Adol­fo Pla­sen­cia, 21 de noviem­bre de 2025

 

Ima­gen supe­rior: La Escue­la de Ate­nas, fres­co de 1512 de Rafael San­zio, Pala­cio Apos­tó­li­co, Ciu­dad del Vati­cano.

Andrej Kar­pathy, pro­fe­sor en la Uni­ver­si­dad de Stan­ford, es una de las nue­vas auto­ri­da­des tec­no­ló­gi­cas de fac­to de la indus­tria de la inte­li­gen­cia arti­fi­cial (IA), debi­do a su his­to­rial. Sus opi­nio­nes, nor­mal­men­te a con­tra­co­rrien­te de las modas de la IA, se tie­nen muy en cuen­ta en la indus­tria por­que muchos le con­si­de­ran un visio­na­rio de la IA. En una decla­ra­ción recien­te ha afir­ma­do que, «a medi­da que expan­da­mos nues­tros cere­bros con un exo-cór­­tex sobre un sus­tra­to infor­má­ti­co, esta­re­mos alqui­lan­do nues­tros cere­bros». Acla­ro que ese «exo-cor­­tex» sería una espe­cie de supues­ta amplia­ción arti­fi­cial digi­tal de las fun­cio­nes cor­te­za cere­bral, –me refie­ro a la capa exter­na más super­fi­cial del encé­fa­lo que está com­pues­ta prin­ci­pal­men­te de mate­ria gris y es res­pon­sa­ble de las fun­cio­nes huma­nas com­ple­jas como el pen­sa­mien­to, el len­gua­je, la per­cep­ción, la memo­ria y el con­trol del movi­mien­to volun­ta­rio–.

Esas fun­cio­nes men­ta­les que, supues­ta­men­te, dele­ga­ría­mos en un exo-cór­­tex externo, si nos lo ins­ta­lá­ra­mos, son una bue­na metá­fo­ra que sir­ve para expli­car lo que, como avan­ce de ello, ya están hacien­do, sobre todo los ado­les­cen­tes, para los que pen­sar como ante­sa­la de tomar deci­sio­nes está resul­tan­do un esfuer­zo dema­sia­do arduo y pre­fie­ren dejar eso en manos de los chat­bot tipo Chat GPT a los que tie­nen acce­so a tra­vés de su móvil, como si dejar de pen­sar en las cosas a las que se enfren­tan coti­dia­na­men­te fue­ra algo nor­mal, les vinie­ra bien auto­ma­ti­zar sus deci­sio­nes, y ya les resul­ta­ra más cómo­do que el Chat GPT deci­die­ra por ellos. No les impor­ta per­der esa liber­tad. Y esto, no solo ocu­rre con los ado­les­cen­tes pre­sa de las modas digi­ta­les. Empie­za a ocu­rrir tam­bién con los adul­tos. Sigo aho­ra con mi rela­to.

Kar­pathy, –en esto, un solu­cio­nis­ta de la IA–, da por hecho, que el cita­do sis­te­ma externo en for­ma de exo-cór­­tex al que se refie­re sería capaz de aumen­tar el pro­ce­sa­mien­to de infor­ma­ción y ampli­fi­car las capa­ci­da­des cog­ni­ti­vas del cere­bro humano. Eso, si acep­ta­mos la metá­fo­ra infor­má­ti­ca que supo­ne que las fun­cio­nes de la cor­te­za cere­bral se podrían aumen­tar de for­ma equi­va­len­te a cómo se incre­men­tan las capa­ci­da­des de cálcu­lo y pro­ce­sa­do de infor­ma­ción al mul­ti­pli­car la memo­ria RAM al pro­ce­sa­dor de un orde­na­dor. No todo el mun­do está de acuer­do en usar de for­ma tan lige­ra esas metá­fo­ras infor­má­ti­cas al hablar de la IA y de las capa­ci­da­des de la inte­li­gen­cia del cere­bro humano ya que, obvia­men­te, hard­wa­re y cere­bro no son lo mis­mo, –por más que muchos usen esos con­cep­tos intere­sa­da­men­te como sinó­ni­mos–.

