La Orques­ta Sin­fó­ni­ca de Mariinsky actúa en Palmy­ra en 2016. Foto cor­te­sía de Wiki­me­dia

La civi­li­za­ción ha vuel­to. Pero ya no es el coto pri­va­do del “hom­bre del Rena­ci­mien­to” o de “Occi­den­te”, ni siquie­ra de las socie­da­des alfa­be­ti­za­das. La civi­li­za­ción es una for­ma de hablar de la his­to­ria de la huma­ni­dad a gran esca­la. Des­de las pin­tu­ras rupes­tres de Las­caux has­ta la últi­ma expo­si­ción del MoMA, une la his­to­ria huma­na.

Pero al menos en un aspec­to esen­cial, el con­cep­to de civi­li­za­ción sigue sien­do fun­da­men­tal­men­te exclu­yen­te. Sigue sien­do la mate­ria de gale­rías, museos y sitios del Patri­mo­nio Mun­dial de la UNESCO; de imá­ge­nes, obje­tos y estruc­tu­ras muy apre­cia­das, más que de la huma­ni­dad viva. Las estruc­tu­ras de pie­dra pre­his­tó­ri­cas de Göbe­kli Tepe –don­de aho­ra se ha abier­to un par­que patri­mo­nial, cer­ca de la fron­te­ra entre Tur­quía y Siria– están sien­do deba­ti­das como todo, des­de el Jar­dín del Edén has­ta la cuna de la civi­li­za­ción y el pri­mer tem­plo del mun­do. Aún que­re­mos una civi­li­za­ción que se ele­ve por enci­ma de las reali­da­des coti­dia­nas de sus crea­do­res y guar­dia­nes huma­nos. En regio­nes pro­ble­má­ti­cas, como la fron­te­ra sirio-tur­­ca, monu­men­tos como estos se con­vier­ten rápi­da­men­te aho­ra en alta­res de sacri­fi­cio para vidas huma­nas reales.

Es impor­tan­te seña­lar que siem­pre ha habi­do otras for­mas de enten­der la “civi­li­za­ción”. El antro­pó­lo­go fran­cés del siglo XX, Mar­cel Mauss, pen­só que la civi­li­za­ción no debía redu­cir­se a una lis­ta de logros téc­ni­cos o esté­ti­cos. Tam­po­co debe­ría repre­sen­tar una eta­pa par­ti­cu­lar del desa­rro­llo cul­tu­ral (“civi­li­za­ción” ver­sus “bar­ba­rie”, etc.). La civi­li­za­ción se podía encon­trar en las cosas mate­ria­les, pero sobre todo se refe­ría a un poten­cial en las socie­da­des huma­nas. En opi­nión de Mauss, la civi­li­za­ción es lo que ocu­rre cuan­do las socie­da­des dis­cre­tas com­par­ten moral y mate­rial­men­te a tra­vés de las fron­te­ras, for­man­do rela­cio­nes dura­de­ras que tras­cien­den las dife­ren­cias. Pue­de pare­cer un deba­te abs­trac­to, pero no lo es. Per­mí­tan­me inten­tar expli­car­lo.

