Por R.Ballester Añón

 

Antón Che­jov (1860–1904) nació en la peque­ña loca­li­dad de Tagan­rog, a ori­llas del mar Azov. De los seis her­ma­nos fue él quien tomó las res­pon­sa­bi­li­da­des de la fami­lia. Su padre toca­ba el vio­lín y pin­ta­ba imá­ge­nes sagra­das, era mez­quino y y colé­ri­co; a su madre la carac­te­ri­za­ba  una apá­ti­ca resig­na­ción.

Che­jov se ganó la vida como médi­co, escri­tor de rela­tos bre­ves y autor tea­tral. Sus  per­so­na­jes ofre­cen a menu­do jui­cios y opi­nio­nes. El narra­dor de sus rela­tos, nun­ca; y así fue el res­to de su obra en la que  se enla­za  humor y  acti­tud pia­do­sa. En el rela­to Un hom­bre cono­ci­do, una  mucha­cha  que va a pedir dine­ro a un den­tis­ta que cono­ce,  pero por timi­dez y no lo hace; en cam­bio, éste le arran­ca una mue­la y le cobra  el últi­mo  rublo que le que­da­ba.

Ale­xei Suvo­rin fue el edi­tor de Tiem­po Nue­vo,  una publi­ca­ción de San Peters­bur­go en la que Ché­jov comen­zó a ser bien remu­ne­ra­do por sus cuen­tos. Suvo­rin era un per­fec­to cana­lla pero había com­pren­di­do y admi­ra­do a Ché­jov y le ayu­dó. En su pri­mer dra­ma, Iva­nov,  retra­tó la figu­ras de sus  her­ma­nos Ale­xan­der y Niko­lai, inca­pa­ces de vivir, apa­sio­na­dos y cíni­cos a un mis­mo tiem­po, soña­do­res y hol­ga­za­nes. Según Ginz­burg la gran­de­za lite­ra­ria de Ché­jov resi­de en  saber inter­pre­tar a los seres más dis­pa­res; a los ojos de ellos, el mun­do pue­de pare­cer  afec­tuo­so o terri­ble, pero siem­pre resul­ta tan extra­ño que sus  mira­das son siem­pre de asom­bro.

Por razo­nes de salud   com­pró una casa en  Yal­ta, “ciu­dad de tár­ta­ros y pelu­que­ros”, con­for­me a sus pro­pias pala­bras. Visi­tó la isla de  Saja­lin, una colo­nia peni­ten­cia­ria  en la zona del Paci­fi­co. Más tar­de escri­bió un infor­me sobre ello. Alqui­ló una casa en la aldea Melí­jo­vo, a dos horas y media de Mos­cú. Allí se tras­la­dó la fami­lia en 1892. Su padre reza­ba en voz alta, can­ta­ba sal­mos y los domin­go pasea­ba por los pasi­llos con un  incen­sa­rio.

Duran­te los ensa­yos de su pie­za Tio Vania en un tea­tro de Mos­cú, la pare­cían absur­dos muchos aspec­tos de la direc­ción de Sta­nis­lavsky, por­que intro­du­cia el tic tac de un  reloj, el soni­do de tim­bres o sona­je­ros, el can­to de gri­llos; inclu­so que­ría que se oye­ran los ladri­dos de un perro autén­ti­co para dar la sen­sa­ción de reali­dad. Ché­jov encon­tra­ba ridí­cu­las estas solu­cio­nes. Había dicho de ellas: “es como si en la cara de una per­so­na pin­ta­da en un cua­dro se apli­ca­ra una autén­ti­ca nariz”. Kons­tan­tin Sta­nis­lavs­ki enten­dió mejor la obra Ché­jov que el pro­pio Ché­jov.

El escri­tor se casó con la actriz Olga Knip­per en 1901 en una igle­sia de Mos­cú. La novia lle­vó como tes­ti­gos a su her­mano y a uno de sus tíos. Che­jov esco­gió a dos estu­dian­tes a los que no habia vis­to en su vida. No hubo nadie más. No asis­tió nin­gún fami­liar suyo, a quie­nes el escri­tor no había avi­sa­do que se casa­ba. Fue una pare­ja pecu­liar; estu­vie­ron jun­tos en con­ta­das oca­sio­nes y se escri­bie­ron muchas car­tas. Tiem­po atrás, el escri­tor  había dicho que una espo­sa  debe ser como la luna: que des­apa­rez­ca a inter­va­los.

Ché­jov comen­zó a tomar kumis (bebi­da tár­ta­ra hecha con leche fer­men­ta­da  de came­lla) como medi­ci­na  fren­te  a su avan­za­da tubercu­losis.

Ché­jov y Tols­toi

En 1902, Gor­ki y Che­jov iban a menu­do a visi­tar a Tols­toi en el cas­ti­llo de Gaspra.Gorki era mar­xis­ta  y soña­ba con la revo­lu­ción. Ché­jov con­si­de­ra­ba que la sal­va­cion resi­dia en una len­ta trans­for­ma­ción, pero tenía esca­sa fe en el pue­blo ruso.

Tols­toi decia del tea­tro de Ché­jov que sus héroes no hacian nada sino ir del sofá al des­ván y del des­ván al sofá. Sin embar­go, sus cuen­tos eran esplén­di­dos.

Del pro­pio Ché­jov afir­ma­ba que era “un hom­bre entra­ña­ble y exce­len­te. Modes­to y tran­qui­lo como una joven­ci­ta”.

Olga Kni­per que­dó emba­ra­za­da, pero al regre­sar a Mos­cú tuvo un abor­to.

En 1903, en un fin­ca de unos ami­gos cer­ca de Mos­cú., ter­mi­nó  El jar­din de los cere­zos y lo envió al tea­tro que diri­gía Sta­nis­lavs­ki. Asis­tió a los ensa­yos. No esta­ba satis­fe­cho. Se que­ja­ba del direc­tor;  “no he escri­to un dra­ma sino una come­dia, es más, en algu­nos pun­tos es una far­sa”. El estre­nó fué el 17 enero de 1904,  la cri­ti­ca dijo al prin­ci­pio que “es un monu­men­to sobre la tum­ba de unos hol­ga­za­nes”.

Empeo­ró la salud del escri­tor. Fue a Ber­lin a ver al doc­tor Karl  Ewald un espe­cia­lis­ta en enfer­me­da­des pul­mo­na­res. Nada que hacer. La pare­ja via­jó a Baden­wei­ler, peque­ña ciu­dad de aguas ter­ma­les de la Sel­va Negra. Se hos­pe­da­ron en el hotel Som­mer. Ché­jov deli­ra­ba, habla­ba del Japón. Olga le puso una bol­sa de hie­lo en el pecho. Lue­go le tra­je­ron una copa de cham­pag­ne. Hacía tiem­po que no lo toma­ba. Vació la copa, se acos­tó de lado y expi­ró.

El tras­la­do  del cuer­po a Mos­cú se hizo ‑no se sabe por qué–  en un tren des­ti­na­do al trans­por­te de pes­ca­do. En la esta­ción se oyó músi­ca mili­tar, no en su home­na­je (como se cre­yó) sino al fére­tro vecino de un gene­ral que había muer­to en Man­chu­ria. Dos estu­dian­tes lle­va­ron a hom­bros el ataúd de Ché­jov.

Olga Knip­per con­ti­nuó tra­ba­jan­do el res­to de su vida como actriz. Murió a avan­za­da edad en 1959.


Títu­lo: Antón Ché­jov. Vida a tra­vés de las letras (83 pági­nas)

Auto­ra: Nata­lia Ginz­burg

Edi­to­rial: Acan­ti­la­do

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