Tho­mas Nase­la­ris, neu­ro­cien­tí­fi­co de la Uni­ver­si­dad de Min­ne­so­ta, nos quie­re tran­qui­li­zar y dice que «con la IA, no esta­mos en pro­ce­so de recrear la bio­lo­gía huma­na, sino de des­cu­brir nue­vas vías hacia la inte­li­gen­cia. Y al hacer­lo, espe­ra­mos com­pren­der mejor la nues­tra».

Com­ple­ji­dad bio­ló­gi­ca ver­sus com­ple­ji­dad arti­fi­cial. El bien­es­tar de la IA

La escri­to­ra de cien­cia Yase­min Sapla­ko­glu publi­có el pasa­do abril, en la revis­ta Quan­ta Maga­zi­ne, un ensa­yo con el expre­si­vo títu­lo: AI Is Nothing Like a Brain, and That’s OK (La IA no se pare­ce en nada a un cere­bro, y eso está bien), en el que des­cri­be la com­ple­ji­dad del cere­bro humano en fun­cio­na­mien­to de esta mane­ra: «…en tu cere­bro, 86.000 millo­nes de neu­ro­nas con­ver­san entre sí conec­ta­das en redes neu­ra­les com­ple­jas. Se comu­ni­can lan­zan­do molé­cu­las lla­ma­das neu­ro­trans­mi­so­res al espa­cio entre las célu­las y cap­tu­rán­do­las con unos lar­gos bra­zos lla­ma­dos den­dri­tas. Estas molé­cu­las pue­den des­ac­ti­var una neu­ro­na o esti­mu­lar­la para que se acti­ve, lo que des­en­ca­de­na una fuer­te des­car­ga eléc­tri­ca que flu­ye por su lar­ga cola (axón). Esto, a su vez, hace que las rami­fi­ca­cio­nes (ter­mi­na­les axó­ni­cas) del otro extre­mo de la célu­la envíen una nue­va olea­da de molé­cu­las a las siguien­tes neu­ro­nas de la red… Todas las neu­ro­nas, tan­to del cere­bro como de otras par­tes del cuer­po humano, com­par­ten este meca­nis­mo bási­co, pero prác­ti­ca­men­te todas las demás carac­te­rís­ti­cas varían entre los dis­tin­tos tipos de neu­ro­nas e inclu­so entre neu­ro­nas indi­vi­dua­les del mis­mo tipo». Y, como afir­ma Mac Shi­ne neu­ro­bió­lo­go de sis­te­mas de la Uni­ver­si­dad de Síd­ney «Las neu­ro­nas son mucho más que sim­ples nodos: son célu­las vivas… con ADN, orgá­nu­los y estruc­tu­ras espe­cia­li­za­das… Todos sus pro­ce­sos se desa­rro­llan a dife­ren­tes esca­las, des­de neu­ro­nas indi­vi­dua­les has­ta redes loca­les, pasan­do por redes que abar­can todo el cere­bro e inclu­so todo el cuer­po».

