Una persona con estilo y carisma. Así era Miguel Uris Escolano (Valencia, 1962–2024), fallecido el pasado 7 de octubre a causa de una grave enfermedad pulmonar. Adorado por su mujer, Consuelo Belenguer, y sus dos hijos, Miguel era uno de los mejores compositores de problemas de ajedrez del mundo. Cosechó numerosos primeros premios en concursos internacionales.
Fue también un magnífico ajedrecista de competición –desde su adolescencia perteneció al club Gambito, nunca se le ocurrió fichar por otro equipo– y un cinéfilo culto y de calidad. Éramos amigos desde hacía cuarenta y tantos años. Podríamos hablar de Miguel Uris por su maestría en muchas otras cosas –póker, dominó, billar o debates políticos en los que manejaba siempre buena información y tesis inteligentes– pero ahora, al recordar su poderosa personalidad, me centro en su faceta como cinéfilo.
Por esa cuestión, recuerdo algunos encontronazos que tuve con Miguel; encontronazos dentro de un orden civilizado. Reproduzco con fidelidad una conversación que mantuve con él hace unos treinta años. “¿Cuál es tu western preferido?”, le pregunté. Respondió enseguida, antes de un segundo: “Río Conchos”. Su rápida respuesta, sin vestigio alguno de duda, me dejó estupefacto. Le reñí. Sí, le reñí. “Miguel, no quieras ser tan original, de vez en cuanto toca ser clásico y previsible. ¿De verdad prefieres Río Conchos a Johnny Guitar o Centauros del desierto?”. Miguel me contestó con una pregunta clave: “¿Has visto Río Conchos?”. Respondí con amor a la verdad: “No”. Río Conchos cuenta la historia de cuatro hombres que parten a la búsqueda de un gran cargamento de armas, robado por un antiguo general del ejército confederado. El reparto es muy sólido, eso lo sabía: Richard Boone, Stuart Whitman, Anthony Franciosa, Jim Brown y Edmond O’Brien.
Desde entonces he buscado Río Conchos en videotecas y en los catálogos de distintas plataformas televisivas, pero nunca la he pillado. Sabía, eso sí, que su director, Gordon Douglas (Nueva York, 1907-Los Ángeles, 1993) fue un discreto artesano de Hollywood con una larga carrera y decenas de películas con escaso interés.
Miguel volvió a ser duro conmigo: “¿Discreto artesano? Creo que La humanidad en peligro (Gordon Douglas, 1954) es una de tus películas preferidas del género fantástico, ¿no?”. “Así es”. Miguel me iba ganando por 2–0 en el debate cinéfilo. Apretó todavía más: “Y como no eres un entusiasta de filmes del Oeste, seguro que tampoco has visto algunos de los estupendos westerns de Gordon Douglas, entre ellos Quince balas (1958) o Chuka (1967)”. “No, no los he visto”. Mi derrota iba ya por 3–0.
En las duermevelas le he dado muchas vueltas a esta debacle cultural mía. Muchas noches me pregunto: “Poco a poco, verdad incuestionable tras verdad incuestionable, muchos cinéfilos con pedigrí, ¿no estamos siendo demasiado tópicos? ¿De verdad La diligencia (1939) es una de las mejores películas de John Ford? El gran cineasta ¿no tiene veinte o treinta películas más hondas y poéticas? Dentro de cien años es posible que dos películas de Luis García Berlanga hoy en día consideradas menores, como Novio a la vista (1954) o Tamaño natural (1974), sean más apreciadas –la primera por su delicioso humor, la segunda por su duro retrato de la soledad– que Plácido (1961) o El verdugo (1963), ambas excelentes, aunque también algo obvias.
En la cama, en torno a la una o las dos de la madrugada, sigo cuestionando mi propia cinefilia, poblada ya por numerosos lugares comunes. Me ataco a mí mismo, con voz fantasmal: “Rafa, reconoce de una vez que, en la filmografía de Martin Scorsese, la curiosísima y perversa Jo, qué noche (1985) te gusta más, pese a su horrendo título español, que Casino (1995). Deja de tenerle miedo a la sinceridad que abre caminos, aunque los demás se metan conmigo, de la misma forma que tú, de modo dogmático y con aires de superioridad, te metías con Miguel Uris a costa de Río Conchos, una película que ni siquiera habías visto”. Este frecuente soliloquio me tiene un poco atormentado. No acierto a saber si, a costa de Gordon Douglas, Martin Scorsese o Luis García Berlanga, también está en juego la hegemonía cultural y la transmutación de los valores.
A todas estas, pese a mi búsqueda cada cierto tiempo, continúo sin haber visto Río Conchos. ¿No existe la posibilidad de que la Filmoteca Valenciana la proyecte uno de estos días, dentro de un esmerado ciclo de películas subvaloradas? Sería un precioso homenaje a la memoria de Miguel Uris Escolano. Se lo merece.
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