La tradicional coproducción entre Sala Russafa y Arden para la campaña de Navidad avanza con un nuevo formato de comedia en el estreno absoluto de El Día de San Judas. Del 14 de diciembre al 12 de enero se mantendrá en cartel este espectáculo escrito y dirigido por Chema Cardeña.

¿Qué tie­nen en común Cha­plin, Aris­tó­fa­nes, Cer­van­tes o Jar­diel Pon­ce­la? Que apro­ve­cha­ron el poder de la far­sa, de la recrea­ción exa­ge­ra­da de situa­cio­nes y per­so­na­jes reco­no­ci­bles para des­per­tar en el públi­co no solo la car­ca­ja­da, tam­bién el espí­ri­tu crí­ti­co sobre la socie­dad y el ser humano. Un géne­ro que Che­ma Car­de­ña ha tra­ba­ja­do a fon­do en El día de San Judas, la nue­va copro­duc­ción de Arden y Sala Rus­sa­fa cuyo estreno abso­lu­to este sába­do 14 de diciem­bre arran­ca la cam­pa­ña navi­de­ña.

Con estreno ofi­cial el día 19 de este mes y estan­cia en car­tel has­ta el 12 de enero, inclu­yen­do una fun­ción espe­cial por Noche­vie­ja, esta nue­va pro­pues­ta se ale­ja del ambien­te colo­ris­ta, la músi­ca en vivo y las alu­sio­nes direc­tas a temas de actua­li­dad que carac­te­ri­za­ron a sus ante­rio­res copro­duc­cio­nes, como Mi que­ri­da ton­ta Espa­ña, ¿Y la nave va? o Ali­cia en Won­der­land, entre otras. Una elec­ción cons­cien­te por par­te del dra­ma­tur­go y direc­tor de esce­na, que ha que­ri­do evo­lu­cio­nar en su inves­ti­ga­ción de la come­dia.

El públi­co va a encon­trar­se con una pues­ta en esce­na muy dife­ren­te, pero con un tono y un obje­ti­vo que ya cono­ce quie­nes han vis­to nues­tros espec­tácu­los para la cam­pa­ña de Navi­dad. Que­re­mos que la gen­te se ría, por supues­to. Pero tam­bién que pien­se”, ase­gu­ra Car­de­ña. Este año se han pro­pues­to mos­trar cómo se mani­pu­la a la pobla­ción des­de las altas esfe­ras. Algo que pasó espe­cial­men­te en la pri­me­ra mitad del siglo XX, con gue­rras mun­dia­les y civi­les. “Pero que está a la orden del día. Lo vemos en los resul­ta­dos elec­to­ra­les de muchos paí­ses veci­nos, inclu­so del nues­tro. Tene­mos a la extre­ma dere­cha ya en las ins­ti­tu­cio­nes, las noti­cias fal­sas cam­pan a sus anchas en cier­tos medios y per­fi­les de redes socia­les”, expli­ca el dra­ma­tur­go sobre la nece­si­dad que le lle­vó a escri­bir esta his­to­ria. Y, sobre todo, a enfren­tar­se a sí mis­mo, en su doble con­di­ción de autor y direc­tor, cuan­do en los ensa­yos las direc­tri­ces para la pues­ta en esce­na esta­ban eclip­san­do al tono, al men­sa­je que se que­ría lan­zar, y tuvo que recon­du­cir­se para lle­var al puer­to que que­ría a esta come­dia bár­ba­ra.

Humor inten­sa­men­te negro 

La tra­ma de la pro­pues­ta estre­lla de Arden y Sala Rus­sa­fa para estas navi­da­des trans­cu­rre en San Judas de Valle­muer­to. Un pue­blo que podría ser el de cual­quier país de Cen­tro­euro­pa, a prin­ci­pios del siglo XX. El públi­co se aso­ma al salón de la con­de­sa Ava­ria, por el que van pasan­do la pro­fe­so­ra Exper­ta, el cape­llán Don Pon­cio, el alcal­de Don Sañu­do y el algua­cil Quin­to.

Están alar­ma­dos por­que se ha vis­to bajar del tren a las Terra­no­va, dos veci­nas repre­sa­lia­das y encar­ce­la­das por su ideo­lo­gía pro­gre­sis­ta. Al tiem­po que tra­tan de con­fir­mar la noti­cia, espe­cu­lan sobre los moti­vos de su regre­so jus­to el día de su patrón, cuan­do cele­bran las ofren­das y la pro­ce­sión en honor a San Judas Isca­rio­te (sí, el que trai­cio­nó a Jesús de Naza­ret). ¿Cómo es posi­ble que estas muje­res anden libres, por qué vuel­ven al pue­blo que las expul­só, ven­drán en bus­ca de jus­ti­cia?

