Como ya anunció en Valencia City, un artículo de Paco Ballester, Abelardo Muñoz (Valencia, 1952) ha publicado Anomia. Rebeldes valencianos en 1970. Un texto novelado al que custodian un prólogo y un epílogo.
Las citas iniciales de Federico Nietzsche y Salvador Salcedo indican las alternancias del libro: de elevadas consideraciones ideológico-morales a las concreciones costumbristas en un determinado momento histórico.
Muñoz admite que: “El escritor septuagenario sigue siendo el mismo zascandil de siempre. Y esas (sus) aventuras merecen ser contadas”.
Acude a una cita de Benito Pérez Galdós para caracterizar su actitud autobiográfica: “miro con curiosidad y asombro los años que fueron y mientras dura el embeleso de esa contemplación, parece que un genio amigo viene y me quita de encima la pesadumbre de los años… y del presente”.
Advierte que las historias de las que se ocupa “no se pueden contar de manera lineal, cronológica, porque describen un escenario de emociones, secuencias de un mundo lejano que es la base del actual”.
Pasando de las generalizaciones a concreciones de periodismo retrospectivo, Muñoz afirma que lo más apasionante y radical vino antes de los años de Transición, que tuvo su versión local en la ciudad de Valencia: “El año 1968. El año que abrieron Capsa 13 en el barrio del Carmen, cuando salió a la venta el vinilo Sticky fingers (de dos pringosos) de los Rolling Stones en 1971, con una bragueta diseñada por Andy Warhol que la censura franquista suprimió”.
Admite que “El escritor es un viejo roquero, para qué negarlo, como todos entonces. Un antisistema que tiene una cultura transgresora que aportar. Como si se tratara de la mili, la mayoría tuvo que enrolarse en el antifranquismo y la clandestinidad de los partidos”.
Los años 70 es una década que combina a la perfección dos disidencias: “la lucha política contra la dictadura y el sexo, las drogas y el rock and roll”.
Al principio “la inocencia era la marihuana, el kif marroquí, las anfetaminas que se utilizaban en los exámenes. Pero la heroína cruzó el Atlántico y le vino de perillas al sistema que se estaba recomponiendo con injusticias y acuerdos secretos”.
De su rechazo moral no es escapan los propios partidos de izquierdas institucionalizados: “Los mandamases de los partidos, hasta ese momento ilegales, agarraron las riendas del cambio a mitad de los setenta, los medios de comunicación y los ministerios. La cultura se la arrebataron a los chicos del 68, bajo las piedras no había más que piedras, las del pragmatismo político”.
Muñoz asegura que es escritor porque retoma una herencia paterna. Hay un conmovedor retrato de la figura del padre. Lo recuerda inclinado sobre el mismo escritorio de pino, en el que ahora el hijo compone su propio texto, “escribiendo a lápiz cosas que sabía que no podría publicar. Iluminada su calva por la flexión de latón. El escritor lo veía de niño y sabía que su padre ponía el alma en ello. (…) pionero anónimo del pensamiento crítico. Lo que escribía era lo de menos. Lo que fascinaba al niño era ese perfil de pensador, de filósofo, ejerciendo el más civilizado de los oficios, el de escribir… así que ese niño de mayor se hizo periodista y ahora, tras décadas interminables de trabajo, miles de páginas escritas para los periódicos, columnas, reportajes, crónicas…, llega la hora de la verdad”.
Para novelar ese material histrico-autobiográfico, Muñoz se hace llamar Julián, que tratará de recuperar (aludiendo, al parecer, a un afamado eslogan de Mayo del 68) “lo que el tiempo esconde bajo las piedras”).
Anomia es un cruce de reportaje periodístico y autobiografía ficcionada. Guarda notable similitud con un libro reciente de Juan Lagardera, Psicodélica. Un tiempo alucinante, que se ocupa de unos años, una ciudad y un grupo generacional que mantienen un obvio parentesco con el libro de Muñoz.
Hay un inventario escrupuloso de bares, garitos, lugares de encuentro de la Valencia de los años 70; entre ellos, destaca Anomia -que dona un afortunado título al libro- un local frecuentado por jóvenes alternativos, discretos comerciales de productos psicotrópicos, políticos autonómicos en ciernes…
Bajo nombre ficticio o real se menciona al poeta Eduardo Hervás, el cineasta Antonio Maenza, el escritor y hermano de Abelardo, Oswaldo Muñoz, (bajo el nombre en clave de Agustín), el pintor Miguel Angel Campano, el escultor Miquel Navarro, entre muchos otros.
Cuando Julián/Abelardo se adentra en interpretaciones histórico-ideológicas puede generar, según el tipo de lector, un contagioso entusiasmo retrospectivo, escepticismo equidistante o mera irritación. Cuando Abelardo/Julián no juzga ni interpreta, se limita a narrar en su condición de escritor – el cabal escritor que es- se esfuman las tipologías lectoras y emerge una genuina emoción literaria. Así, por ejemplo, concluye su libro: “lo narrado fue barrido por el tiempo, como polvo en una tarde de tormenta, compruebo con placer, pese a que ya no existe Anomia y que Nacho está criando malvas junto a Agustín y Maenza y Hervás y los demás, que sigo vivo sobre la tierra. Sin esperar nada. Pegado a la contemplación. Y la heterodoxia, la obsesión, la travesura, el recuerdo de mis amigos muertos no se apaga, arde en mi corazón y sigue alimentando un fuego perfecto”
Título: Anomia. Rebeldes valencianos en 1970.
Autor: Abelardo Muñoz
Editorial: Alfonso el Magnánimo
Páginas: 184
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