Han pasa­do apro­xi­ma­da­men­te cua­tro años des­de el ascen­so mili­tar de Daesh o ISIS en el Medio Orien­te. ISIS ruti­na­ria­men­te des­truía o ven­día anti­güe­da­des, cul­mi­nan­do en su asal­to de 2015 a la anti­gua ciu­dad de cara­va­nas de Palmy­ra, en Siria, un sitio de Patri­mo­nio de la Huma­ni­dad. Bajo la ocu­pa­ción de ISIS, el tea­tro romano de Pal­mi­ra se había con­ver­ti­do en esce­na­rio de horri­bles atro­ci­da­des, inclu­yen­do la deca­pi­ta­ción públi­ca de Kha­led al-Asaad, nati­vo de la Pal­mi­ra moder­na, y has­ta enton­ces su direc­tor de anti­güe­da­des. En la pri­ma­ve­ra de 2016, des­pués de una libe­ra­ción res­pal­da­da por los rusos (y, como resul­tó ser, tem­po­ral), Palmy­ra aco­gía a la Orques­ta Sin­fó­ni­ca Mariinsky. En su actua­ción, un públi­co de sol­da­dos rusos se sen­tó a escu­char a Bach, Pro­ko­fiev y Shche­drin. El even­to fue dise­ña­do para pre­sen­tar una par­ti­cu­lar, y creo que equi­vo­ca­da, idea de la civi­li­za­ción. Era, en pala­bras del pre­si­den­te ruso Vla­di­mir Putin a tra­vés de un enla­ce en direc­to des­de Mos­cú, “par­te del patri­mo­nio de la huma­ni­dad”. A tra­vés de los tiem­pos, Pal­mi­ra había abier­to sus puer­tas a todo tipo de dio­ses extran­je­ros. “Todo”, escri­bió el anti­guo his­to­ria­dor ruso Michael Ros­tovtzeff en 1932, “es pecu­liar en la pecu­liar ciu­dad de Pal­mi­ra”. Sin embar­go, nada, tal vez, tan pecu­liar como estos even­tos de 2015–16.

¿Qué había de “civi­li­za­do” en inter­pre­tar a Pro­ko­fiev en los her­mo­sos res­tos de una anti­gua ciu­dad siria, mien­tras que la pobla­ción viva de otra, la cer­ca­na Ale­po, al nor­te, esta­ba sien­do ata­ca­da simul­tá­nea­men­te? Los anti­guos tem­plos de Pal­mi­ra no fue­ron dise­ña­dos como obras de arte, para ser vis­tos o admi­ra­dos pasi­va­men­te, como tam­po­co las cue­vas de Las­caux o Font-de-Gau­­me fue­ron pen­sa­das como gale­rías de arte, o Göbe­kli Tepe como una ver­sión pre­his­tó­ri­ca de la Capi­lla Six­ti­na. En la anti­güe­dad, sus esta­tuas de cul­to exi­gían ofren­das y sacri­fi­cios vivos, y aho­ra pare­cía que los exi­gían de nue­vo. Los sacri­fi­cios de este tipo pare­cen de algu­na mane­ra liga­dos a nues­tra com­pren­sión moder­na de la “heren­cia”, el “arte” y la “civi­li­za­ción”, en for­mas que rara vez se pien­san o se arti­cu­lan. Segu­ra­men­te lo que esto nos dice es que estos son, a todos los efec­tos, nues­tros pro­pios dio­ses moder­nos — los dio­ses del nor­te glo­bal.

Cuan­do la gen­te usa el tér­mino “civi­li­za­ción pri­mi­ti­va”, se refie­re prin­ci­pal­men­te al Egip­to faraó­ni­co, el Perú incai­co, el Méxi­co azte­ca, la Chi­na Han, la Roma impe­rial, la anti­gua Gre­cia u otras socie­da­des anti­guas de cier­ta esca­la y monu­men­ta­li­dad. Todas ellas eran socie­da­des pro­fun­da­men­te estra­ti­fi­ca­das, man­te­ni­das en su mayo­ría por un gobierno auto­ri­ta­rio, la vio­len­cia y la subor­di­na­ción radi­cal de las muje­res. El sacri­fi­cio es la som­bra que se escon­de detrás de este con­cep­to de civi­li­za­ción; el sacri­fi­cio de las liber­ta­des, de la vida mis­ma, en aras de algo siem­pre fue­ra de alcan­ce — una idea de orden mun­dial, el man­da­to del cie­lo, las ben­di­cio­nes de esos insa­cia­bles dio­ses.