Mien­tras tra­tan de dar res­pues­ta a esas incóg­ni­tas, irá que­dan­do al des­cu­bier­to el secre­to que une a los cin­co per­so­na­jes. Al igual que los hilos que mue­ven para mane­jar la situa­ción a su anto­jo, uti­li­zan­do a los veci­nos des­de el dis­cur­so popu­lis­ta de ‘todo para el pue­blo, pero sin el pue­blo’.

Muchos no que­rrían que el públi­co vie­ra esta obra por­que se retra­ta la fal­ta de éti­ca, el supre­ma­cis­mo de ‘la gen­te de bien’”, expli­ca el direc­tor y dra­ma­tur­go, quien ha plas­ma­do en esce­nas mor­da­ces las ideas y deci­sio­nes que cier­tos inte­gran­tes de la polí­ti­ca, el empre­sa­ria­do, la reli­gión o la jus­ti­cia no atre­ve­rían a decir en públi­co. Pero en la pri­va­ci­dad del salon­ci­to tétri­co de la con­de­sa don­de se reúnen los per­so­na­jes duran­te el espec­tácu­lo, las comen­tan sin tapu­jos. E inclu­so hacen gui­ños a los espec­ta­do­res, rom­pien­do la cuar­ta pared para con­fe­sar­les sus enso­ña­cio­nes más agre­si­vas, sus deseos más egoís­tas y una visión del mun­do en la que la pede­ras­tia, la corrup­ción, el robo o la calum­nia son solo menu­den­cias cuan­do suce­den ‘en el lado correc­to de la his­to­ria’.

Esté­ti­ca del expre­sio­nis­mo ale­mán

Mari­sa Lahoz, Rosa López, Manu Valls, Juan Car­los Garés y Sao­ro Ferre con­for­man el elen­co de esta pro­pues­ta en cuyos diá­lo­gos sal­tan chis­pas y algu­na gota de san­gre, con una esté­ti­ca influen­cia­da por el expre­sio­nis­mo ale­mán. Blan­cos y negros con­tras­ta­dos, maqui­lla­jes tétri­cos y una téc­ni­ca de ilu­mi­na­ción espe­cial tras­la­da­rán a los espec­ta­do­res al ambien­te de pelí­cu­las como Nos­fe­ra­tu o Metró­po­lis. Pero tam­bién encon­tra­rán remi­nis­cen­cias de Taran­tino y sus Odio­sos ocho por el humor maca­bro que se des­ata den­tro de un úni­co espa­cio.

“Siem­pre he creí­do en el poder de la risa para abrir la men­te. Char­lot podía recrear el ham­bre de entre­gue­rras comién­do­se la sue­la de un zapa­to y la ima­gen era tan poten­te como diver­ti­da”, comen­ta Car­de­ña sobre la inten­ción de este espec­tácu­lo, en el que se mues­tran situa­cio­nes, con­ver­sa­cio­nes y per­so­na­jes que podrían pare­cer rocam­bo­les­cos, “pero que no son más que la exa­ge­ra­ción cómi­ca de algo que ya está aquí, con lo que con­vi­vi­mos, sea­mos cons­cien­tes o no”, expli­ca el direc­tor y dra­ma­tur­go.

El resul­ta­do final es un espec­tácu­lo terri­ble­men­te diver­ti­do e inco­rrec­to, que per­mi­te refle­xio­nar sobre la deri­va de la socie­dad del siglo XXI miran­do la de prin­ci­pios del siglo pasa­do, a gol­pe de car­ca­ja­das gra­cias a un regis­tro inter­pre­ta­ti­vo que man­tie­ne el equi­li­brio entre lo cómi­co y lo gro­tes­co, con indu­da­bles influen­cias de gran­des del tea­tro espa­ñol como Jar­diel Pon­ce­la o Valle-Inclán.

En ple­na épo­ca de atra­co­nes navi­de­ños y reunio­nes socia­les, El día de San Judas invi­ta a al públi­co a aso­mar­se a la inti­mi­dad de los depre­da­do­res, dis­pues­tos a hacer lo que haga fal­ta por man­te­ner­se cómo­da­men­te sen­ta­dos en la cima de la cade­na ali­men­ta­ria, alzan­do civi­li­za­da­men­te el meñi­que mien­tras le ati­zan al ani­se­te con pas­tas.

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