer aparte. Costa fundó hace tiempo la llamada Academia Estúpida de las Artes y las Letras y uno de sus manifiestos reza: “Ha llegado el momento en que la palabra ha dejado de ser exclusivamente instrumento de poetas, al igual que la música de la música, que la pintura de los pintores… hagamos el arte todos…”.
Y eso es justamente lo que supuso Cavallers en su momento. El sábado 28 de septiembre se montó una buena fiesta entre los asistentes con la actuación de Julio Bustamante, el roquero valenciano más internacional que tenemos, Maribel Crespo estaba con él. La exposición de recuerdo y nostalgia del antiguo Cavallers contó con la presencia de artistas de poesía concreta como Bartolomé Ferrando, poetas como José María Izquierdo y Pere Bessó, poeta y editor del legendario cuaderno La Forest d’Arana, Tomás Gorría, diseñador y director de la publicación Malahierba, El famoso Angelito, gerente y juerguista de pro del también legendario Café La Torna del barrio del Carmen.

Estabile en su local.
Estabile y sus compinches organizaron bien el cotarro, en el pasillo central del local de la calle Sevilla, gentes de ayer, de hoy y de siempre, pudieron contemplarse lo guapos que eran en los años 80. En instantáneas tomadas al desgaire se podia descubrir a un joven ex alcalde Ricard Pérez Casado, al escritor Alfons Cervera, al narrador argentino desaparecido Raúl Núñez, autor de su celebrada La rubia del bar, a Marc Granell, a José Miguel Arnal, poeta también habitante del parnaso de los que no llegaron a tiempo, a Miguel Gandia, del local La Planta baja, local de música del Carmen famoso en tiempo por sus tumultos roqueros. A la periodista Neus Caballer, al que esto redacta sin pelos aun en la barba presentando su primer libro Valencia Sumergida, y a tantos otros que protagonizaron una época dorada de la emergencia cultural de la ciudad en las que los creadores comenzaron a hacer sus cosas, siguiendo las enseñanzas de Costa, el artista dado, seguidor de todos aquellos locos que hicieron historia y cultura occidental desde Edgar Allan Poe hasta Dostoievsky. Se presentó el libro Cavallers de Neu 1984–1992, i tot això; y se realizaron charlas como Prensa y tertulias literarias en Valencia de los 80, además de lecturas de textos y poemas a cargo de Francisco F. Meneses, Juan Luis Bedins, Laura Giordani, Manel Csota, Pep Bataller, Maria Ángeles Fernández, Pilar González y Rafa Camarasa.
Durante una semana entera, el Sporting vibró con el recuerdo de un bar, de una calle que hizo historia en la ciudad pues no lejos de allí se abrió el famoso Bar Lisboa, acaso el prime garito posmoderno del que salieron todas las figuras pioneras del jazz valenciano, con sus actuaciones en directo y su espectacular diseño londinense.
La calle Caballeros fue por entonces el Carnaby Street valenciano. Al anochecer cualquiera que se aventurara por sus aledaños se podía topar con lo más granado de la cultureta indígena. Fueron otros tiempos, ahora esa calle es un rio de cruceristas en bicicleta, pero hubo un tiempo, un país, en que las cosas fueron distintas porque la ciudad comenzaba a despertar de un largo letargo.
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