Hay algo malo aquí. La pala­bra “civi­li­za­ción” pro­vie­ne de una fuen­te e ideal muy dife­ren­te. En la anti­güe­dad, civi­lis sig­ni­fi­ca­ba aque­llas cua­li­da­des de sabi­du­ría polí­ti­ca y ayu­da mutua que per­mi­ten a las socie­da­des orga­ni­zar­se a tra­vés de una coa­li­ción volun­ta­ria. El moderno Orien­te Medio pro­por­cio­na muchos ejem­plos ins­pi­ra­do­res. En el verano de 2014, una coa­li­ción de uni­da­des kur­das rom­pió el ase­dio del Mon­te Sin­jar en Irak para pro­por­cio­nar un paso segu­ro, comi­da y refu­gio a miles de yazi­dis des­pla­za­dos. Inclu­so mien­tras escri­bo, la pobla­ción de Mosul está levan­tan­do una nue­va ciu­dad a par­tir de los escom­bros des­tro­za­dos por la gue­rra de la anti­gua, calle por calle, con un míni­mo apo­yo del gobierno.

Ayu­da mutua, coope­ra­ción social, acti­vis­mo cívi­co, hos­pi­ta­li­dad o sim­ple­men­te el cui­da­do de los demás: estas son las cosas que real­men­te hacen a las civi­li­za­cio­nes. En cuyo caso, la ver­da­de­ra his­to­ria de la civi­li­za­ción ape­nas comien­za a escri­bir­se. Podría comen­zar con lo que los arqueó­lo­gos  “áreas de cul­tu­ra” o “esfe­ras de inter­ac­ción”, vas­tas zonas de inter­cam­bio e inno­va­ción cul­tu­ral que mere­cen un lugar más des­ta­ca­do en nues­tro rela­to de la civi­li­za­ción. En Orien­te Medio, tie­nen pro­fun­das raí­ces que se hacen visi­bles hacia el final de la últi­ma Edad de Hie­lo, alre­de­dor del 10.000 AEC. Miles de años antes del sur­gi­mien­to de las ciu­da­des (alre­de­dor del 4000 AEC), las comu­ni­da­des de las aldeas ya com­par­tían nocio­nes bási­cas de orden social en toda la región cono­ci­da como la “media luna fér­til”. Las prue­bas físi­cas deja­das por las for­mas comu­nes de vida domés­ti­ca, ritua­les y hos­pi­ta­li­dad nos mues­tran esta pro­fun­da his­to­ria de la civi­li­za­ción. En cier­to modo es mucho más ins­pi­ra­do­ra que los monu­men­tos. Los hallaz­gos más impor­tan­tes de la arqueo­lo­gía moder­na podrían ser, de hecho, estas vibran­tes y exten­sas redes, don­de otros espe­ra­ban encon­trar sólo “tri­bus” atra­sa­das y ais­la­das.

Estas peque­ñas comu­ni­da­des pre­his­tó­ri­cas for­ma­ron civi­li­za­cio­nes en el ver­da­de­ro sen­ti­do de comu­ni­da­des mora­les exten­di­das. Sin reyes, buró­cra­tas o ejér­ci­tos per­ma­nen­tes, fomen­ta­ron el cre­ci­mien­to de los cono­ci­mien­tos mate­má­ti­cos y caló­ri­cos; la meta­lur­gia avan­za­da, el cul­ti­vo de acei­tu­nas, vides y pal­me­ras dati­le­ras, la inven­ción del pan fer­men­ta­do con leva­du­ra y la cer­ve­za de tri­go. Desa­rro­lla­ron las prin­ci­pa­les tec­no­lo­gías tex­ti­les apli­ca­das a los teji­dos y la ces­te­ría, el torno de alfa­re­ro, las indus­trias de la pie­dra y el aba­lo­rio, la vela y la nave­ga­ción marí­ti­ma. A tra­vés de lazos de paren­tes­co y comer­cio, dis­tri­bu­ye­ron estas inva­lua­bles y apre­cia­das cua­li­da­des de la ver­da­de­ra civi­li­za­ción. Con una pre­ci­sión cada vez mayor, las prue­bas arqueo­ló­gi­cas nos per­mi­ten seguir los hilos fun­da­do­res de este teji­do de civi­li­za­ción emer­gen­te, a medi­da que atra­vie­sa las lla­nu­ras de las tie­rras bajas de Irak, se teje de un lado a otro entre las cos­tas del Medi­te­rrá­neo y el Mar Negro, a tra­vés de las estri­ba­cio­nes de las mon­ta­ñas de Tau­ro y Zagros, y has­ta la cabe­ce­ra pan­ta­no­sa del Gol­fo Pér­si­co. La civi­li­za­ción, en este nue­vo sen­ti­do, for­ma un tapiz cul­tu­ral de asom­bro­sa com­ple­ji­dad y gran­de­za, sin cen­tro y sin lími­tes, teji­do por un millón de dimi­nu­tos lazos socia­les.