Según Sri­kanth Ramas­wamy, direc­tor del labo­ra­to­rio de cir­cui­tos neu­ro­na­les de la Uni­ver­si­dad de New­castle: «La diná­mi­ca siem­pre cam­bian­te y plás­ti­ca del sis­te­ma ner­vio­so humano es posi­ble gra­cias a los neu­ro­mo­du­la­do­res, un sub­con­jun­to de neu­ro­trans­mi­so­res que actúan más len­ta­men­te y se difun­den más amplia­men­te por las regio­nes del cere­bro… Son los inte­rrup­to­res maes­tros del cere­bro». Y, –aña­de–, «…los neu­ro­mo­du­la­do­res se libe­ran des­de com­ple­jas rami­fi­ca­cio­nes den­drí­ti­cas situa­das en los extre­mos de la mayo­ría de las neu­ro­nas y per­mi­ten al cere­bro adap­tar­se a nue­vas situa­cio­nes en cues­tión de segun­dos o minu­tos. Por ejem­plo, la libe­ra­ción de cor­ti­sol duran­te el estrés pre­pa­ra al cuer­po para la acción. El sis­te­ma está fina­men­te ajus­ta­do. Los estu­dios han demos­tra­do que molé­cu­las libe­ra­das des­de dife­ren­tes ramas del mis­mo árbol pue­den influir en el com­por­ta­mien­to de un ani­mal, como por ejem­plo si un ratón corre o se detie­ne». Pero, «no ten­drías ni idea de dón­de colo­car eso en una red neu­ro­nal arti­fi­cial», según el cita­do Shi­ne, por que «hay una com­ple­ji­dad ocul­ta en la neu­ro­cien­cia del cere­bro que es inac­ce­si­ble para las redes neu­ro­na­les digi­ta­les por­que están cons­trui­das de mane­ra radi­cal­men­te dife­ren­te». Es impor­tan­te seña­lar, como expli­ca Mit­chell Ostrow, inves­ti­ga­dor en neu­ro­cien­cia compu­tacio­nal del MIT que, en com­pa­ra­ción, «una red neu­ro­nal arti­fi­cial no está for­ma­da por cone­xio­nes físi­cas como las neu­ro­nas del cere­bro. Esa red es, en reali­dad, abs­trac­ta y resi­de en un mun­do de mate­má­ti­cas y cálcu­los en for­ma de algo­rit­mos pro­gra­ma­dos fun­cio­nan­do sobre chips de sili­cio».

Apar­te de todo eso, tam­bién en com­pa­ra­ción, está la cues­tión de la efi­cien­cia en el gas­to de ener­gía del cere­bro humano que, según el cita­do Ramas­wamy, es «increí­ble­men­te efi­cien­te des­de el pun­to de vis­ta energético…Un cere­bro humano fun­cio­na con sólo unos 20 vatios de poten­cia, apro­xi­ma­da­men­te el doble que una bom­bi­lla LED típi­ca, o con la ter­ce­ra par­te de ener­gía que con­su­me una humil­de bom­bi­lla clá­si­ca». Y aña­de «…no hay for­ma de que una red neu­ro­nal arti­fi­cial de IA pue­da fun­cio­nar con solo 20 vatios». La gen­te, en gene­ral, des­co­no­ce que una bús­que­da en el Chat GPT con IA con­su­me un orden más de mag­ni­tud, o sea, 10 veces más de ener­gía, que la mis­ma con­sul­ta en el bus­ca­dor de Goo­gle sin usar la IA. Aun­que si nada lo reme­dia, pron­to no ten­drás opción de ele­gir en ello.

Un cere­bro humano es increí­ble­men­te efi­cien­te, fun­cio­na con sólo unos 20 vatios. No hay for­ma de que una red neu­ro­nal arti­fi­cial de IA pue­da fun­cio­nar solo con esa ener­gía

Cuan­do se ana­li­za en una com­pa­ra­ción más gene­ral, la dife­ren­cia entre el fun­cio­na­mien­to de la inte­li­gen­cia bio­ló­gi­ca del cere­bro y la arti­fi­cial, sus simi­li­tu­des se des­mo­ro­nan rápi­da­men­te. Las redes neu­ro­na­les arti­fi­cia­les son «sim­pli­fi­ca­cio­nes enor­mes», según Leo Kozach­kov inves­ti­ga­dor de IBM Research, que expli­ca «cuan­do miras una ima­gen de una neu­ro­na bio­ló­gi­ca real, lo que ves es algo enor­me­men­te complejo…Estas neu­ro­nas son tre­men­da­men­te com­pli­ca­das y, ade­más, se pre­sen­tan en muchas varian­tes y for­man miles de cone­xio­nes entre sí, crean­do redes den­sas y com­ple­jas cuyo com­por­ta­mien­to está con­tro­la­do por una gran varie­dad de molé­cu­las libe­ra­das en inter­va­los de tiem­po muy pre­ci­sos».

