Vivimos en un mundo globalizado y esquizofrénico, pero la disonancia cognitiva que lo caracteriza no ha aparecido de forma natural.
En estos días hemos asistido a un ejercicio o experimento ‘político’ en nuestra democracia española con una apelación a gran escala a las emociones.
A menudo releo mis comentarios en Facebook bajo la mortificante sensación de que soy más ameno y certero con esos apuntes espontáneos y breves.
Por suerte o por desgracia, estamos formando parte y asistiendo, a la vez, a uno de los mayores experimentos sociales de la historia, que implica a miles de millones de personas de todo el mundo.
Participamos en un conformismo público, de reacción automática sea positiva o negativa, enmascarado por la pregnancia de muchos mensajes en ciertas redes sociales.
Apple está ya incorporándose al nuevo nicho de negocio del cuidado virtual de la salud y desplegando un servicio de salud y bienestar basado en una IA capaz de detectar las emociones de los usuarios, incluyendo las mías, si yo le dejara, cosa que no haré.
Las grandes empresas tecnológicas globales están intentando que se vea como normal que tu móvil monitorice tus estados de ánimo y sea tu terapeuta virtual.
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