Un momen­to de refle­xión mues­tra que las muje­res, su tra­ba­jo, sus preo­cu­pa­cio­nes e inno­va­cio­nes están en el cen­tro de esta com­pren­sión más pre­ci­sa de la civi­li­za­ción. Ras­trear el lugar de la mujer en las socie­da­des sin escri­tu­ra sig­ni­fi­ca a menu­do uti­li­zar las pis­tas que que­dan, lite­ral­men­te, en el teji­do de la cul­tu­ra mate­rial, como la cerá­mi­ca pin­ta­da que imi­ta tan­to dise­ños tex­ti­les como cuer­pos feme­ni­nos en sus for­mas y ela­bo­ra­das estruc­tu­ras deco­ra­ti­vas. Para poner sólo un ejem­plo, es difí­cil creer que el tipo de cono­ci­mien­to mate­má­ti­co com­ple­jo que se mues­tra en los pri­me­ros docu­men­tos , o en la dis­po­si­ción de los tem­plos urba­nos, sur­gió total­men­te for­ma­do por la men­te de un escri­ba mas­cu­lino, como Ate­nea de la cabe­za de Zeus. Es mucho más pro­ba­ble que repre­sen­ten el cono­ci­mien­to acu­mu­la­do en tiem­pos pre­li­te­ra­rios, a tra­vés de prác­ti­cas con­cre­tas como el cálcu­lo apli­ca­do y la geo­me­tría sóli­da dely el aba­lo­rio. Lo que has­ta aho­ra ha pasa­do por “civi­li­za­ción” podría no ser más que una apro­pia­ción de géne­ro, por par­te de los hom­bres, gra­ban­do sus afir­ma­cio­nes en pie­dra, de algún sis­te­ma ante­rior de cono­ci­mien­to que tenía a las muje­res en su cen­tro.

Des­de ese pun­to de par­ti­da, pode­mos ver la ver­da­de­ra his­to­ria de la civi­li­za­ción vivien­te. Se remon­ta mucho más allá de las pri­me­ras monar­quías o impe­rios, resis­tien­do inclu­so las incur­sio­nes más bru­ta­les del esta­do moderno. Es una civi­li­za­ción que pode­mos reco­no­cer cuan­do la vemos, la pro­ba­mos, la toca­mos, inclu­so en estas horas más oscu­ras. No pue­de haber jus­ti­fi­ca­ción para la des­truc­ción gra­tui­ta de monu­men­tos anti­guos. Pero no con­fun­da­mos eso con el pul­so vivo de la civi­li­za­ción, que a menu­do resi­de en lo que a pri­me­ra vis­ta pare­ce peque­ño, domés­ti­co o mun­dano. Allí lo encon­tra­re­mos, latien­do pacien­te­men­te, espe­ran­do ver la luz.

……………..

(*) David Wen­grow es pro­fe­sor de Arqueo­lo­gía com­pa­ra­ti­va en el Uni­ver­sity Colle­ge Lon­don. Es el autor de Los orí­ge­nes de los mons­truos (2013) y ¿Qué hace a la civi­li­za­ción? (2ª edi­ción, 2018).

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