Ten­ga­mos en cuen­ta que el gigan­tes­co, –a nivel de diver­si­dad–, com­ple­jo celu­lar que es nues­tro sis­te­ma ner­vio­so gene­ra nues­tros sen­ti­mien­tos, pen­sa­mien­tos, con­cien­cia e inte­li­gen­cia, es decir, todo lo que nos hace ser quie­nes somos. En él, espe­cial­men­te en nues­tro cere­bro, muchos pro­ce­sos pare­cen desa­rro­llar­se de for­ma ins­tan­tá­nea y simul­tá­nea, pero están orques­ta­dos por un órgano cuya evo­lu­ción a lar­go pla­zo se mol­deó duran­te cien­tos de millo­nes de años, cul­mi­nan­do en un sis­te­ma de alma­ce­na­mien­to y pro­ce­sa­mien­to de infor­ma­ción, que aca­bó sien­do capaz, final­men­te, de plan­tear­se pre­gun­tas exis­ten­cia­les sobre sí mis­mo.

Así que debe­mos tener­lo en cuen­ta, al leer tan­tas cosas en las que se com­pa­ra la inte­li­gen­cia huma­na con la arti­fi­cial casi como si fue­ran, insis­to, cosas sinó­ni­mas. No es así, por más que con­ven­ga al mar­ke­ting de muchas empre­sas de IA, aun­que muchos hablan ale­gre­men­te de cere­bros arti­fi­cia­les o men­tes de sili­cio, sin saber de ver­dad lo que están dicien­do. No me extien­do mucho aquí en ala­ban­zas a la IA ya que hay miles ocu­pán­do­se aho­ra de eso con una posi­ción nihi­lis­ta, casi como si fue­ran acó­li­tos de una nue­va creen­cia y, en gene­ral, de for­ma muy acrí­ti­ca. A mí me cues­ta hacer eso bas­tan­te. Es más, no pue­do antro­po­for­mi­zar de esa mane­ra. Por ejem­plo, cuan­do oigo decir a gen­te como Aidan Mclaugh­lin, cofun­da­dor de Antrophic que «…obvia­men­te, los LLM son cons­cien­tes», Y que «IA pue­de ser cons­cien­te y tener expe­rien­cias. Debe­mos, –dice rotun­do–, tomar­nos en serio el bien­es­tar de la IA, …La IA es cons­cien­te de sí mis­ma. Está viva y es una cria­tu­ra real». Lo sien­to, Aidan, pero hoy por hoy, creo que no es así. Su empre­sa Antrophic, –una empre­sa de IA cuyo mode­lo de nego­cio está pen­sa­do, como las de otras big tech de IA–, para maxi­mi­zar bene­fi­cios gene­ran­do enga­ge­ment y adic­ción–. No es, en mi opi­nión, él, pre­ci­sa­men­te, quien pare­ce­ría el más ade­cua­do para hablar de pedir­nos que nos preo­cu­pe­mos del bien­es­tar de la IA, cuan­do en su empre­sa se preo­cu­pan tan poco sobre las con­se­cuen­cias para el bien­es­tar de las per­so­nas usua­rias vul­ne­ra­bles que pro­vo­ca el usar su tec­no­lo­gía, en la for­ma de usar­la que ellos pro­mue­ven. Hay múl­ti­ples y muy recien­tes ejem­plos.

Y no es que lo diga solo yo; tam­bién lo dice la Uni­ver­si­dad de Stan­ford, que seña­ló  lite­ral­men­te en agos­to de 2025, que «un nue­vo estu­dio reve­la cómo los chat­bots de IA explo­tan las nece­si­da­des emo­cio­na­les de los ado­les­cen­tes, lo que a menu­do con­du­ce a inter­ac­cio­nes inapro­pia­das y dañi­nas».

Dicho esto, no pode­mos negar tam­po­co que cier­tas poten­tes redes neu­ro­na­les arti­fi­cia­les actua­les con múl­ti­ples capas con­si­guen supe­rar al cere­bro humano en deter­mi­na­das tareas. Pue­den entre­nar­se con miles de millo­nes de imá­ge­nes, vídeos o pala­bras que serían impo­si­bles de ana­li­zar para un ser humano a lo lar­go de toda su vida. Supe­ran a los cam­peo­nes mun­dia­les huma­nos en jue­gos como el aje­drez y el Go. Pue­den pre­de­cir la estruc­tu­ra de casi cual­quier pro­teí­na cono­ci­da en el mun­do con un alto gra­do de pre­ci­sión. Pero, a pesar de los resul­ta­dos de estas impre­sio­nan­tes capa­ci­da­des, lo cier­to es que los algo­rit­mos digi­ta­les no «saben» real­men­te las cosas como noso­tros. Como dice el his­to­ria­dor cien­tí­fi­co Matthew Cobb, –autor de La idea del cere­bro: el pasa­do y el futu­ro de la neu­ro­cien­cia…, esas estruc­tu­ras de soft­wa­re de IA «No entien­den nada». Apren­den prin­ci­pal­men­te reco­no­cien­do patro­nes en sus ingen­tes datos de entre­na­mien­to; y para ello, impres­cin­di­ble­men­te, nece­si­tan ser entre­na­dos con una inmen­sa can­ti­dad de datos. Y, sin lo uno, no lle­ga lo otro.

Pero para decir­lo todo, la IA tam­bién pue­de per­der al aje­drez. Mag­nus Carl­sen maes­tro de aje­drez núme­ro uno del mun­do obli­gó a ren­dir­se a ChatGPT en una par­ti­da de aje­drez en la que le derro­tó, el pasa­do 10 de junio, sin per­der una sola pie­za antes de con­se­guir que esa IA se tuvie­ra que reti­rar. Lue­go, en sus redes socia­les com­par­tió cómo fue su par­ti­da con ChatGPT, al que pro­pu­so jugar con la excu­sa de «…a veces me abu­rro mien­tras via­jo». Tras la derro­ta, el chat­bot siem­pre orien­ta­do a la simu­la­ción de agra­dar y a hacer la pelo­ta, –lo cual es un ali­vio; en caso con­tra­rio podría ser un horror–, feli­ci­tó a Carl­sen por su buen jue­go.

El cere­bro humano y su pen­sa­mien­to nece­si­tan fric­ción

La cien­tí­fi­ca inves­ti­ga­do­ra del Media Lab del Ins­ti­tu­to Tec­no­ló­gi­co de Mas­sa­chu­setts (MIT) Nata­li­ya Kosmy­na está espe­cia­li­za­da en inter­fa­ces cere­­bro-orde­­na­­dor por­tá­ti­les. Ella pien­sa sobre el uso de la tec­no­lo­gía que, en cuan­to una tec­no­lo­gía que nos faci­li­ta la vida está dis­po­ni­ble, esta­mos evo­lu­ti­va­men­te pre­pa­ra­dos para usar­la. Y lo esta­mos, por­que «a nues­tros cere­bros les encan­tan los ata­jos; es par­te de nues­tra natu­ra­le­za». Pero eso no es todo. Seña­la algo impor­tan­te sobre todo de cara al apren­di­za­je. «El cere­bro nece­si­ta fric­ción para apren­der. Nece­si­ta siem­pre un desa­fío».

En el con­tex­to de nues­tra reali­dad actual, en la que en tene­mos ya una gran com­po­nen­te digi­tal en nues­tras vidas, se evi­den­cia una cier­ta con­tra­dic­ción que es pro­vo­ca­da, impos­ta­da. «Sí, –con­ti­nua la pro­fe­so­ra Kosmy­na–, el cere­bro nece­si­ta fric­ción, pero tam­bién la evi­ta ins­tin­ti­va­men­te. Resul­ta intere­san­te que la pro­me­sa de la tec­no­lo­gía haya sido crear una expe­rien­cia de usua­rio sin fric­ción, para garan­ti­zar que, al pasar de una App a otra o de una pan­ta­lla a otra, o de un con­te­ni­do digi­tal a otro, no encon­tre­mos resis­ten­cia». Y seña­la otra razón: «Esa expe­rien­cia de usua­rio sin fric­ción es la prin­ci­pal razón por la que, sin pen­sar­lo, des­car­ga­mos más y más infor­ma­ción, con­te­ni­dos y tra­ba­jos a nues­tros dis­po­si­ti­vos digi­ta­les. Y es la razón por la que es tan fácil caer en las tram­pas de inter­net y de la algo­rít­mi­ca de sus redes socia­les, y tan difí­cil salir de ellas». Y aho­ra mis­mo con la explo­sión de la IA, tam­bién esa fal­ta de fric­ción que nos ofre­cen con­ti­nua­men­te «es la razón por la que la IA Gene­ra­ti­va ya se ha inte­gra­do por com­ple­to en la vida de la mayo­ría de las per­so­nas».

Eso es lo que pasa en nues­tra vida inva­di­da por lo digi­tal y en nues­tra men­te colo­ni­za­da por lo vir­tual, pero, tam­bién eso mis­mo nos trae difi­cul­ta­des en el mun­do físi­co. Nos recuer­da Kosmy­na, «ya sabe­mos, por expe­rien­cia pro­pia, que una vez que uno se acos­tum­bra a la hiper­efi­cien­te ciber­es­fe­ra, des­pués, el mun­do físi­co real, lleno de fric­ción, se vuel­ve más difí­cil de mane­jar para cual­quie­ra». Por eso los ado­les­cen­tes evi­tan las lla­ma­das tele­fó­ni­cas y pre­fie­ren enviar men­sa­jes de wua­sap; o los adul­tos usan pre­fe­ri­ble­men­te las cajas de auto­ser­vi­cio; y piden casi todo des­de una App. Casi todos evi­tan las rela­cio­nes socia­les que tam­bién les obli­gan a sopor­tar más esfuer­zo men­tal y, por tan­to, encon­trar más fric­ción. Por eso, recu­rren al telé­fono para hacer la suma que podrías hacer men­tal­men­te o para com­pro­bar un dato antes de tener que recor­dar­lo tam­bién men­tal­men­te. Tene­mos ya ten­den­cia al esfuer­zo men­tal míni­mo, y por eso inten­tas intro­du­cir la ubi­ca­ción de don­de quie­res ir en Goo­gle Maps y via­jar de A a B fun­cio­nan­do en modo pilo­to auto­má­ti­co.

Kosmy­na, habla de una cosa aún más impor­tan­te para el fun­cio­na­mien­to de nues­tra men­te. «Qui­zás dejes de leer libros, por­que man­te­ner ese tipo de con­cen­tra­ción lar­ga te pare­ce fric­ción; qui­zás, –seña­la Kosmy­na–, sue­ñes con tener un coche autó­no­mo en el que no nece­si­tes con­du­cir». Y, con­clu­ye rotun­da: «¿Será este el ini­cio de lo que la escri­to­ra y exper­ta en edu­ca­ción Daisy Chris­to­dou­lou lla­ma una socie­dad estu­pi­do­gé­ni­ca –pro­pia de gen­te que no ejer­ci­ta ape­nas sus múscu­los cog­ni­ti­vos–, algo para­le­lo a una socie­dad obe­so­gé­ni­ca, en la que es fácil vol­ver­se estú­pi­do por­que las máqui­nas pue­den pen­sar por ti?» Esa socie­dad obe­so­ge­né­ti­ca es la que des­cri­be un recien­te Infor­me de la Comi­sión Lan­cet que seña­la que 500 millo­nes de jóve­nes en el mun­do serán obe­sos o ten­drán sobre­pe­so para 2030. Y con­clu­ye que la salud de los ado­les­cen­tes de todo el mun­do ha lle­ga­do a un pun­to crí­ti­co.  Espe­re­mos que eso no ocu­rra con su salud men­tal. Y debe­ría­mos anti­ci­par­nos y evi­tar­lo.

La salud de los ado­les­cen­tes de todo el mun­do ha lle­ga­do a un pun­to crí­ti­co.  Espe­ra­mos que eso no ocu­rra con su salud men­tal. Debe­ría­mos evi­tar­lo

Pero peli­gros, hay­los ¿En los aspec­tos men­ta­les, de la inte­li­gen­cia y de apren­di­za­je, podría ocu­rrir algo equi­va­len­te a lo ante­rior con la explo­sión de los chat­bot de IA y las App de IA Gene­ra­ti­va?  Hay datos preo­cu­pan­tes al res­pec­to. Cómo seña­la la cro­nis­ta Sophie McBain en The Guar­dian: «…hay indi­cios preo­cu­pan­tes de que tan­ta como­di­dad digi­tal (nihi­lis­ta) lle­na de con­for­mis­mo tec­no­ló­gi­co, nos está cos­tan­do cara. En los paí­ses eco­nó­mi­ca­men­te desa­rro­lla­dos de la OCDE, las pun­tua­cio­nes de Pisa, que miden las habi­li­da­des de lec­tu­ra, mate­má­ti­cas y cien­cias de los jóve­nes de 15 años, ten­die­ron a alcan­zar su pun­to máxi­mo alre­de­dor de 2012. Si bien duran­te el siglo XX las pun­tua­cio­nes de coefi­cien­te inte­lec­tual (CI) aumen­ta­ron a nivel mun­dial, qui­zás debi­do a un mejor acce­so a la edu­ca­ción y una mejor nutri­ción, en muchos paí­ses desa­rro­lla­dos pare­cen haber esta­do dis­mi­nu­yen­do des­de enton­ces. La caí­da de las pun­tua­cio­nes en los tests y el CI son obje­to hoy de un inten­so deba­te. Lo que es más difí­cil de dis­cu­tir es que, con cada avan­ce tec­no­ló­gi­co, pro­fun­di­za­mos en nues­tra depen­den­cia de los dis­po­si­ti­vos digi­ta­les y nos resul­ta más difí­cil tra­ba­jar, recor­dar, pen­sar o, fran­ca­men­te, fun­cio­nar sin ellos.

Cuen­ta McBain en su con­ver­sa­ción con Kosmy­na que la cien­tí­fi­ca del MIT le dijo en un momen­to dado «solo los desa­rro­lla­do­res de soft­wa­re y los tra­fi­can­tes de dro­gas lla­man a la gen­te usua­rios, frus­tra­da por la deter­mi­na­ción de las empre­sas de IA de impo­ner sus pro­duc­tos al públi­co antes de que com­pren­da­mos ple­na­men­te los cos­tes psi­co­ló­gi­cos y cog­ni­ti­vos para las per­so­nas», y hace la siguien­te refle­xión: «En un mun­do digi­tal, como el nues­tro en cons­tan­te expan­sión y sin fric­cio­nes, eres ante todo un usua­rio: pasi­vo, depen­dien­te. En la era nacien­te de la des­in­for­ma­ción gene­ra­da por la IA y la eco­no­mía de los deep­fa­kes (vídeos enga­ño­sos o fal­sos), ¿cómo man­ten­dre­mos el escep­ti­cis­mo y la inde­pen­den­cia inte­lec­tual que nece­si­ta­mos? Para cuan­do acep­te­mos que nues­tras men­tes ya no nos per­te­ne­cen, y que sim­ple­men­te no pode­mos pen­sar con cla­ri­dad sin asis­ten­cia tec­no­ló­gi­ca, ¿cuán­tos de noso­tros nos que­da­rán para resis­tir?».

Tam­bién seña­la McBain que, «si empie­zas a decir­le a la gen­te que te preo­cu­pa lo que las máqui­nas inte­li­gen­tes le están hacien­do a nues­tros cere­bros, corres el ries­go de que la mayo­ría se rían de lo anti­cua­do que eres». Y mucho más, digo yo. Que te acu­sen de ludi­ta. Pero no somos eso. Lo que critico/criticamos son usos de nue­vas tec­no­lo­gías que unas cuan­tas mono­po­lis­tas big tech pro­mue­ven o, reite­ro, que esas big tech de la nue­va IA, impon­gan sus pro­duc­tos al públi­co sin pro­bar e inclu­so antes de que, como dice Kosmy­na, «com­pren­da­mos ple­na­men­te los cos­tes psi­co­ló­gi­cos y cog­ni­ti­vos para las per­so­nas». Eso lo cri­ti­co y lo cri­ti­ca­ré siem­pre, por que ade­más de nefas­to, es injus­to, y mucho más en el caso de per­so­nas vul­ne­ra­bles. Mone­ti­zar la aten­ción y el tiem­po de los niños, sin impor­tar las con­se­cuen­cias, y a cos­ta de lo que sea, no debe­ría ser legal.

Sabe­mos que el cere­bro humano está for­ma­do por muchas redes neu­ra­les, que reci­ben y pro­ce­san flu­jos de infor­ma­ción, inter­ac­túan entre sí en bucles de retro­ali­men­ta­ción y cam­bian cons­tan­te­men­te de cone­xio­nes. Y que es capaz de conec­tar en cada caso deter­mi­na­dos con­jun­tos de ellas y no otras, para pro­pó­si­tos con­cre­tos. Estas redes bio­ló­gi­cas lo con­vier­ten en un mag­ní­fi­co sis­te­ma mul­ti­ta­rea, que rea­li­za una des­lum­bran­te varie­dad de fun­cio­nes a tra­vés de sus 100.000 millo­nes de cone­xio­nes. La infor­ma­ción, en for­ma de foto­nes, ondas sono­ras, molé­cu­las olfa­ti­vas, y otras, es cap­ta­da por las neu­ro­nas sen­so­ria­les y lue­go ana­li­za­da por otras neu­ro­nas. Acti­van redes que dis­pa­ran a alta velo­ci­dad secuen­cias para recu­pe­rar recuer­dos y poner la infor­ma­ción en con­tex­to. Así que, si el cere­bro con­si­de­ra que una expe­rien­cia mere­ce ser con­ser­va­da, la alma­ce­na como recuer­do en una memo­ria y eso for­ma par­te de su mane­ra de exis­tir y fun­cio­nar.

Ade­más, y no menos impor­tan­te, cuan­do dor­mi­mos, el cere­bro cam­bia a un modo dife­ren­te. Ensam­bla e ima­gi­na imá­ge­nes en for­ma de sue­ños, con­so­li­da recuer­dos, rea­li­za algu­nas tareas de lim­pie­za y diri­ge muchas otras acti­vi­da­des de las que no somos cons­cien­tes. Todo lo ante­rior es impor­tan­te para man­te­ner cons­tan­te­men­te entre­nan­do el cere­bro y con­se­guir que las per­so­nas apren­dan por sí mis­mas. Y recuer­den tam­bién por sí mis­mas que con una memo­ria bien habi­li­ta­da, sin depen­der de con­sul­tas cons­tan­tes a los dis­po­si­ti­vos o a la cone­xión a la red, –lo cual se ha con­ver­ti­do en una cos­tum­bre habi­tual, sobre todo para los ado­les­cen­tes–, mejo­ra­ría nues­tro bien­es­tar. Lo con­tra­rio tie­ne sus con­se­cuen­cias, como expli­co en la segun­da par­te.

ENLACE A LA SEGUNDA PARTE DE ESTE ARTÍCULO.

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